Eran unos niños. Vivían en una montaña rusa, en permanente estado de cambio. Jugaban con frescura y desparpajo, sin miedo. Eran demasiado jóvenes para tener malos recuerdos aún, las pesadillas sólo ocurrían una vez en la cama, y sonreían como quien tiene todavía todo por conocer. Nosotros también. Como los propósitos el día después de fin de año, aún estaba todo por cumplirse.
La mayoría de los jugadores de aquel Ajax de Peter Bosz de la temporada 2016-17 apenas superaba los 20 años, y ya nos imaginábamos un futuro brillante para todos ellos. Nos apuntábamos sus nombres para marcarnos el punto en el futuro, para reclamar que los fichase nuestro equipo. Como el de Matthijs de Ligt, que con tan sólo 17 años ya presentaba pintas de central veterano, como si llevase toda una vida en la profesión gobernando una zaga. O el de Davy Klaassen, el ‘10’ del equipo, quien exhibía peligro ya sólo por su color de pelo, un rubio luminoso, casi radioactivo, con el que era imposible perderle la pista. En el once también estaban Onana, Ziyech, Davinson Sánchez o Dolberg, que por entonces apuntaba a ser el nueve más completo del futuro. Y en el banquillo esperaban Frenkie de Jong, Van de Beek o el hijo de Patrick Kluivert, Justin. Una colección de cromos que todos querríamos tener en casa, guardados bajo llave como un viejo tesoro.
El ser humano ha intentado adivinar el futuro de una y mil formas diferentes, desde la observación de la posición de las estrellas hasta la tirada de una baraja de cartas, cuando en realidad es mucho más sencillo. A veces, tan sólo puedes guiarte por tu instinto y rezar para acertar. El resto es incertidumbre. Se parece a cuando éramos niños e íbamos al baño a medianoche. Cuando a tientas y por pura intuición buscábamos el interruptor de la luz, preocupados al no saber si iba a aparecer un monstruo o si podríamos respirar tranquilos. Esperábamos que la mayoría de los futbolistas de aquel Ajax llegasen a la cima, pero cuando encendimos la luz, vimos que sólo unos pocos lo habían hecho. Frenkie de Jong y Matthijs de Ligt. Algunos otros se quedaron por el camino. Como Klaassen, que volvió al club dos años después de irse, o Dolberg, suplente en el Hoffenheim. No pudieron despegar al nivel que preveíamos. Tampoco Van de Beek, en espera de una nueva cesión que le saque del ostracismo en el que vive en Mánchester.
Esperábamos que la mayoría llegasen a la cima, pero cuando encendimos la luz, vimos que sólo unos pocos lo habían hecho. Frenkie de Jong y Matthijs de Ligt. Otros se quedaron por el camino. Como Klaassen o Dolberg. No pudieron despegar al nivel que preveíamos. Tampoco Van de Beek
Tampoco lo consiguió su entrenador, Peter Bosz, que sólo duró un año en Ámsterdam. Después de aquella campaña lo fichó el Borussia Dortmund, y ahora se encuentra sin equipo. Un por entonces desconocido Erik ten Hag sería su sustituto. El destino puede ser rocambolesco, y poco se puede hacer para atajarlo y descubrirle el rostro.
Aquel único año de Bosz en el cargo, sin embargo, fue mágico, aunque tuviese un final agridulce. Por extraño que parezca, aquel equipo no logró ningún título. En liga, por ejemplo, tan sólo perdieron tres partidos y sumaron 81 puntos, pero el Feyenoord consiguió uno más. Y en Europa, el cuento sería todavía más enrevesado. Los de Peter Bosz perderían en la ronda previa de la Champions 4-1 en casa del Rostov y caerían en la Europa League, donde siempre sentirían de cerca al lobo husmeándoles la oreja. En cuartos de final, por ejemplo, el Schalke les llegó a remontar en la prórroga el 2-0 de la ida, aunque después lograron marcar dos tantos en los últimos minutos para salvar la clasificación. Y en semifinales, el Olympique de Lyon se quedó a sólo un gol de empatar el 4-1 de la ida. Bordearon siempre el abismo, cayendo en él en la final, ante el Manchester United, con dos goles que serían como dos disparos al corazón. Como dos repiques de campana de un despertador.
El desenlace de aquella campaña sería la primera decepción para la mayoría de los futbolistas de aquel Ajax. El final de un sueño primerizo que, sin embargo, no sería el último. Aunque el proyecto de Peter Bosz apenas durase un año, fue suficiente para cimentar las bases del equipo que eliminaría al Real Madrid dos años después. Un conglomerado de niños que empezaba a soñar y a divertirse por Europa. De ahí que con el tiempo aquella campaña resulte aún más luminosa, pese a no tocar metal: los comienzos, pese a todo, siempre se recuerdan con cariño.
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Fotografía de Getty Images.