El 25 de noviembre del 2020 hubo un suspiro en masa. Todo argentino sabe qué estaba haciendo y cómo se enteró de la muerte de Diego Armando Maradona. Algunos por la televisión, otros por mensaje de WhatsApp o redes sociales, pero todos supimos que “no resistió”. Nosotros tampoco. Era una tarde de primavera y sol, cuando un frío nos corrió por la sangre en medio del incendio y salimos a buscar respuestas. No había. Pésames, frases icónicas, logros conseguidos y 60 años de muchas vidas resumidas en un par de horas. Él no estaba en paz, nosotros tampoco.
En medio de la pandemia, en donde había restricciones impuestas por el Estado argentino, se (des)organizó la despedida del ‘Diez’. Miles de personas asistieron a Casa Rosada. Después de una caravana, lo encerraron en un cementerio privado de San Miguel. Desde ese momento, no se pudo entrar a agradecerle, llevarle una camiseta, una flor, nada. Por voluntad de su familia, quedó lejos del pueblo, de la gente y de sus valores. No había lugar para llorarlo.
Recuerdo que en aquel momento sentí que faltaba un lugar real, físico y tangible para poder recordarlo. Fui a Segurola y la Habana, la esquina que había sido un ring por los enojos de un partido, pero que terminó siendo la intersección de las calles Diego y Maradona. Recorrí murales nuevos que sumaron a miles de homenajes, visité la casa en el barrio porteño de La Paternal y estudié las demás demostraciones de amor y cariño. Pero llegué a la conclusión que no había un lugar físico en el que se pudiera recordar la historia, la gloria e intentar mantener vivo lo que fue este hombre para el mundo. Creía que en algún lugar del mundo estaría y empecé a seguir las pistas que Diego había dejado en su vida. Y -obvio- todos los caminos condujeron a Nápoles.
Entre las averiguaciones y la historia del ‘Diez’, las pistas me llevaron a un sótano. Oscuro, lejos del centro y de los flashes. Un santuario que sus propietarios aseguraban que era “el mejor del mundo”
En enero del 2023 fui a recorrer sus calles. Su presencia se percibe en el olor de una ciudad antigua que se alimenta de esperanza. Se observa en los tatuajes de los que fueron nenes cuando el ‘Pibe de Oro’ brilló y se escucha cuando un napolitano reconoce a un argentino. Caminé por el Barrio Español (Quartieri Spagnoli) hasta el impactante mural. Hay ofrendas y un lugar exclusivo de Diego Maradona. Pero todo en mood turist. Continué en el Nilo, un café con un altar para rendirle homenaje, y entre las calles me crucé con vendedores que viven del merchandising de Maradona: estampitas, gorras, llaveros, remeras, camisetas. Luego, al barrio The Bronx, en donde San Spiga retrató la cara de Diego con la frase: “Dios Umano”. Habían gestos, pero ninguno era el lugar buscado. Seguí.
Entre las averiguaciones y la historia del ‘Diez’, las pistas me llevaron a un sótano. Oscuro, lejos del centro y de los flashes. Un santuario que sus propietarios aseguraban que era “el mejor del mundo”. Allá me dirigí, con la expectativa baja. El contacto era un usuario de Instagram con unos 3.000 seguidores, en al que debías concertar una cita y te pasaba la dirección. Cuando miré en Google Maps, me di cuenta que estaba ubicado sobre la calle Lombardía, rodeado por Piamonte, Marche y Milano: el nombre de las cuatro regiones que Maradona y su Napolés supieron poner de rodillas en la gloriosa década de los 80. Años durante los cuales el sur del país brilló más que nunca.
Al llegar, un pequeño mural me dio la bienvenida. Sencillo y artesanal. Toqué el timbre y salió a buscarme Massimo Viganti. En sus primeras palabras, me contó que su padre fue el responsable de la seguridad del estadio San Paolo durante la época de oro de Maradona. Y, en ese instante, me cayó la ficha. “Ah, entonces tu mamá quién cocinaba en la casa Maradona, ¿no?”, pregunté. “Sí y, mi hermana era quien cuidaba de Dalma y de Giannina cuando eran chicas. Somos la familia de Diego en Nápoles, ahora te voy a mostrar todo”, me respondió. sacando el candado de la puerta e invitándome a bajar unas pequeñas escaleras hacia la oscuridad del edificio.
