Messi ha invadido mi Instagram. Pero en plan abusivo. Aparece en prácticamente todos los Reels. El gol de falta al Liverpool, el eslalon en el Bernabéu, Boateng, el Getafe, La Romareda, la leche de Del Horno, su último caño con el PSG. Tan solo pueden interrumpirle el Bizcochito de Rosalía, un tiburón blanco, un salto en paracaídas o algo por el estilo. Puede, incluso, que aparezca por ahí jugando a la Play o anunciando una lavadora. Porque también hay Messi fuera del verde. No puedo explicar muy bien por qué, pero me gusta imaginarlo en zapatillas, comprando en el súper o durmiendo la siesta. Quizás por la necesidad que tenemos de humanizar a los dioses, de domesticar a los mitos. Hay mucho morbo ahí. ¿Acaso os pensáis que los griegos no fantaseaban con la merienda de Hércules? La idolatría tiene muchas casillas. Es absurda. Tiende a escapar de su razón de ser. Supongo que, de algún modo, buscamos un símil con los genios. Jamás jugaré al fútbol como Leo Messi, pero lo mismo me puedo comer unas Lays con mucha más gracia que él. O sacar un tornillo. O barrer el comedor. O dibujar un caracol. O jugar a hockey hierba. Espero que así sea. Me daría miedo que Messi fuera un fuera de serie en todo.
Él tiene un don para una sola cosa. Eso es lo que me da ternura, lo que me vuelve loco. Porque en todo lo demás, francamente, parece un tipo de lo más ordinario. Y así lleva ya 18 años. Y cada curso un premio. Y cada sábado un récord. Y cada día un gol. Y otra vez sus dedos apuntando al cielo. Su grandeza no está tanto en el arte, sino en el tiempo. No dribla defensores, dribla las agujas del reloj. Si el fútbol tuviera un conserje, ese sería él. El único que no cambia, que siempre está, que bate a pulsos a las nuevas generaciones. Los libros de la biblioteca se actualizan, pero nunca el señor que los custodia. Se sonroja cada vez que te marchas de allí. Le hace como gracia que leas. Pensará de ti que estás aburrido o que no sabes qué narices hacer. Con el mismo retintín mira Messi a los que pensaban que había ido a París a echar fotos a la Torre Eiffel. Has terminado de peinar a tu gato y Leo ya lo ha vuelto a hacer. La jugada de siempre. Da igual quién esté a su lado. Si Xavi, Iniesta, Verratti, Acuña o un canguro. La hará. Lo sabemos todos. Tiene gracia que sea él el único que no lo sabe, porque no se puede ver a sí mismo. No está frente a la tele. Está en la cosa que se está viendo. Joder. Me he metido en un embrollo de ciencia ficción sólo para recordaros lo bien que está Leo. O lo que es lo mismo: para recordaros que la vida sigue igual.
Por mucho que pasen los años, Messi sigue al pie del cañón liderando al PSG, la selección argentina y las redes sociales
Al tiempo que lo dieron por muerto, encontró cobijo en su querida ‘Albiceleste’, allí donde se atreve hasta con arengas. Todo lo que creías que Messi ya no haría, te lo va a soltar a golpe de guantazo. El repertorio de asistencias que ha dado en París no se las vimos ni a Allen Iverson. El colmo es que vuelve a llevarse bien con el gol, como si se hubieran dado un tiempo, unos meses de reflexión. Cristiano tiembla por su récord en la Champions, igual que tiembla Catar, un país diminuto que puede encumbrar a un gigante; el Hércules del tercer milenio. Te dirán que el nuevo fútbol es cosa de Haaland y Mbappé, pero Leo Messi sigue siendo dueño del algoritmo de tu móvil. Por algo será.
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Fotografía de Getty Images.