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El partido por el tercer puesto: ¿un mal trago o un privilegio?

Entre la tristeza y el orgullo, dos equipos tienen que jugar su final de consolación tras caer en el último paso antes de la meta del Mundial

Hay cosas en la vida que no nos apetecen ni nos van a apetecer jamás. Hay cosas que no están para nosotros y no las queremos ni en pintura. Lo del partido por el tercer y cuarto puesto es un poco así. El aperitivo antes de la final tiene un poco de eso. De esa última copa que no nos apetece, pero a la que nos arrastran a menudo cuando en realidad sólo queremos ir a casa, encontrarnos con la cama y que llegue ya mañana. Es un duelo que llena de ansiedad al aficionado, que lo que quiere es saber ya quién será el que levante la Copa del Mundo. Y para el futbolista no deja de ser un duelo que quiere esquivar. Un último paso que roza la crueldad. El único partido de un Mundial que ningún niño soñaría jugar.

Muchos grandes equipos han tropezado con ese instante. Aspirantes a triunfador que cayeron en el escalón anterior, casi en la cima. En ese momento difícil de digerir, en el que la nostalgia por lo que se fue pesa más que el camino recorrido. Uruguay, Brasil, Inglaterra… Muchos grandes nombres que sintieron en ese duelo estar fuera de lugar. El síndrome del impostor, pero dado la vuelta. Creer que mereces más, que no estás en tu sitio. Quizá, por eso, se recuerdan poco esos partidos jugados para dirimir cómo quedan aquellos que cayeron en semifinales. Desde 1954 se han jugado 17 y, entre todos los que se vieron dentro, Alemania es el equipo que más veces se ha tenido que enfrentar a esa amarga sensación. Solo perdió el primero, en 1958, donde Just Fontaine hizo honor a su fama y vio puerta cuatro veces para alegría de Francia. Y aunque el orgullo pese y la nación apriete, cuesta disfrutar ese partido maldito.

Ganar en ese partido exige haber perdido antes. En el momento en el que un futbolista y una nación acompaña con el ímpetu de quien se sabe casi en la meta. Hay estudios psicológicos que dicen que algunos de los atletas de los Juegos Olímpicos muestran más emoción con el bronce que con la plata. La ilusión de llegar pesa más ahí que la tragedia de quedarse a las puertas. En el fútbol organizado por la FIFA, que se desmarcó del olimpismo tras las dos ediciones en las que brilló el combinado uruguayo de 1924 y 1928, la película no acaba tan bien. Caer en la orilla es trágico, pero si del finalista dicen que no se acuerda nadie, de quien gana el partido del tercer y cuarto puesto a menudo no quieren acordarse ni los que lo jugaron.

 

Muchos grandes equipos han tropezado con ese instante. Aspirantes a triunfador que cayeron en el escalón anterior, casi en la cima. En ese momento difícil de digerir, en el que la nostalgia por lo que se fue pesa más que el camino recorrido

 

Y, como siempre, la perspectiva es capaz de cambiarlo todo. Tan rico es este deporte que nos regala miradas insospechadas, gestos inesperados. Marruecos ha sido la gran sorpresa deCatar 2022 y se ha ganado el privilegio de que guardemos en la memoria una gesta nunca vista en un equipo africano. La inmortalidad de su nombre no va a enfrentarse jamás con el amargo sentido de la final de consolación. Su mitología se construirá siempre desde la gesta, no desde el tropiezo final. Por eso, medirse ante Croacia, finalista en 2018 y semifinalista, por tercera vez, en 2022, es un lujo que difícilmente no disfrutarán los hombres de Regragui. Tener la oportunidad de haber perdido como uno de los mejores cuatro equipos de este torneo es un premio.

De nuevo, la perspectiva nos cambia el paso. Nos esconde el esférico como haría el más habilidoso de los regateadores, para hacernos pensar de nuevo en el lujo que es perder en un Mundial. Para empezar, hay que jugarlo. Pocos pueden decir que fueron capaces de llegar y perder en un Mundial. Pocos pueden decir que lo hicieron en una fase eliminatoria, contra las mejores selecciones de esa época. Y muy pocos, realmente muy pocos, pueden decir que lo hicieron en semifinales. El partido del tercer puesto es esa última copa que no queremos tomarnos, pero que por la compañía y por los recuerdos, al final, nos seguiremos tomando.

 


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Fotografía de Getty Images.