Fino, copioso, brillante. Siempre quise tener el pelo de Sommer, pero no se dio. Tampoco hubieran estado mal los looks de Gnabry o Choupo-Moting, que cada vez que marcan un gol deberían celebrarlo grabando una sesión con Bizarrap. Su carisma es infinito. El Bayern en Europa es como el más guapo de tus amigos: ya puede teñirse de amarillo, hacerse la cresta o raparse al cero, que sigue quedándole bien. Da un poco de rabia. Pasan las décadas, cambian los jugadores, y expulsar a los alemanes de la Champions sigue siendo tan difícil como romper la cáscara de una nuez con los dientes. De tanto apretar, eres tú el que se acaba haciendo daño. Ante el paso firme de los bávaros por el continente, algunos reaccionan con fascinación, otros con envidia, otros quedan aturdidos. Yo siento miedo. Sinceramente. El PSG se volvió a cruzar en su camino y sonó un ruido horrible, como cuando la rueda de un coche aplasta una lata de Coca-Cola. Era la tradición machacando el dinero. Quizá Messi llegó a pensar alguna vez que había aterrizado en el país de las maravillas. Que el asalto al trono, con Neymar y Mbappé a su lado, era el definitivo. Pero esa idea, si existió, se fue palideciendo. Hasta evaporarse. Lo peor es que ya ni duele. Hasta hace dos años, ver a Leo cayendo antes de tiempo de cualquier competición era un trauma, una puñalada en el pecho, porque que al mejor de los héroes se le negase el destino era confirmar que la vida es atroz y escribe sin mirar el teclado. Todos los tropiezos de sus equipos se cerraban con una foto finish del genio abatido, donde la tristeza se condensaba como en una escena de Aftersun. “Mi grito fue tan ahogado, que solo por el silencio que lo continuó me di cuenta de que no había gritado. El grito se me había quedado golpeando dentro del pecho”, dice uno de los personajes de Clarice Lispector, anticipando la definición perfecta de esos rostros del argentino después de la derrota, un páramo sin fin. Ahora, en cambio, por primera vez con Messi, entendemos ese revés como un giro previsible, y el escozor es distinto, porque encaja en el guion. Si planeas la felicidad, te alejas de ella. Eso lo sabe hasta un niño. Querer saltarse la épica de un relato es el primer paso para mandar ese relato a la basura. Hay un tipo de películas que siempre acaban mal: las que empiezan demasiado bien. Y en París de verdad pensaban que el mundo se conquistaba con un chasquido.
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Fotografía de Getty Images.