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El Mundial que duele

El entorno de Maracaná vive salpicado de polémicas. Así lo relatábamos en el #Panenka16, correspondiente al mes de febrero

Maracaná queda lejos, pero se avista pequeño desde lo alto de la favela Providência, la primera de la historia de Rio de Janeiro. Nacidos y criados allí mismo, Marlon y César Augusto, 15 y 14 años respectivamente, se parten de risa desde el mirador, jugueteando flamencos con sus medallas y recordando lo increíble que fue conseguirlas el pasado año en su inolvidable viaje a China.

La escuela de fútbol Zico, ideada por el mítico ex jugador, en colaboración con la Secretaría de Estado de Deporte, creó en 2011 un proyecto social para llevar instalaciones a las favelas que cuentan con Unidad de Policía Pacificadora (UPP), o sea, aquellas en que la policía ha conseguido expulsar el dominio del tráfico armado imperante hasta hace poco. Once comunidades y 3500 alumnos de entre siete y 17 años se benefician de este proyecto; los mejores jugadores de las favelas de Rio participan en un campeonato internacional contra beneficiarios de otros países.

César Augusto y Marlon son amigos desde críos y se hinchaban a marcar goles en los torneos de fútbol sala que jugaban contra otros chavales de la favela. Pronto destacaron en la escuela Zico y fueron seleccionados para jugar -y vencer- en la Copa de la Gran Muralla, disputada en China en junio del pasado año.

Marlon es mediapunta y César Augusto, un rápido delantero. El primero se mira en Deco, el segundo en Messi; ambos admiran el juego del Barça, que describen como “de otro mundo“. En el terreno de juego se entienden con la mirada y fuera de él son tan leves cuando están juntos que parecen flotar en su complicidad. “En China, nos trataban como si fuéramos estrellas, de tan exóticos que éramos, todos juntos, vestiditos con el chándal del equipo. Nos abrazaban y hacían fotos en cada esquina, fue espectacular“, narran. Para César Augusto, el sueño del fútbol cobró más sentido que nunca cuando le sirvió de expresión de su más fuerte sentimiento, al sacarse la camiseta tras marcar un gol y mostrar el mensaje que tenía debajo homenajeando a su padre, fallecido hace tres años. ‘Aunque ya no estés con nosotros, siempre serás nuestro héroe’, rezaba.

Militares retirados, esclavos libertos e inmigrantes europeos se fundieron en las favelas del siglo XX. La Unidad de Policía Pacificadora expulsó a los narcotraficantes

El fútbol es una nube para César Augusto y guarda pedazos de ella, en forma de trofeos y recuerdos de China, en la dura realidad de ladrillo que le espera cuando llega a casa en la favela, de la que no parece consciente ni él ni su alegre familia, que regala sonrisas como si fueran gratis. Su madre, Selma, sufre lupus y tiene una pierna amputada. No recibe pensión de viudedad y César Augusto y su hermano, Carlos Augusto (hábil guardameta que también tiene trofeos individuales en el cuarto), de 17 años, viven de la pensión por invalidez de la madre.

Llave por llave

La casa donde viven ellos tres y otros cuantos tíos y primos difíciles de contar por la naturalidad con la que todo el mundo -viva allí o no- entra y sale de ella, está marcada con una cruz para ser demolida por el Ayuntamiento por las obras de la Ciudad Olímpica, paradójicamente la misma marca que permite al chaval viajar a China a jugar a fútbol. Desde el balcón se ven los escombros de edificios que ya han sido echados abajo. Hasta la fecha, 196 familias abandonaron sus casas tras llegar a respectivos acuerdos con la administración a cambio de nuevas casas, indemnizaciones en metálico o un alquiler social de 400 reales (unos 149 euros) hasta que se construyan las viviendas sociales que, promete el Ayuntamiento, les reubicará cerca de la favela. El miedo a tener problemas con la ley por carecer de documentos de propietario ni pagar impuestos hace que muchas veces los vecinos acepten rápido ese tipo de propuestas. Otras 475 familias tienen sus casas marcadas con la cruz pero no han aceptado lo que se les ofrece.

César Augusto y su medalla, en la favela de la familia Leite. Foto: Germán Aranda.
César Augusto y su medalla, en la favela de la familia Leite. Foto: Germán Aranda.

Por un lado, la subida de los precios en las favelas pacificadas (donde incluso se están instalando centenares de extranjeros de clase media) no permite a una familia encontrar un alquiler por el precio que se les ofrece. Y, por el otro, muchos vecinos como la familia de César Augusto no se fían de que las promesas se vayan a cumplir. Creen que una vez han conseguido sacarles de sus casas podrían mandarles bien lejos o ir aplazando su nueva vivienda, como ha pasado en los desalojos de otras favelas. Exigen, en caso de que tengan que marcharse de sus casas, un intercambio “llave por llave”, o sea, tener una nueva vivienda cercana a la anterior en el momento que abandonan ésta.

