PUBLICIDAD

La palabra final la tiene el señor

Colombia y Chile quieren ver a Perú caer. En la certidumbre, aparecen los rivales. Un estilo muy peruano de enfrentar el fútbol. La política. La vida en sí

Cuando nos prometimos vernos en abril, ya no quedaba vino en la botella. Era una noche fría de enero en Nueva Jersey. Besé a mi padre en la mejilla y mi madre al abrazarme susurró, “los planes son del hombre, la palabra final la tiene el Señor”. 24 horas después, mientras esperaba por Carolina en el pasadizo de un teatro de Manhattan, escribí en mi libreta Moleskine:

El Fantasma [de la Ópera]. Villano, compositor, máscara, enamorado de Christine. Rostro deformado. ¿[Gianluca] Lapadula? ¿La máscara? ¿Estoy enfermo? ¿Compararlos?

En el camino de regreso al hotel pensé en otra oración: ‘hijo de inmigrante, es del país de su madre’. Pasada la medianoche, Carolina se durmió y yo empecé a escribir un perfil sobre Lapadula. Al cabo de varios párrafos, decidí esperar por un gol suyo frente a Colombia. Contra Ecuador. Versus Uruguay. Nada. De manera que el texto cambió, como cambiaron tantas cosas desde aquel 2017 cuando Perú volvió a un Mundial después de 36 años.

Ecuador vs Perú, 5 de septiembre de 2017 

El analista deportivo del canal de televisión, para el cual era practicante, advertía que Perú venía en racha positiva desde aquel triunfo en Asunción el 10 de noviembre de 2016. No hacía caso por dos simples razones. La primera: odiaba el fútbol. No miento. Lo odiaba tanto porque ver a quienes fueron compañeros y rivales resultaba en noches de nostalgia. La segunda: Donald Trump. Días póstumos a su victoria presidencial, el 8 de noviembre de 2016, prometió deportar a millones de inmigrantes indocumentados, entre ellos amigos y familiares.

El fútbol dejó de ser una prioridad. Sin embargo, era 5 de septiembre de 2017. Debía responder llamadas de personas con algún problema digno de investigar. Pero esa tarde jugaba Perú. Hablaba por teléfono cuando Camilo, el otro practicante, señalaba la televisión: era el primer tanto peruano, el de Edison Flores. No contuve la emoción en el segundo gol, el de Paolo Hurtado. Corrí. Grité. Presumí que varios de esos muchachos, en camisetas blanquirrojas, fueron amigos míos. También dije que conocía a Daniel Peredo, quien en la locución evocó una frase histórica al término del partido: “¡Gloria a Perú en las alturas!”.

Uno de los jefes atestiguó el acto y me citó a su oficina de inmediato. No me despidió porque pensó que ese fervor, con el que había celebrado, podría traducirse a la televisión. A pedido suyo, abandoné las llamadas y lideré un proyecto casi mundialista: convencer a los caribeños de ver fútbol tanto como los sudamericanos en Nueva York.

A un mes de esa victoria en Quito, Perú empató a cero en Buenos Aires y era quinto en las eliminatorias. Argentina, sexta, estaba virtualmente eliminada. Chile, tercera, pensaba en la Copa del Mundo de 2018 en Rusia. Aunque la palabra final no le correspondía.

Perú vs Colombia, 10 de octubre de 2017

En la noche del 10 de octubre de 2017 quise ser futbolista, pero no era nada más que un practicante. Acompañé al analista deportivo a la previa del Perú-Colombia en un restorán en Nueva Jersey. El aroma de los licores era cautivador: una mezcla de pisco y aguardiente.

