PUBLICIDAD

Gerardo Bedoya: un récord incómodo

El colombiano nos cuenta en primera persona lo que significa ser el futbolista más expulsado de la historia. Una fama que ha restado valor a su extensa carrera

Este artículo, firmado por el propio Gerardo Bedoya, está extraído del interior del #Panenka80, que todavía puedes conseguir aquí


 

Todavía recuerdo mi primera expulsión. Fue empezando como profesional, en la ciudad de Manizales, cuando era jugador del Deportivo Pereira. Siempre he tenido un carácter fuerte en la cancha, pero también he sido íntegro: no lesioné nunca a nadie, si bien explotaba cuando rivales y árbitros actuaban deshonestamente. En otras ocasiones, me expulsaban por la fama adquirida, los colegiados ya me tenían la matrícula tomada después de 20 años de trayectoria. Muchos de ellos incluso me mostraban una tarjeta amarilla nada más empezar el partido para así poder tenerme controlado.

Todo ello ha contribuido, lastimosamente, a que ostente un récord que no va con mi forma de ser [ndlr: 45 tarjetas rojas como futbolista en activo y dos más como asistente técnico]. Un récord que a veces me da risa y otras veces me incomoda, porque hace que se olvide todo lo que le di a este deporte. Gané ligas con Deportivo Cali, Independiente Santa Fe y Racing Club, y también levanté una Copa América con la selección colombiana. Pero solo me recuerdan eso. Marqué 28 goles de tiro libre y nadie dice nada. Así que, de alguna manera, esta marca me ha perjudicado bastante.

Cuando fui madurando, las expulsiones ya no fueron tan seguidas. Y aunque algunos clubes importantes me querían en su equipo, porque veían mi nivel, tenían temor a mi conducta. Incluso tuve oportunidades de jugar en Europa, pero al final nada se concretó.

Ilustración de Sr. García

¿Si era duro en el campo? Yo era leal pero fuerte. Un defensa recio pero sin mala intención. Compartí vivencias con muchos jugadores a los que no les gustaba tenerme enfrente, porque en un marcaje al hombre era muy complicado sacarme ventaja. No regalaba nada; trataba de ganar cada pelota. En el fútbol actual las cámaras te dejan vendido y no te perdonan tanto, pero, al final, todo el mundo pega, ¿eh? Sergio Ramos, por ejemplo, es el defensa actual que más me gusta. Ha sido muy criticado, y es verdad que a veces se pasa. Pero me identifico con él porque es una referencia en su puesto, y aunque reparte como otros, todos le matan a él. ¿Y el resto? El resto son obviados. He visto patadas descalificadoras que yo jamás hice como jugador ni él tampoco. Solo en un par de acciones sí me quise desquitar… Pero una acción como la de Salah en la final de la Liga de Campeones, yo sé que Sergio no quiso dislocarle el hombro al jugador del Liverpool.

Luego existe otro factor: hay técnicos que mandan y te ordenan que a tal jugador le pegues y lo ablandes. Pero no para lesionarlo de gravedad. A mí sí me lesionaron, por cierto, pero a la gente le encantaba, porque yo nunca lloraba sobre el terreno de juego. Con el VAR todo esto va a cambiar mucho. En el Mundial de Rusia me gustó porque le dio honestidad al juego, si bien le restó esencia. Porque el VAR también se equivoca. La primera vez que se vio en acción durante el torneo, en el Francia-Australia, hubo un penalti sobre Griezmann que el árbitro no pitó y el VAR, sí. Aún tengo la duda de que lo fuera. Luego, en la Copa Libertadores, Gremio estaba eliminando a River en Brasil, se produce una mano que el árbitro no ve y acaba siendo penalti a favor de River. Pero fue un movimiento del defensor que siempre se dará, ¡no puedes jugar con las manos atadas! Tendrían que haber tenido en cuenta a dónde iba la pelota, y en aquel caso, se dirigía a la tribuna. De haber existido la tecnología en mi época, quizás me hubieran expulsado menos, pero no hubiera dejado de ir al choque. Porque muchas veces también respondía a provocaciones o a una patada de otro.

Si una vez me arrepentí fue en un episodio muy concreto. Ocurrió en una semifinal de la Copa Libertadores. Jugábamos Independiente de Santa Fe contra Olimpia de Paraguay. El equipo no iba bien pero yo sí: estaba siendo el mejor y sentía que lideraba el partido. Con empate a cero en el marcador, el árbitro me dijo que me calmara y lo hice, pero entonces vino uno jodiendo y me expulsó a mí cuando estaba tratando de tranquilizar los ánimos. El que perdió aquel día fue el equipo, caímos 2-0. Siempre recibía reprimendas. Muchas. Me decían de todo. En esa semifinal, el presidente y los directivos me llegaron a decir: “Vos sos un hijo de puta, hubiéramos sido campeones de América”. Me lo he tragado pero no olvido. Me decepcioné conmigo mismo ese día, no dormí, encima me tocó el control antidopaje junto al que me había provocado y casi me peleo con él en la salita.

En los vestuarios de los equipos en los que jugué siempre supieron cómo era. Cuando veía al otro mañoso que pegaba a mis compañeros, yo respondía por ellos. Yo lo esperaba. Una vez, en Cali, fui fuerte contra un jugador de Atlético Nacional y este respondió amenazándome con que me iba a pegar. Le solté un puño cuando el árbitro no miraba pero empezó a sangrar por la nariz y el línier me expulsó.

 

“No estoy orgulloso de mis números, pero tampoco me arrepiento. Fui explosivo pero leal”

 

En otra ocasión me sancionaron tres meses porque pisé a un rival en un clásico ante Millonarios. No le quise decir nada a mi hija, no quería que le contaran lo ocurrido en el colegio, pero al final me di cuenta de que ella sabía todo aunque no me lo reconociera. Se hacía la loca porque en realidad se siente muy orgullosa de mí.

Confieso que trabajé para reducir los cruces de cables que tenía en ocasiones, pero es que nunca pude soportar las injusticias, y en el fondo me gustaba enfrentarme a jugadores temperamentales y cazar peleas honestas, aunque luego muchos acabaran llorando.

Yo era así y no se puede cambiar. Es como pedirle a Messi que sea menos frío. Me gustaría jugar en el fútbol de ahora porque lo ve todo el mundo y se reconoce mejor lo que uno fue.

Con todo, muchas personas de dentro y fuera del fútbol no han querido conocerme fuera de la cancha porque pensaban que era mala persona. Cuando la realidad es que sí, que tengo un carácter explosivo, me gusta ser líder y no acepto las injusticias, pero soy una persona muy tranquila, muy madre.

Ahora me dedico a formar a niños del ’97 al 2005. Me siguen y creen en todo lo que les digo porque les hablo de mis experiencias. Tenemos a un chico al que expulsan siempre y hace poco lo agarré y le conté quién había sido yo. Le dije que no quería que siguiera mis pasos porque me perjudicó. Tengo valores y me escuchan, acaban cambiando. No siento orgullo por ese récord. Arrepentimiento, tampoco. Fue mi vida.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Getty Images.