La amenaza de la piqueta

La resistencia vecinal a dejar esas viviendas, o por lo menos a hacerlo en las inciertas condiciones ofrecidas por el Ayuntamiento, se ha puesto brava y ha marcado ya algún buen gol. Amparadas por destacados activistas especializados en Derechos Humanos y Urbanismo, los vecinos vencieron ante la justicia, que el pasado mes de noviembre mandó parar la desapropiación y derribo de casas, si bien muchos temen que las obras van a continuar y el alcalde preferirá pagar la multa de 50.000 reales (unos 18.000 euros) diarios. Aunque al marcar las casas para su derribo el Ayuntamiento alega que se encuentran en área de riesgo, también se trata de dar un lavado de cara a la favela de Providência, que pasa por un proyecto de remodelación encuadrado en el modelo de Ciudad Olímpica y la revitalización de su puerto, que busca el reflejo de Barcelona’92.

Un activista es arrestado cerca de Maracaná, el pasado mes de abril, en plena protesta por la privatización del estadio.
Un activista es arrestado cerca de Maracaná, el pasado mes de abril, en plena protesta por la privatización del estadio.

En 1897, cuando los militares volvieron a Rio de Janeiro tras vencer la Guerra de los Canudos, contra sublevados del nordeste de Brasil, no recibieron las viviendas que el gobierno les había prometido. De modo que decidieron tomar el morro Providência, llamado así por la providencia determinada por los propios soldados de habitar el lugar. Más tarde, se pasó a llamar morro de la Favela porque así se conocían popularmente las plantas que poblaban la mata. Pronto los militares retirados convivieron con esclavos liberados tras la abolición y la inmigración europea (que hoy regresa en su versión más chic) acabó de fundir la más rica de las mezclas: la que define a Brasil.

Sobre los coloniales barrios de Saude y Gamboa, la favela es una continuación del turismo histórico en el centro de la ciudad. Las casitas de imperfecta rectitud, ladrillo a carne viva o chapucero acabado se intercalan con verdaderas reliquias y, tras esquivar al niño que juega disfrazado de Batman con sus amigos en una escalera interminable, se alcanzan unas vistas privilegiadas de la Bahía de Guanabara y el puerto de la ciudad, con el Cristo Redentor observando bien arriba y Maracaná, más lejano, hacia el norte.

En las reuniones vecinales algunos tienen muy claro lo que está sucediendo. Como la tía de Carlos Augusto, la elocuente Elite de Oliveira, que lleva 34 años en la casa familiar. “Las demoliciones buscan dejar a Rio como un lugar bien bonito para turistas. Respetarán algunas favelas para poder enseñarlas, pero la mayoría de las obras irán abajo para los ricos y turistas que paseen por allí“. Desde el balcón se ve la obra del teleférico que debe llevar desde la estación central de trenes hasta la comunidad que, según ella mismo sostiene, “no hace ninguna falta a los vecinos” y es sólo un proyecto de cara a la galería.

La principal estación en la favela estará en una plaza que, hasta hace poco, era el único lugar fuera de la Villa Olímpica (instalación deportiva construida recientemente pero que también podría estar amenazada por las obras) donde Marlon y César Augusto podían jugar a fútbol con un poco de espacio. Hoy, ni eso. Álex, corpulento padre de Marlon que es profesor en la escuela Zico de la comunidad, recuerda una vez en la que él y los críos que entrenaban en la plaza tuvieron que entrar en una panadería huyendo de un tiroteo entre narcotraficantes rivales. “Desde que se instaló la UPP, eso no pasa más. Creo que ha sido bueno para la comunidad“, defiende. Es muy habitual oír esa opinión de los vecinos de cualquiera de las 30 áreas (favelas o complejos de varias de ellas) de Rio de Janeiro que han sido pacificadas, esto es, que el narcotráfico ha sido sustituido por la policía como control armado del lugar. Sin embargo, cuando llega la paz se elevan también los precios de las viviendas y el consumo, demasiado para algunos moradores, y el Estado y las empresas privadas se arremangan las manos para poder construir, especular y abrir espacio en las favelas incluso para lujosos hoteles aprovechando sus espectaculares vistas en las colinas más elevadas de la ciudad.