El santuario de la familia Vignati
Al descender por los escalones, casi al final, la luz del santuario comenzó a marcar el camino. Massimo abrió la puerta -de color Nápoles- que nos separaba de la habitación. Entramos.
Primero, un pasillo de unos cuatro metros. A los lados, fotos e imágenes de Diego. En el techo, los banderines originales que le dieron al ‘Diez’ en los partidos que disputó en el Calcio. Eran más de 50. Al finalizarlo, se abría la habitación central, que parecía que no tuviese paredes: en sus cuatro vértices colgaban pedazos de historia y Massimo -ante nuestro asombro- repitió una y otra vez: “Todo original, eh”. De frente, justo al entrar, camisetas que usó Maradona, los botines con los que ganó la Copa del Mundo de 1986 en México, pelotas, más camisetas, trofeos, un mate con la foto de Diego cebándolo, los bolsos de entrenamiento, los guantes que usó en el frío de Moscú en un partido entre el Nápoles y el Spartak, la campera de entrenamiento con la que hizo la entrada en calor con la canción Live is Life. “Todo original”, vuelve a decir.
Mientras miraba con detalle cada pared, más elementos de la historia del Diego encontraba. Es más, lo que sostenía a las camisetas, medallas y demás objetos era el banco en el que Maradona se sentaba en el vestuario del San Paolo. Sí, se trajeron una parte del estadio. Una locura.
De frente, justo al entrar, camisetas que usó Maradona, los botines con los que ganó la Copa del Mundo en 1986, pelotas, trofeos, un mate con la foto de Diego cebándolo, los bolsos de entrenamiento, los guantes que usó en el frío de Moscú en un partido contra el Spartak, la campera de entrenamiento del Live is Life…
Cada elemento que encontraba me hacía viajar. Pasé minutos colgado y recordé algunas de sus historias:
1-España. En 1984, durante los últimos meses de Diego en Barcelona, McDonald’s sacó una publicidad con él, válida para Madrid y la capital catalana. Repartieron imágenes del astro firmadas en todas sus sucursales e hicieron un video en el que decía: “Nos vemos en el McDonald’s”. Si bien la campaña duró poco, porque semanas después se fue a Nápoles, lo importante fue que la imagen circuló por toda España. Niños y adultos tenían una foto de Diego con una remera roja y negra, sentado en un sillón blanco, sonriente y con la frase: “Pedinos la fotografía firmada de Maradona”. No solo la gigantografía de dicha imagen estaba en el santuario, sino que también toqué el sillón en el que Diego se sacó la fotografía. ¡El sillón!
2- Nápoles. Un 5 de julio de 1984, el estadio San Paolo se colmó para la presentación de Diego Armando Maradona. Su llegada revolucionó la ciudad. Era un presagio de los que vendría después: dos Serie A en 1987 y 1990, una Coppa en 1987 y una Supercoppa en 1990, además de la Copa de la UEFA 1988-89. Pero, días antes, había viajado desde el aeropuerto catalán El Prat con destino al sur de Italia. Se fue a puras críticas del Barcelona, con lesiones, escándalos y el mayor error de su vida: probar la cocaína. En una entrevista con RTVE se le ve sentado en el avión, sonriente, tranquilo y con una camiseta de manga corta a rayas en la que el marrón era el color predominante. “En Nápoles, me están haciendo creer que soy importante y solamente me siento importante cuando estoy al lado de mi madre, de mi familia, de los que llamaron ‘clan’ en Barcelona”, dijo minutos antes de aterrizar. Ese momento quedó inmortalizado también en el santuario no solo con la camisa original con la que Diego pisó Nápoles por primera vez, si no además con la copia del contrato que el ‘Diez’ firmó con el club italiano. “Me han ofrecido 20.000 euros por la copia, pero dije que no. Nosotros no queremos dinero, solo queremos que la historia de mi familia y de Diego continúe”, contó Massimo.
3-Zúrich. El 10 de junio de 1987, el exfutbolista brasileño Pelé le entregó a Diego Armando Maradona la medalla de honor de la FIFA. Lo hizo antes del inicio del partido final entre Argentina e Italia en Zúrich, Suiza, y fue una de las fotos más recordadas por la rivalidad que prevaleció durante algunos años entre ambos. Pero lo icónico del encuentro fue el trofeo que recibió Diego por esa mención con los colores de Italia y una pelota en la parte superior que hoy, a casi cuatro décadas de aquella tarde, descansa en el santuario de la familia Vignati.
