Si a alguien, en algún momento, en algún lugar de Lisboa, se le ocurrió apodar ‘Harry Potter‘ al menudo jugador que corría la banda del Sporting es porque su juego, su manera de moverse y su capacidad para perforar la red contraria desprendían una magia poco usual. Así era Ricardo Quaresma cuando sus conciudadanos empezaron a compararle con Figo, e incluso con Eusébio, ya que, cuando apenas rozaba la mayoría de edad, el jugador quería recordar con sus regates y desparpajo a aquellas viejas glorias lusas. Por suerte o por desgracia, todo lo que hacía entonces Quaresma era considerado pura magia, en gran parte porque tenía al lado a otro joven de potencia desproporcionada capaz de transformar cada acción de su compañero en gol. Ambos vivieron unos años tan dulces que, siendo la insignia de ese Sporting tan orgulloso de haberlos acunado, partieron a la vez hacia dos de los mejores clubes del planeta. Se separaron entonces dos carreras que habían dado a luz al mismo tiempo, dejando abierta una eterna y odiosa comparación.
Luchando Quaresma contra las críticas en Barcelona y Ronaldo heredando el ‘7’ mágico red en Manchester, el único lazo de unión que quedó entre los dos fue la selección de Portugal. Allí es donde los vimos juntos por última vez, a principios de este mes de octubre, en un partido de clasificación para la próxima Eurocopa. Esa noche el fútbol decidió exhibir su versión más romántica, mostrándonos como un centro espectacular de Quaresma acababa rematado con un cabezazo de Ronaldo, que a la postre resolvería el partido en la prórroga. ¡Cuántas veces se había visto la misma secuencia en Lisboa! A esto le siguió un gran abrazo entre los dos, como si se hubieran estado echando mucho de menos, cosa que evidenciaron posteriormente en la zona mixta propagándose piropos uno al otro. Contemplando tal escena resultaba inevitable plantearse qué ha hecho el tiempo con cada uno de ellos y cómo el paso de los años ha transformado dos de las mejores promesas lusas de las últimas décadas.
Son ya más de diez temporadas las que Cristiano Ronaldo ha sabido traducir en un crecimiento exponencial hasta convertirse en uno de los mejores jugadores del mundo. Exactamente el mismo periodo de tiempo que Quaresma ha tenido para darle un par de sorbos a la copa del éxito y vivir en una verdadera montaña rusa sin (sin haber sabido quitarse nunca ese cartel de ‘jugador prometedor’.
Entrar por la puerta grande a un Barça en el que su nombre sonó al mismo tiempo que el de Ronaldinho fue el primer obstáculo que tuvo que superar el chico de 19 años al que le habían dicho que era capaz de comerse el mundo. Se topó con Rijkaard y con lesiones inoportunas, y también con su propio carácter, que acabó sepultándole y obligándole a buscar un camino alternativo al éxito. Fue en Oporto donde superó el mal trago, y no solo eso, sino que fue de nuevo en Portugal donde vivió los mejores cuatro años de su carrera deportiva. Tan alto llegó que podrían perfectamente haber sido el principio de algo extraordinario, pero resultaron ser un par de peldaños que le precipitaron otra vez al abismo. Inter, Besiktas, Al-Ahli, tres destinos envenenados en los que sus apariciones estelares se mezclaron demasiado habitualmente con lesiones, broncas e individualismos. Y después, la nada, seis meses sin equipo y el miedo al olvido y la angustia de ver una retirada que acechaba.
Regreso triunfal
Fue entonces cuando Quaresma recordó el cobijo que en su día recibió en el Estadio do Dragão y el que quizá es el mayor triunfo del luso en el mundo del fútbol: el apoyo fiel e incondicional de unos aficionados que le adoran. “En 2014 deseo volver a ser feliz“, señalaba en su regreso a Portugal y, a punto de cumplirse un año de estas declaraciones, el extremo ha asumido un importante rol en un equipo tan característicamente formado por jóvenes promesas con ganas de estallar. Un veterano idolatrado como él está teniendo que dejar atrás ciertas actitudes que tantas veces le han sentenciado. Por eso responde a Julen Lopetegui con más trabajo cada vez que lo deja en el banquillo, por mucho que sus piernas le pidan más minutos. Al fin y al cabo, todos, incluido él, saben que se ha estado guardando demasiadas cosas por demostrar.
Y la vuelta al Oporto ha traído consigo la vuelta a la selección, la mejor prueba de que su carrera ha sido una verdadera montaña rusa. Se perdió el Mundial de 2006 y acudió a la Euro de 2008, siendo, junto a Cristiano Ronaldo, la principal esperanza lusa. Dos años después volvió perderse otro Mundial y, aunque entró en la lista de convocados para participar en la Euro de 2012, no disputó ni un minuto. Para la última cita mundialista acabó siendo descartado y descartadas también fueron sus opciones de vivir un torneo como éste. No hace falta decir que su compatriota Ronaldo se ha hecho en todo este tiempo el amo y señor de un conjunto nacional que ansía alguna que otra estrella más para poder hacer algo importante. Hace unas semanas veíamos como Quaresma decidía un duelo clasificatorio para la próxima Eurocopa, y también volvía a marcar en Champions 2.507 días después de la última vez que lo hizo, en diciembre de 2007. Quaresma tiene 31 años y acumula ya demasiados altibajos como para andarse con tonterías.
Hace exactamente un año se encontraba sin equipo y muchos asumían con resignación la retirada de un mago cuyo talento ha sido entregado a cuentagotas. Sin embargo, de nuevo en Oporto, en casa, solo piensa en jugar para acabar dándole un giro final a un guión que parecía terminar en fracaso.