En el intervalo que se inicia después de las primeras demoliciones, los escombros se quedan un tiempo para acompañar a los vecinos que se resisten a abandonar sus casas con la suciedad y riesgos que eso genera. El agua de lluvia se estanca entre los restos, llegan más insectos, ratas, el mosquito del dengue. Se puede ver que las viviendas y los escombros se intercalan en el paisaje de la vetusta favela de Providência.

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Activistas en pie de guerra

Pero la situación es mucho más extrema en la pequeña comunidad Metrô-Maracanã. Situada a un par de kilómetros del estadio, la expropiación y demolición allí fue más fulgurante para maquillar el entorno del mítico coliseo de cara al Mundial. La presidenta de la asociación de moradores de la misma favela, Franceiclide Souza, explica la evolución de la situación. “En junio de 2010, llegaron agentes del Gobierno para ver y tomar fotos y medidas de la comunidad, decían que para un proyecto social. Después empezaron a decir que teníamos que abandonar la comunidad e irnos a vivir a 70 kilómetros de ella. Cien familias, por miedo, se fueron para allá. Otros, 240 familias, se quedaron y lucharon y han conseguido ser alojados en un complejo habitacional cercano, pero con carencias estructurales que no tenían en sus casas de la favela y con mucho menos espacio. Ahora, por lo menos, el Ayuntamiento nos empieza a tratar como personas“, narra.

La situación es mucho más extrema en la pequeña comunidad Metrô-Maracanã. Situada a un par de kilómetros del estadio, la expropiación y demolición allí fue más fulgurante

Los daños colaterales de la celebración del Mundial llevaron a la creación del Comité Popular de la Copa y las Olimpiadas de Río de Janeiro, que tiene su propia versión de los hechos. Según el dossier que elaboraron, en abril del pasado año más de 7.000 familias estaban bajo amenaza de desalojo debido a las diferentes obras. Entre las quejas del informe, “los conjuntos habitacionales de Minha Casa, Minha Vida no están en áreas favorecidas por las inversiones y nuevas infraestructuras del Mundial, sino en la periferia y presentan una precarización de los servicios públicos“. La relatora de la ONU para el Derecho a la Vivienda, Raquel Rolnik, apoyó a los activistas y denunció que eso sucedía en las favelas porque “es más barato y fácil que expropiar en los barrios“.

Estadio con nombre de pájaro

El entorno de Maracaná, joya de la corona del próximo Mundial y sede de su final -así como de la Confederaciones de este mismo año-, vive salpicado de polémicas más allá de esa favela. El Comité Popular viene denunciando las futuras demoliciones del estadio de atletismo Célio de Barrios y del parque acuático Julio Delamare, dos de las principales instalaciones deportivas de la ciudad que no entran en los planes del Ayuntamiento y que caerán víctimas de la piqueta. Los nostálgicos de aquel estadio popular con capacidad para más de 100.000 espectadores, lamentan además que en su nueva versión gran parte de las localidades serán VIP y no habrá gradas de pie: el espectáculo se convertirá en algo mucho más elitista.

El pasado 28 de enero, la secretaría de Estado de Rio de Janeiro acabó por renunciar a la demolición para hacer un párking en el lugar de la Aldea Maracaná, antiguo caserón que fue donado a la comunidad indígena de Brasil para albergar el Museo del Indio. Después de que éste se trasladara a otro barrio de la ciudad, sirvió como vivienda de unas 20 familias indígenas y como lugar de acogida e intercambio cultural para las tribus que visitaban la ciudad. En el recinto, donde conviven indígenas y activistas, un cartel recuerda el orígen tupí (una de las tribus más importantes del Brasil precolonial) de la palabra Maracaná, que denomina a diversas especies de aves.

Balón vertebrador

Millones de reales, 13 estadios y centenares de obras y polémicas convergen en el Mundial 2014, en Brasil. Pero un sueño se extiende por todo el país: que no se repita el ‘Maracanazo’, aunque el escenario de la final sea el mismo con diferente aspecto. La selección resulta, sin duda, el gran vertebrador social que pondrá durante un mes de acuerdo a constructoras y moradores de favela, a gobernantes y activistas. Hasta entonces se intuyen días de lucha por el territorio. César Augusto parece ajeno a esa pugna. Su sonrisa no se borra, pero sabe que el principal reto de su familia camino a 2014 pasa por mantener su vivienda en pie. Zico, que tantas noches de gloria dio a Maracaná, le aconsejó en un entrenamiento que siguiera insistiendo en su velocidad excepcional pero que intentara desdoblarse y no atacar sólo por un lado. Él se lo repite cada mañana para cumplir su sueño en Maracaná, que no será en 2014 ni en la grada, sino sobre el césped.