El gol de James Rodríguez complicaba la clasificación para Perú porque dependía, en ese escenario, de otros resultados. Y esos resultados sucedieron: Chile perdía 2-0 en Brasil y Paraguay sufría contra Venezuela. También llegó el tanto peruano: Paolo Guerrero tiró al arco cuando el árbitro Sandro Ricci señalaba el tiro indirecto y Peredo lo aclaraba en la locución. No asocié lo improbable con un deseo divino, pero pensé en el señor. En ese que mi madre menciona desde siempre y que, quizás, le dijo esa noche al portero David Ospina: “Tócala”.

Grité y abracé a un hombre que no conocía en el restorán. El analista deportivo me miraba enojado desde su posición en el que intervendría para el noticiero local. En ese instante caí en cuenta que era, después de todo, un aficionado como cualquier otro que se conmueve con su selección.

A cinco semanas de asegurar el repechaje, Perú venció a Nueva Zelanda en Lima y clasificó a un Mundial. No ocurría desde 1982. Mi plan: demostrar que el analista deportivo podía ser yo. De modo que organicé un repertorio de entrevistas con amigos futbolistas y conocidos periodistas. Uno de ellos era Peredo.

Sin embargo, en la Navidad de 2017, el entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski indultó al ex mandatario Alberto Fujimori condenado por violación a los derechos humanos. Empecé a redactar notas de índole política. Luego de inmigración. El fútbol, una vez más, dejó de ser prioridad.

Nunca entrevisté a Peredo, pues murió en febrero. Kuczynski renunció al cargo en marzo y Martín Vizcarra asumió el poder. El mundial lo vi sobre el sillón en el que dormí durante ese verano norteamericano y según las estadísticas en el canal, pocos caribeños lo sintonizaron. Meses más tarde, me despidieron.

(Extracto del perfil incompleto) Lapadula & All The President’s Men I

En su único partido con la selección italiana, Gianluca Lapadula anotó tres goles a San Marino. Se trataba de un partido amistoso. Por lo que tres años después, Ricardo Gareca lo convocó para que defendiera el país de su madre a vísperas de la doble fecha ante Chile y Argentina. Tras más de 20 horas de viaje, pisó Lima la noche del 8 de noviembre de 2020. Era el inicio de un mito. No hablo de fútbol.

La mañana siguiente, cuando el italoperuano debía procesar su pasaporte vino tinto, 105 congresistas votaron a favor de la destitución del entonces presidente Vizcarra por su “incapacidad moral permanente”. Su reemplazo, el jefe del Congreso Manuel Merino, juramentó como su sucesor y a los cinco días renunció. La palabra era entonces de los legisladores: Francisco Sagasti fue elegido presidente transitorio hasta las elecciones generales en julio de 2021. Siete días. Tres presidentes.

Colombia vs Perú, 28 de enero de 2022

Era el fin de unas vacaciones con Carolina en Nueva York, donde alguna vez fui practicante en una estación de televisión. Hambrientos esperábamos el vuelo de regreso a California. No recuerdo si comimos hamburguesas. Pero recuerdo bien las estadísticas: Colombia disparó al arco de Gallese 30 veces y contó con un 69% de posesión a su favor. También recuerdo el gol: Cueva condujo hasta el círculo central, desde donde le pegó al balón para que viajara, a ras del piso y entre Yerry Mina y Steven Alzate, hasta Flores, quien controló a toda marcha, alzó la mirada y remató fuerte al palo derecho de Ospina.

Grité. Esta vez no corrí. Solo grité. Grité tantas veces como pude y quienes comían en el interior de ese restorán en el Aeropuerto Internacional John F. Kennedy de Nueva York miraban sorprendidos como si no entendieran de pasión.

Con esa victoria en Colombia (que no sucedía desde el 2001), Perú escaló al cuarto lugar detrás de Brasil, Argentina y Ecuador. Ya en el avión, leí las notas que escribí en el teatro mientras esperaba por Carolina, ahora dormida sobre mi hombro. Pensé que Lapadula anotaría en Lima frente a Ecuador en unos días. Hice una pausa a ese perfil que planeaba escribir. Leí entonces. Busqué noticias. Un ensayo publicado en el New York Times en ese 28 de enero decía: “¿El presidente Vladimir Putin irá a la guerra contra Ucrania?”.

