Liverpool respira fútbol, y lo hace de forma pasional, más allá del deporte mercantilizado que puedan ofrecer sus dos equipos en la Premier League. Es un fútbol callejero, canchero, que te obliga inconscientemente a dar patadas a una lata de refresco por la calle, o te exige preguntar en el bar si van a poner un partido de la tercera categoría, aunque sea sin volumen, para no molestar. Un fútbol que se practica en plena Williamson Square con una mini portería y un esférico más propio del balonmano, escoltado por la tienda oficial del Liverpool y los puestos de pins roídos por el escaso sol que muy de vez en cuando se refleja en la torre de Radio City.
El río Mersey parece llevar consigo el deporte más fanático de Inglaterra hasta la desembocadura en el mar de Irlanda, donde empieza a confundirse con el rugby o el hurling. Por el camino, los ‘liverpudlians’ se empapan del aroma del balón, que compite con las clásicas pintas del viernes por la tarde, las que empujan al ‘scouser’ a salir a la calle en manga corta una noche de enero. Esas tardes gélidas de los viernes, las del descontrol de la ciudad, fueron las elegidas por un grupo de mujeres para olvidarse del estrés de tener hijos. Son las seis de la tarde, noche para ellos, ya han terminado su jornada laboral y han dejado de lado su responsabilidad maternal. Antes de un fin de semana de locura en casa, buscan su propio espacio. Se visten de corto, se atan los cordones, y le hacen una cola de vaca a su día a día.
Cuando llegas al Belvedere Academy, en el corazón de Toxteth -uno de los barrios más pobres de la ciudad-, todo el mundo sabe qué es el ‘MumBall’. No hace falta preguntar dos veces, con decir ‘mum’ un joven te guía sin más a la pista de fútbol sala. Allí llegan todas con la lengua fuera, como si hubiesen tenido que batallar en la guerra para llegar al centro deportivo. La primera en asistir, diez minutos antes de la cita, es Catherine, una londinense, madre de dos hijos, que durante la semana está deseando olvidarse de su oficina para sudar un rato. “Es una vía de escape. Te pasas la semana trabajando, cuidando de los niños, de la casa… Estoy deseando que lleguen los viernes para patear un balón”, explica.
‘MumBall’ era solo un apodo, pero el nombre ha atraído a decenas de madres en toda la región. Apenas ocho meses después, han tenido que crear dos equipos más
La diversión empieza cuando llegan Louise y Becki con un saco de balones, petos y unos conos con los que harán sufrir a las participantes. Durante diez minutos, la diversión consiste en darle la vuelta al cono, de manera que un equipo debe dejarlo boca arriba y el rival boca abajo. Quien pierde, corre. “¡No vale quejarse!”, grita Louise, una de las fundadoras, que ejerce de entrenadora. “Soy dura con ellas, pero con cariño. Sé que agradecen la actividad física, no solo el balón”, dice al terminar el calentamiento. Ya han consumido 20 minutos de sesión, va a empezar a rodar el balón y me invitan a unirme a ellas. Acepto sin condiciones, y sin saber que en el fútbol sala que practican nadie corre hacia atrás. Atacar, atacar, atacar… Con esa mentalidad de barrio del ‘ya vendrá el portero a salvarnos el resultado’. “¡Vamos chicas! Hoy tenemos que correr más”, anima la entrenadora. No hay límites, obvian las líneas, todo el suelo es practicable, así que ni hay saques de banda ni de fondo. No hay respiro, ni lo quieren.
Becki Gerrard se mantiene en un segundo plano. Es tímida y apenas abre la boca durante la sesión, como si fuera una jugadora más y no la fundadora. Tenía 16 años cuando dejó de jugar al fútbol por las presiones de su familia, las que obligan a las mujeres a priorizar la formación y el futuro ante un deporte del que difícilmente podrán vivir. Continuó su vida de estudiante hasta que un día se vio tirada en casa tratando de asimilar que había tenido un hijo. Acababa de cumplir 21 años, y era la primera de su entorno en quedarse embarazada. “No podía creerlo, no podía ver el tipo de vida que iba a tener desde entonces. Tenía la mecha muy corta y me enfadaba todo el tiempo, estaba cabreada por no acostumbrarme a tener un bebé”, lamenta.
Fútbol para superar una depresión
Cuando nació el primer hijo de Becki, Joseph, se pasó la primera semana de vida en la unidad neonatal del hospital de mujeres de Liverpool. Pensó que se había perdido los momentos más cruciales de la relación con su bebé. “Tenía que estar con él para lograr un vínculo emocional”, lamenta. “Luché para cuidarle en solitario cuando mi pareja, Chris, estaba en el trabajo. Pero era incapaz”.
Sin darse cuenta, sufrió una depresión post parto, pero no fue consciente hasta que salió de esa situación. Su hermana vio el problema y le animó a unirse a un club de fútbol. “Me hizo sentirme un poco curada de la depresión de repente. No me había dado cuenta de lo grave que era hasta que vi lo bueno que tenía”.
