A estas alturas ya deberíamos saber que la posesión solo tiene un sentido: seguir alimentando el debate sobre el fútbol. Que yo sepa es el único deporte de pelota en el que se contabiliza el reparto del tiempo en el que cada equipo la está manejando. Y no solo en la élite. Hace un mes vi un Ejea-Conquense de Segunda división B a través de un canal autonómico y la retransmisión incluía los ya habituales porcentajes. Casi me caigo de culo.
No recuerdo en qué momento de mi vida empezaron a aparecer los datos de posesión. Desde luego, no pasó durante mi infancia. Pero el fútbol fue evolucionando, enriqueciéndose, haciéndose más complejo. Y, a pesar de lo que digan muchos, al periodismo deportivo –o a una parte de él- no le quedó más remedio que seguirle el paso. Así supongo que empezamos a contabilizar los pases de uno y otro equipo. Luego discriminamos los pases buenos de los malos. Más tarde los pases en tres cuartos de cancha. Y en esa espiral nos encontramos hasta que llegue el día en que prefiramos un buen Excel a un mal partido.
El balompié no puede circunscribirse a la estadística pero es cierto que tampoco puede serle ajeno. Este finde he revisado los datos de posesión de los 20 equipos de la Liga. Y la sensación es que España, que no sé si alguna vez fue realmente aquello que pareció –el país del tiki-taka-, está absolutamente sujeta a las dinámicas actuales del fútbol. Solo dos equipos ganaron a sus rivales gracias a (¿o habría que decir ‘a pesar de’?) tener más el esférico: el Sevilla, beneficiado por la expulsión de Araujo cuando ya ganaba por 2-0 al Celta, y el Espanyol, que le hizo tres goles y 100 pases de más al Villarreal.
En el otro extremo se ubicaron Real Madrid y Betis. Los de Julen Lopetegui tocaron 600 veces la pelota en Mendizorroza, triplicando los registros del Alavés, y en cambio parecieron perdidos bastante antes de salir derrotados. Por su parte, los de Quique Setién rozaron los 550 pases, que sin embargo no les permitieron disparar ni una vez entre los palos de Jan Oblak. Enfrente, un Atlético que con la mitad exacta de combinaciones chutó cinco veces a puerta y ganó ‘a la Simeone’: 1-0, tras fallo defensivo rival.
Por culpa de la posesión, muchos le habían otorgado al Atleti-Betis la etiqueta de ‘duelo de estilos’. Sinceramente estoy seguro de que el objetivo de Setién no es tener el balón por tenerlo, sino tenerlo para dañar al rival. En el fondo, algo parecido –aunque por caminos muy diversos- a lo que desea Simone. En ambos casos, la posesión no es un fin sino un medio para llegar a la victoria. El debate no debería quedarse en quién tiene el balón sino preguntarse dónde lo tiene, dónde lo busca recuperar y si logra hacer con él lo que su técnico plantea.
Otra cosa son las estadísticas. Si cogemos los 69 partidos disputados hasta ahora en la Liga 2018/19, y descartamos los 25 empates registrados, nos quedan 44 victorias. 25 de ellas correspondieron al equipo con más uso del balón –y 19 al que menos-. Sin embargo, de esos 25 triunfos, la mitad (13) se los reparten cuatro equipos: Barça, Madrid, Betis y Sevilla. Es decir, que en 7 jornadas entre los otros 16 clubes de Primera solo han ganado 12 partidos con más posesión.
Pero es usual, y el Mundial lo ha ratificado, que el equipo que comienza llevando la iniciativa consiga marcar y entonces adopte una idea más reactiva. Así, las estadísticas de posesión final no sirven demasiado. No es que los equipos con menos balón ganen más, sino al revés: muchos equipos cuando van ganando prefieren no tener el balón.
La posesión es una discrepancia estilística. Acaso filosófica, si nos ponemos estupendos. Nada más. No garantiza goles, ni siquiera ocasiones, de la misma manera que los planteamientos mas huraños no aseguran porterías a cero. La posesión es el cómo, no el qué. Es el McGuffin del debate futbolístico, esa excusa argumental que motivaba a los personajes de Alfred Hitchcock y en realidad carecía de significado real. “En las historias de ladrones siempre es un collar y en las películas de espías, unos documentos”, reveló el director británico. Parece que ahora todos vayan detrás de la posesión, ya sea para ensalzarla o atacarla, sin darse cuenta de que, por si solo, es un concepto tan vacío como un decorado cinematográfico de cartón-piedra.
Mendilibar, el Eibar y “el circo del VAR”
Hablando de cámaras y suspense, el Girona-Eibar anduvo sobrado de ambas cosas. Las dos primeras decisiones arbitrales, el penalti concedido a favor del Eibar tras mano de Aday y el gol correctamente anulado al Girona por fuera de juego posicional de Bernardo, las decidió o corroboró el VAR. Ello me llevó a pensar y luego tuitear –prometo que fue en ese orden, y no al revés- sobre una hipotética reconciliación de José Luis Mendilibar con el vídeo-arbitraje. Sin embargo, no hubo que esperar demasiado para confirmar que Mendi es un tipo congruente. Aunque no entró en más detalles (“el partido ha sido un circo, el VAR no es fútbol”) al entrenador del Eibar no le gusta el vídeo-arbitraje porque considera que se pierde demasiado tiempo y que interrumpe el ritmo propio del fútbol. Respetable, y comprensible: no en vano el ritmo es una de las grandes virtudes de su equipo. Y criticar al VAR incluso cuando acierta a su favor muestra que la coherencia es una de las grandes virtudes de Mendilibar.
Banega, pivote único
La victoria del nuevo líder en solitario nos dejó una exhibición de Éver Banega. A sus 30 años ha dejado atrás los vídeos polémicos, los accidentes ridículos, el sobrepeso, los fichajes erráticos y una cierta sensación de falta de compromiso que no le permitiría jamás explotar al máximo unas cualidades fuera de toda duda. Ahora Banega es el metrónomo de Pablo Machín, y desde hace tres semanas, lo es de forma exclusiva: no tiene un Krychowiak, un Nzonzi, un Amadou o un Mesa al lado. Tras el 2-6 al Levante la apuesta de Machín por mezclar a Ben Yedder con Silva pasa por darle el doble pivote, entero, a Éver Banega. El Sevilla ha jugado 15 partidos oficiales y Éver ha comenzado 14 como titular: the best Banega, ever.