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La batalla por ser el primer club campeón del mundo

Peñarol-Real Madrid. Real Madrid-Peñarol. Un doble duelo que debía servir para conocer al mejor equipo del mundo. Y así es cómo acabó.


En 1960 surgieron varios torneos de prestigio internacional, entre ellos la Copa Intercontinental. Para conocer al primer campeón del mundo se tuvieron que medir el vencedor de la Libertadores, Peñarol, y el pentacampeón de Europa, el Real Madrid. Y no, no hubo sorpresas.


Nivardo Pina era un hombre lleno de ilusión, sentía anhelo por el gol. Aquel 4 de septiembre de 1960 sabía en qué portería iban a suceder las cosas, era una especie de hechicero. Pero no ejercía de brujo, fue uno de los corresponsales del diario Mundo Deportivo que presenció el partido de vuelta de la primera Copa Intercontinental. Qué expectación rodeaba al Santiago Bernabéu. ¡De aquel duelo iba a salir el primer campeón del mundo! Se acabaron ya las acaloradas discusiones de bar, se terminaron ya aquellas afirmaciones sin fundamento alguno. Allí, en el coliseo blanco, se iba a decidir quién era el mejor equipo del planeta. El Peñarol de Montevideo contra el Real Madrid. Nivardo Pina observó cómo los fotógrafos también poseían el arte de predecir. Antes del inicio del partido se situaron detrás de la portería del conjunto uruguayo, como si ellos también hubieran bebido de la poción mágica.

Pero no nos adelantemos. Vayámonos un tiempo atrás, a la época en la que se empezó a gestar la Copa Intercontinental. Henri Delaunay fue el gran culpable. Este francés era un visionario, además de secretario general de la UEFA, y apostó por un formato que nos llevaría a conocer quién era el mejor equipo del mundo. Además, la Eurocopa fue ideada por él en 1927, y aunque no se disputó hasta años después, el trofeo lleva su nombre. Fue toda una eminencia que, lamentablemente, falleció antes de ver a sus creaciones ponerse en marcha. La muerte de Henri, en 1955, hizo que su hijo, Pierre, cogiera el testigo al mando de la UEFA. Aquel mismo año la Copa de Europa echó a rodar, así que en el Viejo Continente ya se pudo conocer qué equipo era el más fuerte. Pero claro, en América no existía ese debate, no había una competición que lo atestiguara. Delaunay hijo cruzó el charco para reunirse con los diferentes dirigentes del fútbol sudamericano y así contarles cuál era su idea. Los más difíciles de convencer fueron los uruguayos, que no querían que una competición hiciera sombra a la Copa América, el torneo de selecciones más antiguo del mundo. Así pues, tras varias discusiones, en 1960 se produjo un triple parto: la Copa de Campeones de América, la Copa Intercontinental y la Eurocopa. La CONMEBOL dio luz verde al gran torneo de clubes de América.

 

Más de 50 periodistas de todo el mundo acudieron a la capital uruguaya para presenciar el choque. Numerosos españoles exiliados fueron al estadio

 

En la primera edición de la Copa de Campeones de América (actual Copa Libertadores) participaron únicamente siete equipos. Representaban a Brasil, Bolivia, Colombia, Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile. La federación que se había opuesto a la creación del torneo terminó levantando la copa. Peñarol derrotó en la final al Olimpia paraguayo. Los aurinegros conquistaron las primeras dos ediciones del torneo. América ya tenía campeón y Europa llevaba con él un lustro, el duelo no se hizo esperar. Por aquel entonces se le tenía gran respeto a los uruguayos, pese a que el Real Madrid venía de conquistar cinco Copas de Europa de forma consecutiva. El formato de la final era a doble partido, el primero en Montevideo, un 3 de julio, y el segundo en Madrid, dos meses más tarde. Gento aún recuerda la “salvajada” de aquel viaje: duró 36 horas. En Uruguay el partido se veía como un amistoso de lujo, y su interés era relativo. Ahí estaban el primer argentino, Linazza, y el primer brasileño, Salvador, campeones de la Libertadores. Además del aún hoy máximo goleador del torneo sudamericano: Alberto Spencer.

