Admiro a Gennaro Gattuso. Jamás tuvo el pie más fino o las formas más adecuadas, pero admiro la pasión con la que siempre ha encarado la vida. Se trata de una persona sensata, honesta, que basa su día a día en unos códigos que jamás se deberían sobrepasar. Para Gattuso la lealtad o el compromiso humano están por encima de todo. Para él, la traición de un futbolista es equiparable a la que puede hacerle su pareja. Lo lleva todo al límite, pero es consecuente y honesto con sus palabras. Es posible que esos códigos de los que tanto habla y a los que hace referencia constantemente estén en vías de extinción, de ahí su frustración con las generaciones actuales. Gattuso es un hombre de palabra, no dejaría a su novia con una nota sobre la mesa de la cocina y le diría en una llamada de teléfono que las cosas no van bien. El calabrés no es esa clase de persona y de ahí mi profunda admiración.
Cuando en sus botas aún había barro y sus rodillas pedían clemencia ante tanto esfuerzo, leía a Dostoievski antes de cada encuentro. No se trataba de una cuestión relacionada con la literatura o con ampliar su conocimiento, básicamente lo hacía para dejar de pensar en el partido de fútbol que se le venía encima. Una especia de válvula de escape, una paz antes de la tempestad. Gattuso siempre fue un tipo humilde, criado en una familia con pocos recursos. Se ganó sus primeras monedas vendiendo pescado. En cuanto recibió una llamada desde Escocia para firmar por el Glasgow Rangers el miedo se apoderó de su cuerpo. Sí, hasta el bueno de Gennaro ha sentido el miedo. Aceptó aquella oferta básicamente porque el dinero era necesario para su familia, aquel contrato le podía llegar a reportar hasta un millón en cuatro temporadas. Si no es por su padre jamás habría pisado Glasgow.
En el fútbol, como en la vida, no todo van a ser facilidades, genios a los que les rebosa el talento ni caras bonitas. Hay quien llega tan lejos como el más talentoso a base de trabajo, porque el esfuerzo y el sacrificio son también una forma de tener talento. “He sido un jugador que se ha pasado la vida recuperando balones y ahora me gusta que mis equipos jueguen un fútbol ofensivo, que arriesguen y suban con muchos jugadores. Todo lo contrario respecto a cuando jugaba. Eso sí, hay algo en lo que no transijo y eso sigue igual: el respeto por los demás y la pasión”, afirmaba el calabrés en una entrevista concedida a El País. Cada uno quiere lo que no tiene, los gustos de Gattuso son el fiel reflejo del día a día. Si la vida no se asume con total pasión, ¿de qué sirve todo? Te levantas una mañana, ya no tienes pareja y lo cotidiano se convierte en extraño. Adiós a esas proyecciones a años vista. Es el entusiasmo por las pequeñas cosas lo que nos mantiene cuerdos y despiertos, por eso Gattuso sueña despierto.
Pocas veces en su carrera anotó goles, ese privilegio le correspondía a otros, pero cada vez que lo hacía agarraba a Carlo Ancelotti del cuello con total vehemencia. No eran gritos de odio, eran cantos y gestos que le hacían sentir vivo. Así es como se expresan aquellos que en lo más mundano ven una oportunidad, para Gattuso cada día era una oportunidad y un premio que alguien, vete a saber si algún Dios, le concedió vistiendo la camiseta del Milan. Entre los Kaká, Rui Costa, Shevchenko y otros finos solistas se encontraba él puliendo sus tacos y persiguiendo balones como si no hubiera un mañana. Jamás alcanzaría sus controles, sus cambios de juego ni sus definiciones ante el portero rival. Pero eso daba igual, a la guerra debían ir todos y ninguno de ellos quería hacerlo sin el calabrés a su lado. Ahora como técnico es todo un melón por abrir, Nápoles parece una ciudad y un club hechos a su medida aunque quizá esto no sea lo más conveniente. Gritará hasta al propio Vesubio, quién sabe si este se asustará ante el fiero Gattuso y descansará para siempre.