Perú vs Ecuador, 1 de febrero de 2022

Canté el himno y fui a la cocina por una cerveza. Busqué el abrebotellas, de pronto escuché un grito de gol en la televisión. Corrí a la sala, emocionado. No quería perderme el tanto peruano. Estaba equivocado. Eran los ecuatorianos quienes se abrazaban antes de que el reloj marcara los dos primeros minutos reglamentarios.

Perú llevaba cuatro partidos sin perder frente a Ecuador por las eliminatorias. Venía de sumar nueve puntos de nueve posibles. Era natural, y justificable, pensar que Perú podía ganar en Lima y afianzarse en un cupo directo a Catar. Pero la narrativa peruana parece ser la misma cada proceso mundialista: en la incertidumbre ¿en quién hay que confiar? Como lo dice también su historia, su política.

No recuerdo si era la cuarta cerveza. Pero recuerdo bien el gol: Advíncula recogió un rebote y desde cerca del borde del campo centró, el balón viajó hacia el otro lado del área chica donde Flores se elevó y en el aire metió un frentazo. Empate a uno.

Pasaron cinco años (y cinco presidentes) desde que Perú clasificó a la Copa del Mundo en Rusia, hoy una nación sin fútbol y sin corazón. La disputa es similar a aquella vez: Perú y Chile pelean por la repesca. Ninguno de los dos piensa en Catar porque la palabra final la tiene el señor. Ese señor que mi madre hacía referencia esa noche de 26 de enero cuando nos prometimos volver a vernos en abril. No es abril cuando escribo este supuesto final. Es 24 de febrero. No es Nueva Jersey, tampoco Nueva York. Es Georgia, al sur de un país que no es de Trump. Mi madre está sentada frente a mí, triste porque mi abuelo falleció. Ya no queda vino en la botella.

Lapadula & All the President’s Men II

Atención señor presidente, pronto llega Lapadula. Dice su memoria. Lo que el presidente piensa de la llegada de Lapadula, dice más del presidente que de Lapadula. Recuerda su consciencia. Esto es un inicio ficticio como el mito sobre Lapadula, pero los hechos marcan lo siguiente: cuando Lapadula arribó a Lima el 20 de marzo, el mandatario Pedro Castillo sabía que en ocho días acudiría al Congreso a ejercer su defensa frente a la moción de vacancia presentada en su contra. Antes, vería el Uruguay-Perú, el último, quizás, como presidente.

Dos momentos trascendentales ocurrieron en el partido: Giorgian Arrascaeta apareció en el área chica para recoger un rebote ante la preocupación de siete peruanos metidos en su arco y el disparo de Miguel Trauco cuyo trayecto obligó al guardameta uruguayo a retroceder apurado para evitar un empate. De esta última situación surgió una polémica ¿Fue gol? ¿Realmente importa si es gol ahora? Los reclamos no borran el daño, tampoco el remedio obligatorio: ganar a Paraguay este martes, en el cierre de eliminatorias con otros dos países con chances de conseguir la repesca. Colombia y Chile quieren ver a Perú caer. En la certidumbre, aparecen los rivales. Un estilo muy peruano de enfrentar el fútbol. La política. La vida en sí.

Hace unas horas, el Congreso no aprobó la vacancia contra el presidente Castillo por “incapacidad moral permanente”. No se alcanzaron los 87 votos para destituirlo, sin embargo algo quedó claro: un Perú fracturado. Pienso en un tweet de antaño, en el que un hombre sostiene una pancarta: “un país que le exige más a un futbolista que a un político está condenado a la mediocridad”. No refuto la historia, pero confieso, sin un afán exagerado: ¿no es la victoria, el gol tan esperado, la clasificación a un Mundial el alivio temporal a un agobio pertinaz?

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Imago.