Fútbol de verano es afrontar una primera cita sin perfume. Es Uma Thurman destrozando maníacos en el escondite de O-Ren Ishii. Eres tú, borracho de TOC, tachando en el calendario los días que no has estado trabajando estas vacaciones. Es la primera nota de audio que decidiste escuchar a doble velocidad. Es el escalofrío de otro verano sin terminarte un libro. Es el momento exacto en el que la armónica golpea los labios de Andrés Calamaro en Paloma. Es frenesí y tranquilidad. Aceleración y derrape. Es jugar sin miedo. Ya habrá tiempo para enmendar los errores, sobre todo si los errores son infantiles, evitables y mundanos.
El fútbol de verano es oficial, porque el fútbol oficial empieza en verano, pero qué bien sienta volver al trabajo cuando la ciudad todavía se levanta sin colegios ni horas punta. ¿Escuchas la locomotora arrancando en septiembre? Todavía no, porque las obligaciones y la rutina saben cómo seducirte poco a poco. Los agobios siempre acaban llegando, para qué esperarlos. Fútbol de verano es el Villarreal-Celta de ayer, donde marcan siete tíos distintos en un partido en el que acaban para el arrastre 32. Un partido donde los dos equipos se dejan llevar por los calores, una muerte súbita de pura diversión. Todos parecen buenos y todos parecen malos en el fútbol de verano. Nada como terminar el partido riendo, intercambiar camisetas y compartir confidencias con el rival.
Dicen algunos analistas que el fútbol de verano no es fútbol de verdad, o al menos el fútbol que realmente debemos tomar como ejemplo, porque el mercado está abierto, los jugadores todavía huelen al reservado de Amnesia y el entrenador asegura que “falta rodaje”. Pero lo cierto es que no hay nada como el fútbol de verano para engancharse a este deporte. Otra cosa es que la gente se tome este deporte realmente en serio. Sugiero disimular al menos hasta el parón de selecciones. A la vuelta, ¡tachán!, el fútbol ya no será de verano y, de golpe, nos van a exigir tres puntos por partido.
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Fotografía de Getty Images.