Que Pelé decidiera bajar al terreno de juego a hacer la vuelta de honor con los jugadores, fue la mejor demostración de que algo gordo acababa de suceder en el Pacaembú. Su Santos se había coronado como campeón de la Libertadores de 2011, un título que no había vuelto a conseguir el club desde que él mismo lo guiara tiempo atrás a la consecución de dos entorchados consecutivos. Y de aquella gesta hacía ya 48 años. Se congeló a partir de entonces el éxito continental en la ciudad costera del estado de Sao Paulo, hasta que brotó la tercera generación de los Meninos da Vila y el ‘Peixe’ pudo recuperar la categoría que le correspondía por historia y tradición.
El denominación Meninos da Vila rinde tributo al Estadio Vila Belmiro, sede habitual del Santos desde que fuera construida en 1916, y se utiliza para apodar aquellas generaciones de jóvenes futbolistas que más éxitos le han reportado al club. El primer capítulo de esta saga tuvo lugar a mediados de los 70, justo después del adiós de Pelé, y estuvo protagonizado por una serie de adolescentes a los que se encargó la farragosa tarea de hacer menos traumática la retirada de ‘O Rei’ (unos meses después anunciaría su vuelta a los terrenos de juego para jugar con el Cosmos). La misión parecía suicida, pero los Juary, Pita o Ailton Lira, símbolos de aquel conjunto rejuvenecido, volaron más alto de lo esperado y mantuvieron a la institución en la élite brasileña unas cuantas temporadas más. La segunda cosecha de talentos precoces y triunfales no llegaría hasta 2002, cuando Robinho y Diego Ribas patentaron una sociedad que a punto estuvo de hacer venir abajo el Belmiro en más de una ocasión, con su inagotable reparto de regates de escándalo y pases imposibles. Sin embargo, ni aquel equipo ni el primero consiguieron emular del todo el éxito rotundo de la ‘Era Pelé’, pues pese a añadir un puñado de ligas más a las vitrinas del club, a ambos se les resistió la Libertadores. Quién sí alcanzó ese listón fue la tercera y última generación de Meninos da Vila, la más prolífica en cuanto a títulos. Un grupo que siempre permanecerá asociado a la imagen de un chaval con cresta cuyo fútbol resultó ser arrebatador.
En el imaginario balompédico es típico eso de recordar una camada de jugadores que comparten edad y que dan el salto a la alta competición de manera más o menos conjunta a partir de su figura más representativa, como pasó en Madrid con la ‘Quinta del Buitre’. A veces incluso el apodo se construye en torno al entrenador que les abrió las puertas del profesionalismo; Beckham, Giggs, Scholes, Butt y los Neville siempre serán rememorados en Manchester como los ‘Fergie Boys’. Así que no es nada raro que con el joven combinado que hizo campeón de Sudamérica al Santos hace cuatro años se hiciese lo mismo. Por aquel entonces, no hubo duda alguna en señalar a Neymar Junior como el máximo exponente de aquella generación. Los goles, las fintas y la sonrisa picarona de ‘Ney’, prácticamente desde el momento en que éste debutó, atrajeron como un imán los piropos de los aficionados del ‘Peixe’. Y en esos días en los que el protagonismo acaparador del actual jugador del Barcelona dejaba algunos rincones libres de atención, los ojos de las masas se dirigían inmediatamente hacia Paulo Henrique Ganso, la segunda promesa más valorada y el mejor socio de la estrella sobre el terreno de juego.
Pero esa tendencia a individualizar el éxito –a veces inevitable- provoca que pasemos por alto algunos detalles que bien merecerían nuestro interés. Algo así nos ha sucedido a muchos con un chaval de esa misma hornada, y que ahora reclama su cuota de protagonismo. Hablamos de Danilo Luiz da Silva.
‘CORRECAMINOS’
Mientras los grandes clubes de Europa se pegaban por hacerse con los servicios de la cereza del pastel, Neymar, el Oporto, quién sino, tiró su red sobre el tercero de la fila, Danilo, un lateral flacucho y voluntarioso que por aquel entonces no había soplado ni las 20 velas. En do Dragao se arriesgaron a pagar 13 millones al Santos para contratarle, y lo convirtieron de esta manera en el segundo fichaje más caro de la historia del club, solo superado por Hulk. Pero el tiempo, una vez más, dio la razón a los ojeadores portugueses. En pocas temporadas (y eso que durante su primer curso en la Liga Sagres se perdió muchos partidos por lesión), ‘Dani’ ya se ha asentado como uno de los mejores del mundo en su posición.
[quote]En Do Dragao se arriesgaron a pagar 13 millones de euros al Santos para contratarle, y lo convirtieron de esta manera en el segundo fichaje más caro de la historia del club, solo superado por Hulk[/quote]Corre. Tira desmarques a la espalda del rival. Suelen buscarle en profundidad. Controla, se perfila y centra. No es raro verle intentar acabar él mismo las jugadas. Espigado, más que el típico lateral ofensivo. Diestro por condición, la zurda no la tiene de palo. Corre. Sube y baja la banda con frenesí. Tiene el físico y los pulmones para llegar igualmente entero al final de los partidos. Corre. A veces la pide en corto. Toca y tira la pared. Sin problemas para asociarse. Potente y habilidoso, goza de una personalidad impropia para un chaval de 23 años. Buen uno contra uno. Corre, conduce y encara. Sale por dentro o por fuera. Busca un compañero o dispara. Pase lo que pase, sigue corriendo.Así es Danilo. Un ‘correcaminos’ nacido en la cuna de los mejores carrileros derechos del mundo, cuyos referentes son modelos de la talla de Carlos Alberto o Cafú. Como buen brasileño, eso sí, presenta el mismo defecto de fábrica que acusan muchos de sus compatriotas; pierde la posición y la espalda con demasiada facilidad. Nada que no pueda arreglar el tiempo, en todo caso.
Pero volvamos por un momento a ese mes de junio de 2011 en el que el Santos le ganó la Libertadores a Peñarol. La final se disputaba a doble partido. No se pasó del empate a cero en Montevideo, así que la eliminatoria decisiva quedó por resolverse en el Pacaembú, donde los brasileños pidieron trasladarse para poder garantizar la presencia de más aficionados. Un duelo a vida o muerte que empezó a decantar Neymar con un gol en el inicio del segundo tiempo. Pero si hay un instante de ese día que los hinchas del ‘Peixe’ recuerden como lo más parecido al éxtasis absoluto, ese fue el que aconteció en el 68’. Danilo recibe en el vértice del área de Peñarol, desequilibra a su par, avanza metros, levanta la cabeza y envía sutilmente con el interior del pie un balón cruzado que acaba atrapado en las redes. Una obra de arte firmada por un artista que parecía del montón. Un golazo que colocó un 2-0 en el marcador que ya no sería capaz de igualar el conjunto entrenado por Diego Aguirre, que solo pudo recortar distancias al cabo de unos minutos. El colegiado pitó el final. Los brasileños explotaron de alegría y Pelé, con el puño en alto y una sonrisa en la boca, bajó al césped. Una de las primeras cosas que hizo el mito fue abrazarse con el lateral derecho del campeón. Quizás él sí que imaginaba que, tarde o temprano, todos acabarían preguntando por ese desconocido.