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Lediakhov: el dandi irascible

Elegante, técnico, pasador. Pero también indomable, polémico y gandul. Recordamos al que tal vez fue el último gran ídolo de El Molinón en Primera

LEDIAKHOV SPARTAK MOSCU SPORTING 93-94 A 96-97

Fue un árbitro, Manuel Díaz Vega, el primero en detectar su enorme talento. En 1992 le tocó dirigir un partido de la vieja Recopa entre el Liverpool y el Spartak de Moscú y comprobó en directo cómo un tipo de 24 años se movía por Anfield con la elegancia de un bailarín ruso. A su vuelta a Asturias, Díaz Vega lo comentó con algunos amigos: así empezó a fraguarse la llegada de Igor Anatolyevich Lediakhov al Sporting de Gijón.

Aterrizó en el verano de 1994 y no tardó en enseñar su catálogo futbolístico: en su primer partido, tumbó al Barça de Cruyff con una exhibición. Elegante y muy técnico, con una gran visión del juego y un temible disparo de media distancia, Lediakhov se movía por la zona de la media punta como por el salón de su casa. Fue probablemente el último gran ídolo de El Molinón en Primera División, pero sus nueve años en Gijón fueron como una telenovela; con sus encuentros y desencuentros, cabreos y reconciliaciones. Se ganó fama de pesetero y de gandul: “Solo juega por donde da la sombra”, comentó un cronista en una jornada de calor. Otro periodista dedicó un artículo entero a desgranar su calentamiento en un partido ante el Celta: estaba tan cabreado por no ser titular que apenas se movió.

Sufrió en primera persona el descenso de 1998, cuando el Sporting batió récords negativos en Primera, y se tuvo que ir cedido unos meses al Yokohama Flügles de Japón. Regresó poco después, pero ya nada volvió a ser igual. Su volcánico carácter empañó demasiadas veces su inmenso talento, como cuando empujó al árbitro Téllez Sánchez tras ser expulsado en Albacete, ya en Segunda. Le cayeron seis partidos de sanción. Poco a poco, sus entrenadores dejaron de confiar en él: su declive coincidió con la irrupción de David Villa. Al verse apartado del equipo, Lediakhov demandó al Sporting y el juez le dio la razón: el club tuvo que pagarle más de 400.000 euros.

Fue tan sutil con el balón como insolente sin él; como si el hecho de haber nacido en mayo del 68 le hubiera inoculado en las venas una rebeldía innata. Pasó fugazmente por el Eibar (19 partidos, un gol y una expulsión) antes de retirarse para iniciar su carrera como director deportivo y entrenador.

 


Este artículo fue extraído del #Panenka77, un número que todavía puedes conseguir aquí