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Normalizar lo extraordinario

Es cierto que Marc-André ter Stegen no acapara portadas, pero es una pieza imprescindible para Valverde. Para muchos, es ya el mejor guardameta del mundo

Si le dieran a elegir entre volver a ocupar la portería del Barcelona o ser abandonado a su suerte en una isla desértica, Víctor Valdés seguramente no tendría ninguna duda. El de l’Hospitalet de Llobregat, que estas Navidades se ha despedido del fútbol, cogería sus bártulos y aceptaría ser enviado a cualquier otra parte. Desaparecería sin hacer ruido, sin ni siquiera dejar rastro.

El reto no sería demasiado complicado para un tipo como él. Por lo menos, no sería demasiado diferente de lo que le tocó vivir durante las temporadas que defendió -y de qué manera- el arco culé. Porque, sin duda, hay que tener un carácter extraordinariamente fuerte para poder sobrellevar la enorme presión que recae sobre la portería del Camp Nou, un lugar donde los elogios son un bien escaso. “El mayor legado que el guardameta catalán dejó en Barcelona fue demostrar que para ser considerado el mejor portero del mundo por el Camp Nou primero habías tenido que ser considerado como el peor portero del mundo por ese mismo estadio”, aseguraba Marcel Beltran hace unas semanas.

Este mismo proceso es el que ha tenido que recorrer Marc-André ter Stegen, un arquero que recuerda a Valdés en algunos aspectos: ambos han tenido que tocar el suelo en varias ocasiones para poder acercarse al éxito; ambos, conscientes de que, como decía el mítico Gordon Banks, “cada gol es como un cuchillo en las costillas”, se esfuerzan sobremanera por evitarlos, porque conocen las consecuencias que puede tener un error suyo a ojos de una afición acostumbrada a mirar con lupa a los jugadores diferentes.

Con todo, para suportar la presión del Camp Nou hay un elemento que resulta imprescindible: la determinación. Valdés y ter Stegen son, en definitiva, como Galileo, el hombre que se enfrentó a las instituciones de su tiempo por rechazar la idea, aceptada en aquella época, de que la Tierra era el centro del universo. Cuenta la leyenda que el día que fue juzgado por la Inquisición Galileo exclamó convencido, en referencia al evidente movimiento orbital del planeta: “Y sin embargo se mueve”. Así, de esta manera, es como los dos porteros, tozudos y trabajadores como pocos, han respondido a cada error que han cometido: con la confianza de que el camino escogido para llegar a la cima, aunque difícil y complicado, era el correcto.

 

Cuando ves actuar a ter Stegen te invade una extraña sensación

 

Siempre es difícil escribir sobre los genios. “¿Qué voy a decir yo sobre ter Stegen que no esté en las crónicas de Ramon Besa?”, piensas. Pero cuando ves actuar al alemán te invade una extraña sensación. Presa de una especie de síndrome de abstinencia, te sientes casi obligado a coger un bolígrafo para intentar retratar la belleza de sus acciones, la sobriedad de sus paradas. En El Perfume, los habitantes de Grasse, a pesar de saber que Jean-Baptiste Grenouille era un despiadado asesino, no podían hacer otra cosa que arrodillarse ante él y adorarlo como si fuera un ángel cuando destapaba un pequeño frasco. Salvando las distancias, la sensación es un poco la misma: es el sentirse vulnerable ante un espectáculo excepcional.

Llegados a este punto, me parece importante señalar que, Josep Guardiola aparte, nunca he sido de tener ídolos futbolísticos. Lo reconozco, me aburre la idea de rendirse ante una persona y de aceptarla incondicionalmente; me enervan las personas que, como si vivieran en una de las sociedades que critica Black Mirror, esperan a Leo Messi y a Cristiano Ronaldo en los exteriores de un juzgado al que han tenido que acudir como investigados por un delito fiscal.

Aun así, tengo que admitir que me enamora y me emociona la facilidad con la que algunos seres consiguen normalizar lo extraordinario. Hay que ser muy bueno para conseguirlo pienso, mientras trato de buscar las palabras para explicar lo que hace ter Stegen bajo palos.

Sobre él, se han escrito artículos y artículos. Sin embargo, nadie lo ha definido mejor de lo que lo hizo Sònia Gelmà en verano de 2015, cuando el debate entre Claudio Bravo y ter Stegen estaba en su punto álgido: “Con el entrecot ya sé lo que me espera, me garantiza un 7, pero es que cuando la clavan con el filete puede llegar a ser un 10. Hay quien tiene suficiente con el entrecot, porque no quiere sustos, piensan que mejor que se esperen a que la cocina domine la cocción del filete de ternera. Y es cierto que cuando el filete falla te puede arruinar la noche entera. Pero si no lo pido con regularidad quizás no lo mejoran nunca, o incluso lo sacan de la carta”. Tal cual, imposible escribirlo mejor.

 

Ter Stegen es como aquel portero de discoteca al que todo el mundo odia

 

Todos tenemos nuestra manera de describir las cosas. Algunos, cuando vemos a ter Stegen, pensamos que es como aquel portero de discoteca al que todo el mundo odia porque no deja pasar a casi nadie. Así, con esta impotencia, es como debían mirarlo el domingo los futbolistas del Levante, las últimas víctimas de la indiscutible calidad del germano. ¿El resultado final? 3-0. ¿Su balance? Una semana más, un recital de excelentes paradas y la portería a cero. ¿El mérito de la victoria y las portadas? Para Leo Messi, Luis Suárez, Ousmane Dembélé y Paulinho.

Pero lo cierto es que, a él, la falta de reconocimiento tampoco parece importarle demasiado. Porque, según parece, hace ya un tiempo que el guardameta alemán entendió cuál es su papel en este club. Desde el silencio y la soledad de la portería del Camp Nou, Marc-André ter Stegen se ha convertido en una pieza clave para el imparable Barcelona de Ernesto Valverde y ha construido su figura: la de un portero que para muchos es ya el mejor del mundo.