Más de 50 periodistas de todo el mundo acudieron a la capital uruguaya para presenciar el choque. Numerosos españoles exiliados fueron al estadio, y pudieron ver “un partido en extremo caballeroso”, como recoge la crónica de La Vanguardia. A las 15 horas y 32 minutos, ni un segundo más tarde, arrancó el partido de ida. Para Manolín Bueno aquel duelo no suponía uno más. Manolín era el suplente de Gento y fue titular en Uruguay debido a la lesión del cántabro. Era una época en la que no había cambios, y teniendo a Gento por delante le fue imposible tener continuidad en el césped. Imagínense lo que debió suponer ser el suplente de un tipo que jugó todo durante 12 temporadas, casi como serlo hoy en día de Messi. No se movió el marcador, todos dieron por bueno el empate entre una intensa lluvia. Pesaron las piernas por el mal estado del terreno de juego y el cansancio debido a la inactividad de los jugadores en aquella época del año. Todo se iba a decidir en Madrid.

De vuelta al 4 de septiembre de 1960, allí estaba Nivardo Pina junto a su compañero Luis Lainz. Corrían los fotógrafos detrás del guardameta Maidana como aquel que corre a por agua cuando tiene sed. La posterior crónica hacía la siguiente reflexión: “No participaron en la Copa Intercontinental de clubes los africanos, asiáticos u oceánicos. Pero es que cabe preguntarse, razonadamente, si existe un fútbol calificado en esos tres continentes o en los casquetes polares a la digna altura de los dos grupos de naciones que marcan la pauta en el viejo y en el nuevo mundo”. Curioso pensamiento. Y Nivardo, como buen visionario, acertó. A los ochos minutos el equipo madrileño ya iba 3-0. Fue un huracán. Los jugadores uruguayos no sabían por dónde les venía el viento. Puskas, Di Stéfano y Del Sol hacían las delicias de un público muy entregado… Aunque poco a poco la afición se fue apagando, contraponiéndose al juego de su equipo.

 

Habían venido a ver el combate del siglo, la batalla definitiva, y se habían encontrado con que solo uno se había presentado en el ring. Les asombró que la mística de la garra charrúa no apareciera por ningún lado

 

Habían venido a ver el combate del siglo, la batalla definitiva, y se habían encontrado con que solo uno se había presentado en el ring. Les asombró que la mística de la garra charrúa no apareciera por ningún lado. Quizá, como también le ocurrió a los aficionados de Peñarol en el partido de ida, sintieron aquel duelo como un mero amistoso de lujo. La primera mitad se jugó con un balón de Peñarol, y la segunda, con uno del Real Madrid. Menos mal que los uruguayos habían salido con un cuero de su propiedad. El marcador señaló un 4-0 tras los primeros 45 minutos con doblete de Puskas. El gran protagonista del segundo acto fue Gento y sus cabalgadas por la banda izquierda. Coronó su gran actuación con un golazo que volvió a levantar el ánimo de una afición aborrecida por el resultado.

“Los uruguayos, como casi todos los sudamericanos con la excepción de Brasil, juegan un fútbol técnico en el que se menosprecia más de lo debido el valor de la moderna táctica”, recogía otra crónica que trataba de explicar el porqué del juego ‘charrúa’. Spencer, a diez minutos para el final, anotó el único gol de los visitantes. Aplaudió el público y lo celebraron los aurinegros, al menos lograron un premio en aquella funesta tarde. Nivardo bajó a los vestuarios y allí no encontró ninguna fiesta. Los jugadores del Real Madrid dieron por corriente una victoria histórica. Hasta habían jugado con una camiseta sin su escudo, portaban el de la UEFA. Con el paso de los años el torneo fue perdiendo fuerza. El Ajax se negó a jugarlo debido al viaje y la violencia y, en una ocasión, el Milan fue recibido con café ardiendo lanzado desde las gradas. Incluso el Atlético, que no había sido campeón de Europa, logró levantar la Intercontinental. Años más tarde, Toyota compró la copa y repuntó en las finales de Tokio, pero a partir de 2005, cuando la FIFA tomó el mando, volvió a decaer.

Resulta paradójico que la reflexión que hicieron los periodistas aquel 1960, sobre lo inimaginable que era ver a equipos de Oceanía, Asia o África compitiendo por este título se haya convertido en el actual formato. Ser campeón del mundo sigue teniendo su prestigio pero perdió la esencia de los viajes y relatos de Nivardo Pina.

 


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Fotografía de agencias.