Louise, su mejor amiga, se encontró en una situación similar. La maternidad acabó con la actividad de ambas. Cuando quisieron volver a jugar, había muchas jugadoras jóvenes y el físico pasaba factura. “Siendo honestas, no podíamos seguir el ritmo, así que pensamos que si queríamos sentirnos bien mentalmente teníamos que crear un nuevo equipo”. Así nació ‘MumBall’, un equipo para madres y mujeres que por físico, o porque nunca en su vida habían jugado, se sintieran cómodas y sin presión.
‘MumBall’ era solo un apodo, pero el nombre ha atraído a decenas de madres en toda la región. Apenas ocho meses después, han tenido que crear dos equipos más en Liverpool y Wirral. “Las mujeres que vienen se dan cuenta de los beneficios psicológicos que tiene este deporte”, dice Louise. “El llamamiento estaba enfocado a madres que querían desconectar de sus responsabilidades, pero se fue ampliando, porque todas las mujeres deberían tener la oportunidad de jugar en un ambiente cómodo”, añade Becki. “Olvidamos nuestra responsabilidad un rato”.
Becki trabaja tres días a la semana en una oficina. Su hijo mayor está todo el día en el colegio, mientras el pequeño, Alex (3), va a la guardería esos tres días. El resto del tiempo lo pasa con ellos, pero las sesiones de fútbol se han vuelto sagradas para ella. “La mayoría de las veces es por la noche, cuando los niños ya están acostados. Mi pareja, Chris, se queda pendiente de ellos. Está encantado de verme feliz jugando, así que no pone pegas. Sabe que me siento libre, que hago nuevas amigas y que soy más feliz. Si dejo la casa con mal humor o estresada, siempre vuelvo sintiéndome mucho mejor”.
Sin darse cuenta, Becki sufrió una depresión post parto. Su hermana vio el problema y le animó a unirse a un club de fútbol
Michelle Beaver, de 44 años, es una de las mujeres que nunca falla en los entrenamientos. Tiene tres hijos, aunque cuenta con la ‘ventaja’ de que ya son mayores, de 12 a 17 años. Encontró el proyecto por redes sociales y quería mantenerse en forma y conocer nueva gente. “No había jugado al fútbol desde el colegio”, dice sonriente, presumiendo de su actitud. “Trabajo de enfermera a media jornada y después hago voluntariado. Siempre busco mi hueco para el deporte, es algo que deberían hacer todas las mujeres. Por muy ocupada que estés, tienes que hacer algo para ti misma, no ser simplemente madre, mujer, hermana, hija”. Su objetivo es disfrutar, hasta el punto de reírse de ella misma. “Soy muy mala, aunque sé que voy mejorando”.
Un deporte de hombres
Pier Paolo Pasolini decía que ver a una mujer jugando al fútbol es “desagradable y simiesco”. En una entrevista en 1975 recogida en Sobre el deporte, el escritor y cineasta recogía el sentimiento que hoy en día todavía impera en el mundo del fútbol. El periodista Claudio Sabattini le preguntaba sobre los ‘usos’ que las mujeres tenían: mujer-madre, mujer-amante, mujer-de-mil-usos… “y ahora la mujer también juega al fútbol, y jura que la cosa no acaba ahí”, reflexionaba. “Las mujeres son negadas para el fútbol como Benvenuti o Monzón—dos célebres boxeadores—, replicaba.
“Realmente eso es lo que piensa la gente, especialmente los hombres”, lamenta Louise. “Siempre ha sido así. Recuerdo cuando iba a la escuela y había ocho equipos de chicos y uno solo de chicas. En realidad no podías jugar, porque solo te ofrecían hockey o voleibol si eras una niña. Pero creo que en los últimos años la inclusión es enorme, y han cambiado mucho las cosas, también gracias al ejemplo de la selección nacional de fútbol y su participación en el Mundial. Entre todas estamos abriendo un camino para que otras mujeres puedan participar”.
Aficionada del Liverpool, ella es la que entiende de fútbol en casa. “Mi marido no tiene ni idea, pero le gusta verme feliz”. Entiende que las mujeres viven este deporte de diferente manera a los hombres. “Si vas a un bar, ves que los hombres no están metidos en el partido. Beben cerveza, gritan, cantan… Y entonces miras a las mujeres y están tranquilas, apenas hablan, piensas que están pasando un mal rato o que van a acompañar a alguien. ¡Y no es así! Simplemente están disfrutando del fútbol, viendo el partido, viviendo el fútbol en su esencia”.
Antes de crear el equipo trabajaba en una oficina, pero lo dejó para poder entrenar a niños y niñas de preescolar. “Amo mi trabajo muchísimo, ahora que no estoy en una oficina es cuando disfruto, cuando no lo siento como un trabajo”. Cuando sale de casa su hija pequeña, de dos años, le pregunta dónde va. “¿Vas al fútbol? Mamá, ¿vas al fútbol?“, y no para hasta que le invita a irse con ella. “¿Cómo se combina ser madre y jugar al fútbol? No lo sé, es una locura, pero me hace feliz”.