55.000 fieles seguidores abarrotaron las gradas del Molineux para presenciar el duelo entre el campeón húngaro, el Honved Budapest, y su homólogo inglés, el Wolverhampton Wanderers, en un frío y lluvioso lunes otoñal, como no podía ser de otro modo en tierras británicas. La visita del conjunto magiar había levantado mucha expectación, como atestiguaba el gran número de periodistas allí presentes; incluso la BBC ofreció el choque en directo.
Para los ingleses había algo más en juego que un simple partido de fútbol, se trataba de restaurar el orgullo perdido y vengar las humillantes derrotas de su selección ante Hungría. Aún escocía el 7-1 que les endosaron en Budapest hacía apenas seis meses. Pero sobre todo aquel 3-6 en Wembley que supuso la primera derrota en casa ante un combinado no británico, del que prácticamente se cumplía un año. ¡Los húngaros habían profanado el santuario de los inventores de este deporte!
El osado entrenador de los Wolves, Stan Cullis, había declarado en los días previos al duelo que podían ganar al que era considerado por unanimidad el mejor equipo del mundo. El Honved, conocido con el sobrenombre de “Los invencibles”, cuenta en sus filas con hasta nueve internacionales, con Puskas, Kocsis y Czibor a la cabeza. Un combinado que ha maravillado en los últimos tiempos, aunque no fue capaz de refrendar su dominio en el reciente Mundial de Suiza tras caer inesperadamente en la final ante Alemania.
Pocos creyeron las palabras del técnico inglés, y mucho menos cuando habían transcurrido los primeros 14 minutos de juego. El pichichi del Mundial con 11 tantos, Sandor Kocsis, fue el encargado de abrir el marcador pasados los diez minutos de juego de un soberbio testarazo -no creo que encontremos a un cabeceador mejor en mucho tiempo- a pase de Puskas -uno de esos futbolistas llamados a entrar en la leyenda de este deporte. Poco después sería Kocsis el que asistiría a Machos para que este lograra el segundo con un certero disparo al palo corto del meta Bert Williams ante la pasividad de la defensa. Un 0-2 que pudo verse incrementado antes del descanso si el larguero no hubiera repelido un latigazo de Puskas -sus disparos con la pierna izquierda harían temblar al mismísimo Zamora.
Todo parecía encaminado hacia una nueva goleada de los húngaros. Pero el colegiado del partido -en busca de su minuto del gloria- se encargó de darle un poco de emoción al choque. A los cuatro minutos de la reanudación, Reg Leafe -en un ataque de árbitro español- señaló un inexistente penalti por un supuesto empujón de Kovacs sobre Hancocks. El propio Hancocks transformó la pena máxima para acortar distancias en el marcador e instaurar un halo de esperanza entre los ingleses: la gesta aún era posible. Ese gol fue un punto de inflexión en el partido, ya que desde ese momento fueron los Wolves los que no paraban de acechar el área húngara.
La afición despertó y contagió toda su energía a un equipo que iba en busca del empate, mientras el Honved apenas podía repeler los ataques ingleses. En el minuto 76 la grada estalló de júbilo: un cabezazo de Swinbourne ponía la igualada en el marcador. Y lo mejor aún estaba por llegar. Apenas 100 segundos más tarde, cuando algunos todavía celebraban incrédulos el tanto del empate, Molineux se vino literalmente abajo. El ruido era ensordecedor cuando, Swinbourne, con un potente disparo con su pierna derecha, materializó el gol que le daba la vuelta al partido y que, a la postre, significó la victoria para los Wolves.
“Somos los campeones del mundo”, exclamó Stan Cullis, técnico de los Wolves, tras el triunfo de su equipo ante el Honved Budapest
Stan Cullis, a quien muchos habíamos tachado de poco menos que loco, sacó pecho nada más acabar el partido. “Ya advertí que podíamos ganar este partido y ni los propios ingleses me creyeron”, espetó. “Ahora podemos decir que somos los campeones del mundo”, concluyó. Pese a lo osado de la afirmación, los Wolves habían jugado ante equipos de todo el mundo durante los últimos meses y aún no conocían la derrota. Además del Honved, los ingleses habían derrotado al Celtic, al Racing Club argentino, al Maccabi Tel Aviv, al Spartak Moscú y a un combinado de Sudáfrica, y cedieron un empate ante el First Viena.
A los periódicos ingleses les faltó tiempo para apropiarse de las palabras de Cullis y autoproclamar a los Wolves como “mejor equipo del mundo”; y al fútbol británico como “el genuino y el original”. Sus queridos vecinos franceses tampoco tardaron demasiado en ponerlo en duda. Desde el periódico L’Équipe se insinuó que los argumentos de los ingleses no tenían validez alguna. El rotativo galo sugirió la creación de un torneo organizado por la UEFA entre los campeones de todas las ligas europeas para poder determinar quien es realmente el mejor equipo del continente. A día de hoy la propuesta parece un poco descabellada, pero nadie negará que la idea resulta muy atractiva. A buen seguro que lo pasaríamos bien. Veremos que nos depara el futuro…