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Ilusiones oxidadas

El de Messi y el Barça es un matrimonio condenado a aceptar su realidad: la de un club que confundió talento con materialismo y legado con pertenencia

“La casa era grande porque nuestros proyectos también lo eran”. Así da comienzo la primera novela de John Fante, Llenos de vida, una mirada satírica del sueño americano de la década de los 50: prosperidad asegurada independientemente del oficio y la clase social. Me parece un principio genial porque actúa como advertencia de un posible revés, de una falsa expectativa. Efectivamente, valga el spoiler, la casa resultó estar infestada de termitas, convirtiéndose en una metáfora de lo insondable, lo irreparable, lo irreversible.

Irreversible. Esa palabra tan terrible por la aceptación que conlleva, por la imposibilidad de resucitar algo ya pasado, por la negación de aquello que parecía eterno. “Creo que Messi acabará su carrera en el Barcelona” eran las palabras que pronunciaba Pep Guardiola el pasado mes de febrero, las mismas que sentía todo el barcelonismo. Era una certeza universal. Quedaría en el epitafio del propio Lionel. Un final que bien podría producirse pero que hoy pierde cierta emotividad a sabiendas del deseo del jugador de abandonar su club de toda la vida.

El biógrafo de Messi estará obligado a dedicar un capítulo a la gran depresión culé de agosto del 2020. Me lo imagino: ‘el lugar estaba caldeado, olía a ruina, a descomposición, podía sentirse el tumulto de un futuro incierto, el aroma de una promesa rota, el fin de una etapa emocionante, la marcha de un héroe…’. Toda clase de pesimismos y desesperanzas que ya nada tenían que ver con un escudo, sino con la razón de ser del aficionado y el existencialismo del fútbol: ¿a quiénes adoramos realmente, a los clubes o a los futbolistas?

 

Lo que no esperaba es tener que renunciar a una ilusionante mudanza para conformarse, a regañadientes, con su casa de toda la vida, aquella que prometía por encima de sus posibilidades pero que, a fin de cuentas, era la suya

 

El fútbol sigue su camino cerrando ciclos de ilusiones, algunas cumplidas, otras perdidas y otras oxidadas. La del One Club Man de Lionel Messi parece que podría quedar en ese último grupo. La historia de un matrimonio de conveniencia, desgastado y condenado a aceptar su triste y vulgar realidad: la de un club estúpido que confundió talento con materialismo y legado con pertenencia. A Leo -menos fútbol- se le concedió todo: estabilidad, una enorme casa, lujosa, adinerada, con sus mejores amigos en ella, y, aun así, se querría marchar. 

Llenos de vida señala un punto de inflexión en el conformismo de aquella clase media norteamericana que terminó estancada en un mismo sueldo y los valores de la familia y el catolicismo a pesar de que -eso sí- gozaban de una fabulosa vivienda. Se mantuvieron, aunque no prosperaron. “Esta es mi casa y no me quiero ir. No significa nada la cláusula ni el dinero. Me muevo por otras cosas. Lo más importante para mí es tener un proyecto ganador”, era la reflexión de Leo Messi hace justo año. A día de hoy, aquellas declaraciones de Leo casi que suenan a retintín, igual que la ironía de Fante.

La familia del novelista, procedente de Italia, jamás se movió de su rancho en Colorado, allí donde subsistió gracias al oficio de la albañilería, de padres a hijos. Excepto John, que escapó a Los Ángeles para dar forma a su secreta y rechazable vocación de escritor. A los genios siempre les ha ocurrido eso. Una agitación interior. Un movimiento. Se dan cuenta. Son diferentes. Especialmente cuando los que los rodean son ignorantes. Aun así, el Fante escritor tuvo que resignarse a las exigencias de su repulsivo padre, el Fante albañil, obsesionado en imponerle su profesión. Retrocedió.

La posteridad que prometía a John el american way of life quedaría totalmente vacía teniendo que volver a preparar la argamasa junto a sus hermanos. “Aunque Messi quizás no sea humano, es bueno que todavía piense que lo es”, dijo una vez Javier Mascherano sobre su amigo y excompañero. Será que lo sigue pensando -para suerte del fútbol- si es que se ha planteado un cambio de aires, un autoanálisis de su potencial, una vista al futuro. Lo que no esperaba es tener que renunciar a una ilusionante mudanza para conformarse, a regañadientes, con su casa de toda la vida, aquella que prometía por encima de sus posibilidades pero que, a fin de cuentas, era la suya.

 


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Fotografía de Getty Images.