¿Cómo hizo para tener tantas piezas históricas?
Massimo me explicó que el santuario arrancó cuando su padre murió. Lo creó para mantener vivo el legado de la familia y de Maradona, además como una forma de cuidar todas las piezas históricas. Su padre fue Saverio Vignati, quien durante 37 años se desempeñó como el intendente del estadio San Paolo. Los hijos, por su parte, se ocuparon de reunir todos los regalos que la familia Vignati había ido recibiendo del propio Maradona.
Pero la relación no termina ahí. Lucia Rispoli, esposa de Saverio, fue la cocinera del futbolista en via Scipione Capece 3A, la casa en el selecto barrio de Posillipo en la que vivió el ‘Diez’. “Diego era simpatiquísimo cuando estaba tranquilo. Si se ponía nervioso, ¡lo mejor era desaparecer!”, había dicho en alguna entrevista Rispoli, quien contó que Maradona la llamaba “la mamma napoletana”.
Además, Raffaela, la hija de Lucia y Saverio, era quien cuidaba de Dalma y Gianinna. “Son nuestra familia. Cuando Diego jugaba afuera, Claudia venía a comer con las nenas, no era solo una relación de trabajo”, aseguró Massimo, quien contó: “Mi primer recuerdo de Diego es de cuando tenía 7 años. Lo vi y me emocioné, él era pueblo, como nosotros, nos representaba. ¿Para mí? Diego es un hermano, el chico más solidario que conocí”.
Pero Massimo se sacó la lotería cuando con sus hermanos se dieron cuenta de que tenían el mismo número de pie que Diego. “Cuando tenía las zapatillas rotas, Diego las mandaba a nuestra casa, para nosotros. Así que me ponía las zapatillas y los botines que él usaba. Es que al verdadero Maradona se lo veía en esos actos. Vi cosas que van más allá del personaje. Nosotros comíamos en su casa o venía de sorpresa a la de mamá y papá cuando eran nuestros cumpleaños. Maradona era una persona humilde y simple”, me relató.
“Cuando tenía las zapatillas rotas, Diego las mandaba a nuestra casa, para nosotros. Así que me ponía los botines que él usaba. Al verdadero Maradona se lo veía en esos actos”
El nombre oficial del santuario es ‘La Historia Continúa’. Massimo trató de justificarlo: “Es una continuación de una historia que no morirá jamás. Después vendrán mis hijos y nietos, quienes llevarán adelante esta bellísima historia, que fue la de haber conocido al jugador más grande de todos los tiempos y la de él, de haber encontrado una extraordinaria familia”.
En esa habitación de unos 30 metros cuadrados hay más de 300 objetos originales de Diego. “No soy un coleccionista, no los compré, sino que los fui juntando durante los siete años que Diego jugó en Napolés, incluso también objetos personales”, detalló Massimo.
Casi como un acto de patriotismo napolitano, la familia Vignati mantiene vivo el legado de Diego y de su familia como una forma de recordar la tierra en donde Maradona se consagró Rey. “El sueño de mi padre era que tantos turistas y argentinos que visitan nuestra hermosa ciudad, puedan ver todo esto. Estoy orgulloso de construir esto y que a un pedazo de mi casa vengan tantos fanáticos de todo el mundo. Para mí es una enorme satisfacción, sobre todo para Nápoles, que tuvo al mejor jugador de todos los tiempos y tiene su santuario”.
Sin darme cuenta, hice un viaje por el tiempo. Encontré datos nuevos, imágenes que jamás había visto. Pero lo más importante es que salí de ese sótano sin darme cuenta de que había encontrado el lugar: una habitación sin ventanas lejos de Fiorito, lejos del centro de Nápoles, en el sótano de una casa, pero con su memoria intacta. Un lugar al que se puede entrar sin pagar un peso, en donde se respira Maradona, en una familia que lucha por ganarle al tiempo y recordar los felices que fuimos y que somos por tener al ‘Pibe de Oro’.
No sé si será el lugar definitivo porque es lejos de las raíces de Diego. No cualquiera puede llegar, aunque todos son bienvenidos al sótano más oscuro de Maradona. Entrar fue un abrazo a mi yo del 25 de noviembre 2020 que salió corriendo en búsqueda de una respuesta y recién hoy la encontró. La historia continúa.
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Fotografía de Alvaro Nanton.