A sus 37 años, Walter Pandiani continúa pensando en el fútbol. Se resiste a abandonar la vida que tantas alegrías le ha dado y que le ha permitido compartir vestuario con su hijo Nicolás. Su nuevo destino le acerca a sus raíces. Ha viajado a Montevideo donde se ha reunido en diversas ocasiones con Eduardo Pisoni, de la Comisión de Contrataciones de Danubio. Las negociaciones no están siendo todo lo fáciles que esperaba puesto que el delantero debería rebajarse en un 45%, aproximadamente, sus pretensiones económicas si quiere formar parte del nuevo proyecto.
A lo largo de las últimas semanas son múltiples los destinos que se le han asignado. Su intención era ir a Peñarol pero no había hueco para él. Deportivo de la Coruña y Mallorca, descendidos, deseaban su incorporación. Incluso le llegó una oferta verbal de un club de Emiratos Árabes. Él mismo ha reconocido el interés, poco fructífero, de Barcelona Sporting Club y Emelec. Su futuro aún está en el aire, al igual que las dudas generadas sobre lo que aún puede aportar a una plantilla de cierto nivel.
Walter se ha ganado el cártel de jugador peculiar por su carácter dentro y fuera de los campos. Sus goles, como un hat-trick anotado al Real Madrid, han pasado a un segundo plano cuando sus excentricidades han hecho acto de presencia. Acudir a los entrenamientos en camión ha sido una de ellas. Mientras el resto de compañeros de la Liga acuden en lujosos coches, él sorprendió en la temporada 2000/01 haciéndose con una cabeza tractora que ahora guarda en Barcelona. Para conocer esta afición hay que remontarse a su infancia, cuando su padre trabajaba con un camión en el alumbrado público de Montevideo. En numerosas ocasiones le acompañó, llegando a dar sus primeros giros de volante a los once años. Tan solo necesitó dos años más para controlarlos a la perfección.
Sin embargo, por sus venas corría la sangre de un futbolista. Antes de serlo, trabajó de basurero pero sus goles le apartaron de aquella vida. Comenzó siendo un jugador muy técnico como interior zurdo, con el ‘diez’, pero un día le pusieron de delantero. Desde entonces, y sin saber realmente por qué, se dedicó a jugar de espaldas a la portería. Inició su carrera en el club Basáñez, que le abrió las puertas de Peñarol en 1998. Tras dos años en el club de Montevideo, Pandiani puso rumbo a España donde militó en el Deportivo de La Coruña, Mallorca, Espanyol –donde personalizó un camión con su apodo, el “Rifle”, una bandera de Uruguay, el escudo del Espanyol, el de Peñarol y el número 20, con el que jugaba en el club catalán– y Osasuna. Además de haber jugado en el Birmingham City inglés.
Su última temporada ha estado acompañada de sombras más que de luces. Comenzó en Segunda División. El Villarreal se hizo con los servicios de los Pandiani, ya que tanto padre como hijo pasaron a formar parte de la entidad. El patriarca para el primer equipo y Nico para el Villarreal C del Grupo VI de Tercera División. Al ver que el club no contaba en exceso con sus servicios y que el propio Marcelino García Toral le comunicó que le estaban buscando una salida, vio con buenos ojos rescindir el contrato para recalar en el Atlético Baleares en el mercado invernal. Dos goles en 17 partidos era la meta que debía traspasar para superar los registros del club del que se despedía.
Para ello, tuvo que bajar un escalón en la categoría pero ganaría por tener de compañero de vestuario a su hijo, a quien le dobla en edad pero no en ilusiones. “La cercanía de mi casa y de los míos, en Barcelona, y la posibilidad de poder jugar con mi hijo me hicieron decantarme por esta oferta. Jugar junto a él es un sueño que está a punto de cumplirse“, declaró el delantero cuando se conoció su fichaje. El ariete uruguayo y su hijo no solo han hecho historia en el Atlético Baleares por su condición familiar, sino por ser el fichaje más caro del club.
Nico, alejado del gol
Nico Pandiani no ha heredado de su padre la pasión por los vehículos grandes, pero sí por el fútbol. Le ha transmitido su carácter y entrega aunque con dudosos resultados. Tiene claro que de vestir el color de un país sería el celeste. A pesar de que podría jugar con España e Italia, él prefiere Uruguay: la selección que le emocionó por primera vez y, quizás, con la que conseguiría algo que al ‘Rifle’ se le resistió. Como todo hijo siempre ha querido ser como su progenitor. En su casa se respiraba fútbol. Aprovechaba cualquier momento para tratar de quitarle el balón de los pies, aunque apenas supiera andar. Por este motivo no siguió sus pasos como delantero, sino que se formó en labores más defensivas, tratando de evitar los goles que su padre le marcaba.
Su posición natural es la de medio centro defensivo pero también ha jugado como lateral derecho y defensa central. Es fuerte, rápido y ágil al corte y posee un buen toque de balón. Destaca por su proyección ofensiva cuando juega como lateral. A pesar de ser defensivamente completo, muestra carencias típicas de la edad y la inexperiencia. Con menor calidad que Walter, pretende trabajar duro para labrarse su propio futuro dentro del fútbol. No lo tendrá nada fácil.
Conforme han ido pasando los años, los sueños de Walter Pandiani se han ido cumpliendo. Conducir un camión, ser futbolista profesional, marcar más de 100 goles y compartir vestuario con su hijo son algunos de ellos. El siguiente paso es retirarse jugando con él en Peñarol. Considera que aún le quedan tres temporadas en activo, a lo largo de las cuales espera hacer realidad sus deseos, por muy complicado que lo tenga. De lo que no hay dudas es que, allá a donde vaya, posiblemente sorprenderá peleándose con algún compañero en un entrenamiento como le sucedió con Luque; intentará meter a un periodista de algún medio en un contenedor; podría llegar a las manos con un rival durante los partidos o mostrará ese carácter que le ha convertido en un delantero único e inimitable.