Tiene tela que Japón participase en una Copa América, que saliera de partida en un grupo con Paraguay, Perú y Bolivia y que, para rematar la paradoja, el primer gol que se adjudicaran los nipones en el torneo llevase la firma de Wagner Lopes, un ariete que tenía los ojos como almendras y que había llegado al mundo en la ciudad de Franca, perteneciente al estado de Sao Paulo, una urbe más conocida por sus diamantes que por las milenarias leyendas samurái. Menudos son los líos que nos genera a veces el fútbol, capaz de que en un torneo sudamericano se reciba como foráneo a un tipo más brasileño que la caipiriña, para que luego éste se cobre el mal gesto regalándole un tanto a un país que, en cambio, sí que se sitúa a millas y millas del continente anfitrión. Buf, da pereza solo el repasarlo.
Vayamos por partes. La primera clave que deshila este embrollo es que Lopes, después de jugar varios años en distintos equipos de la Japan Soccer League, decidió sacarse una nueva nacionalidad y enfundarse la zamarra nacional de Japón. La segunda es que con ese pretexto, y justo antes de arrancar el nuevo siglo, pudo formar parte de la expedición japonesa que acudió como “equipo invitado” a la Copa América de Paraguay (1999), protagonizando la anécdota más exótica de la historia del campeonato.
La Copa América lleva desde 1993 convidando a dos representantes de otras confederaciones para completar el cuadro de su certamen, una medida que se hizo cuajar para ampliar el número de participantes a 12, pasar de dos a tres grupos en la primera fase y así dotar al torneo de mayor empaque y atractivo. A lo largo de estos últimos 20 años, la gran mayoría de selecciones que han cubierto el cupo de invitaciones provenían de la CONCACAF: México ha repetido ocho veces, Costa Rica cuatro, Estados Unidos tres y Honduras ha estado presente en una sola ocasión. Ninguna de ellas, conviene apuntarlo, tuvo que pasar algún tipo de cruce preliminar para llegar a la cita; les valió directamente con la carta de convocatoria de la Confederación Sudamericana de Fútbol. Tampoco lo requirió Japón, que en suelo paraguayo se convirtió en el único conjunto asistente de otra confederación distinta (AFC). No se ha repetido la anécdota. El cuadro nipón pudo haber reincidido en Argentina 2011, pero acabó desestimando el envite al encontrarse el país en una situación complicada tras el monumental terremoto que lo sacudió. Para esa misma edición los organizadores también tentaron a España, recién ganadora de la Copa del Mundo, pero Del Bosque no levantó el pulgar, concediéndonos a sus compatriotas unas vacaciones libres de fútbol.
La Copa América lleva desde 1993 invitando a dos representantes de otras confederaciones para completar el cuadro de su certamen, una medida que se hizo cuajar para ampliar el número de participantes a 12
Pero tratemos por un momento de descubrir cuáles fueron las causas que en 1999 empujaron a ‘Los Samuráis Azules’ a recorrer medio globo para disputar una competición que muy probablemente nunca iban a sentir como propia. ¿Merecía la pena el esfuerzo? Se puede llegar a entender que por una cuestión de proximidad y de similitudes culturales y futbolísticas, algunas selecciones centroamericanas se hayan convertido en asiduas a la Copa América pese quedarse fuera de las limitaciones geográficas de la misma. ¿Pero, y los japoneses? ¿Qué pintaban ahí? La primera respuesta, y probablemente la más previsible, es de carácter económico. La CONMEBOL buscaba desesperadamente un nuevo socio para darle otro aspecto a su torneo y la federación japonesa se vino arriba cuando se imaginó el bote que pegarían las audiencias en caso de que su equipo avanzase rondas y acabara topándose con el Brasil de Ronaldo y Rivaldo o la Argentina de Palermo y Simeone. A la larga, ninguna de las dos cosas sucedería, por cierto.
Luego también hubo quién apuntó que la presencia pintoresca de Japón en Paraguay podía explicarse desde una perspectiva evolutiva. El Mundial que iban a albergar con su vecina Corea del Sur esperaba en la vuelta de la esquina, y los nipones quisieron aprovechar el boleto sudamericano para medir el nivel de su proyecto deportivo y ya de paso afinar su juego de cara a una Copa del Mundo en la que tendrían que dar el callo como anfitriones. El experimento, sin embargo, no se desarrolló según lo esperado. De entrada, Philippe Troussier, entrenador del combinado, decidió no enrolar en la aventura a sus mejores espadas, alegando que todas ellas agradecerían un descanso antes de los grandes retos que se asomaban en el horizonte. Y luego vino la disputa del torneo, que acabó por descafeinarlo todo. Poca intensidad, imagen blandengue y un único punto de nueve posibles para Japón que le condenó a la última plaza de su grupo. Especialmente estrepitosa fue su segunda comparecencia en aquella Copa. Después de presentar algo de resistencia en el debut ante Perú, que aun así le acabó remontando (3-2), los de Troussier fueron troceados por Paraguay (4-0), en un partido en el que quedaron muy expuestas todas sus deficiencias competitivas. En el último cruce, un empate ante Bolivia, maquilló algo la desvergüenza, aunque llegados a ese punto, y tras toda la apatía sembrada, ya eran muy pocos los que aún sostenían la teoría de que los japoneses habían desembarcado en Sudamérica con el fin de mejorar.
Por una razón u otra, sigue siendo un gran misterio saber qué le vio Japón a la Copa América (o viceversa) para que hace algo más de quince años decidiera hacerle una visita oficial en pleno mes de julio. Algo bonito sería, seguro, pues los rumores de retorno se dispararan cada vez que se planifica una nueva edición. Sonó para el 2015, pero este verano, finalmente, en el capítulo de las invitaciones no habrá rarezas mayúsculas. Por un lado estará México, un clásico del certamen, que además puede presumir de ser la selección no perteneciente a la CONMEBOL que mejor currículo ostenta en el torneo (dos subcampeonatos y tres bronces). Y por otro lado emerge una debutante, Jamaica, que aterrizará en Chile con poca presión y muchas ganas de dar que hablar. La historia del fútbol en la pequeña isla caribeña bien merecería otro artículo profundo y más sosegado. Sin embargo, permítanme un spoiler que va de perlas para cerrar este escrito: la única victoria que han conseguido los jamaicanos en un Mundial, precisamente, fue ante nuestro querido Japón.