11 Ligas y 15 Copas no son cosa del azar. Como tampoco lo fueron las 56 temporadas consecutivas en las que se mantuvo en la Primera División griega desde la profesionalización del fútbol heleno en 1959. El hecho de verse relegado al tercer plano dentro de las cercanías de Atenas nunca fue un motivo para verse inferior, ni mucho menos, se sintió siempre grande, aunque conocedor de que vivía encallado entre dos gigantes. Después de tocar fondo cuatro años atrás, las aguileñas cabezas atenienses tienen motivos para sonreír. El amarillo y el negro del AEK Atenas ya vuelven a pasearse por los mejores estadios de Grecia tras conocer desde dentro las catacumbas del fútbol amateur.
Tras fundarse en 1908, el Panathinaikos vivió sin rivalidades vecinas hasta el surgimiento del AEK Atenas. El 13 de abril de 1924 unos refugiados griegos de Constantinopla —la actual Estambul— crearon el club que, con sus colores y su águila de dos cabezas, rendía homenaje al extinto imperio bizantino. La enemistad estaba servida desde el primer día, como suele suceder entre equipos de la misma ciudad, pero el AEK pronto se vería relegado. El nacimiento del Olympiacos al año siguiente convertiría a los Dikefalos Aetos en el tercero en discordia. Desde entonces, las dos potencias helenas se han disputado año tras año las competiciones nacionales, permitiendo pocos logros al resto de equipos. Y cuando sucedía, allá aparecía siempre avispado y atento el AEK para sacar provecho del despiste de Panathinaikos y Olympiacos y ampliar su palmarés. Así transcurrió gran parte de su historia. A expensas de lo que sucediera en la zona noble de Atenas y en la obrera de El Pireo.
Las hubo épocas de dulce. Como a finales de los 70, cuando conquistaron un doblete en 1978 —liga y copa— y al año siguiente repitieron éxito liguero. Ese equipo venía de alcanzar unas semifinales de la Copa de la UEFA solo un año antes con Zlatko Čajkovski y Ferenc Puskas en el banquillo. Después de una década con más penas que glorias, el éxito volvía a instalarse en casa de las aves rapaces griegas de la mano del bosnio, aunque griego de adopción, Dusan Bajevic. Sumaron otros cuatro títulos ligueros —tres consecutivos entre 1992 y 1994—, los últimos de la historia del club. Y desde entonces, las vitrinas solo fueron aumentando con títulos de copa, viendo como el campeonato liguero quedaba reservado para el duopolio de Panathinaikos y Olympiacos y, más tarde, con el dominio único y absoluto de los de El Pireo.
Más de una veintena de entrenadores pasaron por el estadio Nikos Goumas y el Olímpico de Atenas sin encontrar la continuidad que tuvo Bajevic en su paso por el club. Ilustres como Vasilis Dimitriadis, Demis Nikolaidis o Vassilios Tsiartas fueron dejando vacías sus taquillas del vestuario a inicios del nuevo siglo para dar paso a las nuevas generaciones. Pero las nuevas generaciones, los chicos que debían cubrir el agujero, el enorme agujero negro que dejaban, se encontraron con un problema aún más grave si cabe, la insostenible situación económica por la que pasaba el AEK y el país entero. La crisis que estalló en 2008 en Estados Unidos se expandió por todo el mundo a una velocidad de vértigo y Grecia fue uno de los países que más la sufrió, y sigue sufriéndola. Entre rescate y rescate por parte de la Unión Europea, la escasez de dinero se aposentó en todos los rincones y ámbitos del país heleno. Obviamente, el fútbol también se vio afectado y los mejores futbolistas de la Superliga abandonaron la tierra de los filósofos en busca de estabilidad en sus bolsillos. Todos los equipos vieron como sus cuentas corrientes caían en picado. Con la soga al cuello la competición se fue devaluando y el Olympiacos fue el único que se salvó, a duras penas, de la masacre.
Cuando todo parecía estar perdido llegó Dimitris Melissanidis a la presidencia cual superhéroe que debe salvar a un pueblo al que solo le queda un suspiro
Entre los más perjudicados se encontraba el AEK, con una deuda de 170 millones de euros que se vio reflejada en los resultados del equipo de un año para otro. Después de un quinto puesto en la 2011/12, el curso siguiente el club perdía la categoría por primera vez en su historia. Les esperaba la Beta Ethniki (segunda división griega), pero desde los despachos se decretó que debían hundirse un poco más, situando al club en la tercera categoría del país, la Gamma Ethniki. La directiva hacía las maletas tras la trágica decisión y la vida del AEK prendía del más fino de los hilos. Cuando todo parecía estar perdido llegó Dimitris Melissanidis a la presidencia cual superhéroe que debe salvar a un pueblo al que solo le queda un suspiro antes de encontrarse con el final de su historia. El empresario griego ya sabía de qué iba esta historia, pues ya había presidido a los Dikefalos Aetos entre 1992 y 1995, la última época gloriosa del club. De primeras, tocó el corazón de la afición asegurando que una de sus ideas era reconstruir el Nikos Goumas, demolido en 2003, apostando en grande para devolver al AEK al lugar que le corresponde.
El paso de los atenienses por la Gamma Ethniki fue fugaz. Solo necesitó un año en la categoría para batir todos los registros. Con una derrota, tres empates y victorias a mansalva dejó el mejor registro de puntos de la competición. El primer paso ya se había dado. Ahora tocaba centrarse en el siguiente objetivo: volver a la Superliga. Situados en el grupo sureño de la Beta Ethniki, volvieron a pasar como una apisonadora por la competición. Esta vez no concedieron ni una derrota y tan solo dos igualadas en el marcador en la fase regular. Y acabaron líderes en el play-off de acceso a la Superliga. Como si de un breve lapsus se tratase, el AEK volvía a la élite para situarse de nuevo en la primera plana del fútbol heleno, al costado de sus íntimos enemigos Olympiacos y Panathinaikos, que, seguro, se sentirían extraños los dos años anteriores al mirar la clasificación y no encontrar el nombre de aquellos aves rapaces que siempre lucharon por que su tiranía no fuera tan rotunda. Y ya en su primer año demostraron justamente eso, que volvían para quedarse ahí arriba, donde la historia les había situado desde el día que unos refugiados se empeñaron en crear un club que honrase a los bizantinos. En liga clasificaron segundos, por detrás del Olympiacos, lógicamente. Pero lo suyo fue la copa. Tras pasar como primero del grupo G, Levadiakos e Iraklis fueron víctimas del buen juego que desplegaban los futbolistas de Gustavo Poyet, destituido antes de ganar las semifinales al Atromitos. En la final esperaba el Olympiacos, que se quedó con la miel en los labios ante la posibilidad de hacer doblete y cayó por 2-1.
Desde el mes de enero Manolo Jiménez es el nuevo entrenador de los Dikefalos Aetos. En su segunda etapa en Atenas se ha encontrado con un equipo plagado de futbolistas con pasado por la liga española, aunque con más pena que gloria. Ahí está Dmytro Chygrynskiy, que no cuajó en el Camp Nou pese a llegar a petición de Guardiola; también viste de amarillo y negro Dídac Vilà, excanterano del Espanyol; Ognjen Vranjes ha llegado a Atenas después de un breve paso por el Sporting; y Sergio Araujo aterrizó en Atenas tras un conflictivo periodo por Las Palmas. Una nueva generación para un club que ha vuelto a volar alto. Sus dos cabezas ya lucen de nuevo entre los grandes del fútbol griego.