PUBLICIDAD

La lucha de Túnez contra su pasado

La selección de Túnez buscará hacer historia en el Mundial en un partido que evoca su pasado colonial y los lazos de su plantilla con Francia

Se dice mucho eso de que uno no es de donde nace, sino de donde pace. Por trasladarlo a una lectura más simple, es más importante dónde y con quien te sientas bien que el lugar donde te tocó nacer, por tradición o por simple azar. Dentro de este Mundial, ya de por sí lleno de matices sociopolíticos, ya se han vivido varios choques interesantes más allá de la pelota. Por intereses, viejas rencillas o lazos, hay partidos de fútbol que nos hablan de las relaciones geográficas, políticas o sociales de aquellos que portan las banderas en las gradas o animan desde casa. En uno de los muchos recintos de nueva creación, el Estadio de la Ciudad de la Educación, Túnez y Francia se medirán en el césped con un punto de rivalidad más allá del fútbol.

En 1881, Francia, una de las grandes potencias europeas y uno de los países con mayor interés de expansión en el norte de África, le ganó la partida a Italia por el control de Túnez, una antigua región del Imperio Otomano que se extendía desde tiempos de la Antigua Roma. El control, centrado casi únicamente en los intereses estratégicos del emplazamiento tunecino, unió en gran medida a ambas naciones durante casi un siglo. Hasta marzo de 1956, Túnez no fue de nuevo un país completamente independiente. Como suele ser común, esos lazos se proyectaron hacia el futuro y muchos de los hijos de esa relación buscaron acomodo y una vida mejor en la conocida y afín Francia, una Francia que se estaba levantando de nuevo con una reconstrucción necesaria tras la Segunda Guerra Mundial.

En 2022 suena rara esta historia de antiguas conquistas, sociedades reconstruidas y nuevos retos independientes para las colonias del norte de África, pero desde ese marzo de 1956 han pasado diez años menos que desde la ocupación francesa de Túnez y su independencia posterior. Y los lazos, tan lógicos sobre las páginas de una enciclopedia o un libro de historia, empapan los días de fútbol que vivimos a kilómetros de distancia de la capital tunecina y de la París francesa. En los alrededores de Doha, en un estadio construido por otros obreros que buscaron una vida mejor en un país que les trataba peor (y que de manera irónica apela a la educación), Túnez y Francia se verán de nuevo las caras.

Con la clasificación aun posible para la selección de Túnez, que no ha podido sumar más que un sorprendente empate ante Dinamarca en la primera jornada, Francia espera a su rival desde la tranquilidad de haber sumado ya seis puntos y haber aclarado de manera sencilla su pase a octavos de final antes de tiempo. Los Griezmann, Giroud, Tchouaméni y compañía solventaron de manera clara su superioridad en un Mundial que tiende a poner al equipo galo de Deschamps la etiqueta de favorito. Evidentemente, por su condición de vigente campeón del Mundo, pero también por las buenas sensaciones que despierta, hoy por hoy, su fútbol.

 

En los alrededores de Doha, en un estadio construido por otros obreros que buscaron una vida mejor en un país que les trataba peor (y que de manera irónica apela a la educación), Túnez y Francia se verán de nuevo las caras

 

En la plantilla de Túnez, diez jugadores han nacido en suelo francés. Algunos de los que podríamos tildar, además, de mejor valorados. Los que mejores carreras están firmando y los que más futuro o tradición tienen dentro del equipo nacional. Ellyes Skhiri, uno de los grandes nombres de la selección tunecina, de 27 años de edad, nació en Lunel, una localidad cercana a Montpellier. Inició su carrera allí, desde su cantera hasta el primer equipo, donde sus buenas condiciones le llevaron a firmar por el Köln. Hoy juega en la Bundesliga. En Francia aún actúan jugadores como Montassar Talbi (Lorient), Ali Abdi (Caen) o Wahbi Khazri (Montpellier). De esos tres, dos también son nacidos en Francia, Talbi en París y Khazri en Ajaccio.

Cerca de la capital de Francia, que hoy posee un equipo lleno de estrellas salidas del capital de Catar, nacía Aïssa Bilal Laïdouni. Es uno de los héroes de la grada tunecina, que destacó ante Dinamarca por celebrar fervientemente una entrada exitosa en el centro de la cancha. El jugador nació hace 25 años en Livry-Gargan, en el conocido departamento de Saint Denis. En esa realidad, jugando en el Angers, Laïdouni se fue haciendo un nombre como centrocampista. Hoy, actúa con solvencia en el Ferencváros húngaro, con el que ha llegado a jugar partidos de Champions League. Sólo dos años después del nacimiento de Laïdouni, nacía en Bondy, a sólo una hora a pie de ese mismo lugar, un muchacho llamado Kylian Mbappé. Pero este no creo que necesite ninguna presentación. Dos vidas alejadas por apenas cinco kilómetros, con destinos bien distintos.

Se puede entender que la gente no quiera mezclar churras con merinas, como se suele decir, cuando se habla de fútbol y de política. Se las trata como si fueran agua y aceite. Como si pudieran o debieran convivir sin conocerse. Tú a Londres y yo a California. Pero el día a día, muy a menudo en esa locura llamada Mundial, nos enseña que esa distancia máxima de separación de las personas que calculaba el húngaro Karinthy en Chains quizá se pueda hacer muy larga. Que habitar este vasto mundo durante siglos y siglos puede hacerse muy pequeño y las historias, al final, acaban cruzándose. Y será en Doha, capital de Catar, con una clasificación compleja (pero posible) en juego, donde la selección africana luchará, entre los muros del reluciente Estadio de la Educación, contra esa otra selección a la que un día algunos de los mejores hombres de Túnez renunciaron.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Getty Images.