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La Argentinidad y el fútbol, por Eduardo Sacheri

Heredero directo de Fontanarrosa, el escritor y profesor Eduardo Sacheri nos retrató en el #Panenka25 con sutileza e ironía al argentino medio

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El autor de La pregunta de sus ojos, novela que inspiró el guión de la oscarizada El secreto de sus ojos, nos respondió con sutileza y brillantez en el #Panenka25 a la cuestión última. Argentina y el fútbol. El fútbol y Argentina. ¿Por qué?


 

A veces la idea me emociona. Otras veces, me avergüenza. En ocasiones, me limito a constatarla. Pero es indudable que para los argentinos el fútbol es una de las cosas más importantes de la vida. Hoy, que lo escribo, opto por avergonzarme. Mientras otras sociedades luchan por las libertades civiles, o por salir de la pobreza, o por el equilibrio ambiental, nosotros, en este lejano punto austral, hacemos del fútbol una religión sin ateos.

Para colmo el mundo parece encaminarse en nuestra dirección. Como si se empeñase en reforzarnos el síntoma. Fútbol televisado hasta los confines del planeta, jugadores convertidos en celebridades globales, el mundo parece crecientemente contagiado de este virus al que los argentinos hemos sucumbido mucho antes. Desde hace… ¿cuánto hace que los argentinos somos así? Décadas y décadas. Un siglo entero, diría. Desde que los ingleses nos trajeron la pelota, los ferrocarriles y las deudas, a cambio del trigo, la lana y la carne. Los ‘niños bien’ lo aprendieron en los colegios secundarios con sus profesores británicos. Los obreros de los frigoríficos y los changarines del puerto lo aprendieron de los marineros que venían con los barcos.

 

“Si el fútbol nos importa tanto a los argentinos no es porque sí. Nos importa porque nos desnuda, nos representa, nos evidencia”

 

LA ÚNICA IDENTIDAD INVARIABLE

Mientras Argentina crecía, y se poblaba, y se enriquecía, los argentinos aprendían a jugar al fútbol. Soñábamos con un futuro de grandeza. Nos ilusionábamos con la inminencia de una ‘Argentina potencia’. Y entreteníamos nuestros ocios con la pelota. Una sociedad que se mezclaba, que mutaba, que se volvía a mezclar, encontraba en las camisetas de los clubes un ámbito de seguridad y de pertenencia. Vino la crisis del 30 y la Argentina quedó con el culo apuntando al norte y el futuro devastado. Nuestros sueños de grandeza se torcieron. Nos pasamos décadas intentando reflotarlos. Prometiéndonos un futuro deslumbrante que nunca llegó. Todavía hoy, un siglo después, seguimos poco menos que exigiendo que el planeta se acomode a nuestra gloria en ciernes. Pero lo hacemos con una mezcla de solemne indignación e incrédula jactancia.

¿Qué ocurrió con el mundo, que nos ha desperdiciado de este modo? Poco quedó de aquellas esperanzas.

 

“El fútbol es, tal vez, una de las pocas cosas que sabemos que hacemos bien, con todo a cuestas, empezando por nosotros mismos. Por eso lo jugamos, lo vemos, lo discutimos, lo padecemos y lo narramos”

 

Y sin embargo, seguimos jugando al fútbol. Mientras la Historia nos olvidaba, mientras nuestras glorias en ciernes se desbarataban, seguimos jugando. Se multiplicaron los clubes y las ligas. Jugar a la pelota pasó a ser la clave de cualquier infancia digna de tal nombre, la llave de acceso a la calle y al grupo de amigos.

Tomamos al fútbol y lo moldeamos a nuestro estilo. Lo llenamos de gambetas, picardía, temeridad, desequilibrio. Y de individualismo, anarquía, insolencia, indisciplina. Un fútbol de estetas y compadritos. Un fútbol de luces individuales y desmadres colectivos.

Así jugamos al fútbol los argentinos. Así vivimos. Ávidos, insolentes, insolventes, temerarios. Apasionados, inocentes, caóticos, agonísticos. Petulantes, inseguros, vivaces, engreídos. Individualistas, capaces, desconfiados, facciosos.

El fútbol es, tal vez, una de las pocas cosas que sabemos que hacemos bien, con todo a cuestas, empezando por nosotros mismos. Por eso lo jugamos, lo vemos, lo discutimos, lo padecemos y lo narramos. Por eso tenemos escritores como Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano. Ambos crearon ficciones en las que el fútbol es telón de fondo, puerta de entrada, basamento lingüístico para el despliegue de personajes tangibles, certeros y cercanos. Por eso tuvimos periodistas como Dante Panzeri y Roberto Santoro, que supieron usar al fútbol como una mirilla, para ver y entender la sociedad que se movía por detrás.

 

“El fútbol nos aproxima. Una de esas pocas cosas que los argentinos sentimos que hacemos bien. Una de esas pocas cosas que los argentinos, de vez en cuando, sentimos que hacemos juntos”

 

Releo lo escrito y me quedo con la sensación, recurrente, de que he sido muy crítico con mis compatriotas. De que siempre me surge, primero, al hablar de los míos, una desilusión, un desconsuelo. Les pido que sumen entonces esas cualidades a la profusa nómina que ya les ofrecí.

Si el fútbol nos importa tanto a los argentinos no es porque sí. Nos importa porque nos desnuda, nos representa, nos evidencia. Y el fútbol, hasta cierto punto, nos aproxima. Una de esas pocas cosas que los argentinos sentimos que hacemos bien. Una de esas pocas cosas que los argentinos, de vez en cuando, sentimos que hacemos juntos.

 


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Fotografía de Getty Images.