Los sistemas de marcación han pesado tanto en la historia del fútbol como las tácticas o los estilos de juego. Durante buena parte del siglo pasado, el calcio fue de marcación combinada. Con el cóctel de líberos y marcajes al hombre, precursores como Milan e Inter dominaron la Copa de Europa en los 60, toda vez que la selección italiana levantó su Eurocopa en 1968, fue finalista del Mundial jugado en México dos años después y ganó el de España’82. El sustituto de Enzo Bearzot en el banquillo de esta última ‘Azzurra‘ fue Azeglio Vicini, quien mantuvo la marcación combinada hasta la Copa del Mundo de Italia’90. Mientras, la Juventus dirigida por Giovanni Trapattoni se convirtió en el mejor equipo de Europa durante la primera mitad de los 80, con el capitán Gaetano Scirea como líbero en un sistema con marcadores.
A consecuencia de tanta gloria, se entiende que en Italia la combinada fuese una tradición a respetar año tras año. Pero en 1987 Arrigo Sacchi llegó a la Serie A y, en adelante, todo cambió.
En Italia, la zona se impone a la combinada
Con el empleo de la marcación zonal, Sacchi ganó el Scudetto de su estreno en la primera división italiana, haciéndolo como entrenador del Milan. La pronta victoria le permitió seguir a cargo del equipo y asentar esa contracultural concepción defensiva en el club ‘rossonero‘, por entonces necesitado de títulos. La marcación era el eje de una propuesta de juego que aunaba defensa y ataque. Con una plantilla que además contaba con los mejores futbolistas neerlandeses de la época, consecutivamente el Milan ganó las dos últimas Copas de Europa de los 80. Desde ese momento la mayoría de equipos italianos quiso imitarlo, entre ellos los más potentes.
El primero de estos fue la Juventus. Pese al descenso de nivel sufrido con la salida de Trapattoni, la muerte de Scirea y el retiro de Platini, dirigida por Dino Zoff la ‘Vecchia Signora‘ levantó la UEFA en 1990, usando la marcación combinada. Sin embargo, el ‘efecto Sacchi’ hizo que los mandatarios juventinos quisieran sumarse a la considerada modernidad táctica. En aquella Italia, el poder de los resultados en Copa de Europa hizo que en la zona -pura- pareciera estar lo verdaderamente importante: el prestigio continental.
Para ello, ese año los de Turín contrataron a Luigi Maifredi, técnico del Bologna que empleaba la marcación zonal con línea de cuatro en el fondo, una estructura de lo más sacchista. A diferencia del Milan, cuya crisis se remontaba hasta finales de los 60, la Juventus venía de ganar todo y la exigencia para el nuevo entrenador era harto elevada. Contrariamente a Sacchi, a Maifredi le fueron esquivos los resultados iniciales, por lo que no acabó la temporada. Reaccionaría ante la situación, la Juve echó el freno y firmó de nuevo a Trapattoni, quien había pasado cinco años en el Inter, período en que consiguió un Scudetto, una Supercoppa y una Copa de la UEFA aplicando los clásicos usos del país.
El humilde Orrico llega al gigante Inter
Precisamente la salida de ‘Trap’ fue lo que propició un movimiento de orden similar en el Inter del Milán. En aquel entonces, la situación del Inter se emparejaba más con la vivida en la Juventus que en el Milan, ya que de la mano de Trapattoni habían vuelto las victorias al Giuseppe Meazza. Para que la zona cuajase, parecía claro que el nuevo técnico tendría que ganar desde el primer partido. Más si cabe cuando al entrenador elegido por Ernesto Pellegrini no le acompañaba la reputación.
El propietario interista quiso emular la gestión para el banquillo de su homólogo Silvio Berlusconi contratando a Corrado Orrico, técnico provinciano con experiencia en las divisiones inferiores de Italia. Aunque el caché de ambas apuestas fuese similar, el bagaje de Orrico era más dilatado, iniciándose en las postrimerías de los años 60, una década antes que el de Sacchi. Por ello, no extraña que, cuando se le comparó con el de Fusignano, Orrico explicase que “las ideas de Sacchi en el Milan son un ensamblaje de las de otras personas. Está inspirado en Radice (marcación en patrón zonal-mixto), en el fútbol holandés (el pressing), en Brasil e incluso en las mías (marcación zonal). Cuando entrenó al primavera de la Fiorentina, Arrigo mostró a sus jugadores cintas de vídeo de mi Carrarese (año 1983). Sacchi es un seguidor mío. No digo que yo sea mejor que él, pero sí que soy su precursor”.
Con la aplicación de la zona, Orrico había ganado varias veces la Serie C con el Lucchese, equipo que para entonces dirigía en la Serie B con paso firme. La falta de consideración hacia su figura se debía a que sus éxitos pertenecían al segundo escalón. Y es que el de la Toscana solo había pisado la máxima categoría de manera breve, con Udinese, en 1979. Aunque el técnico tenía clara su valía: “Me considero un entrenador de la Serie A, aunque solo haya estado allí de pasada”.
De cara a la temporada 91-92, el Inter se unió así a la corriente zonal. Tendencia que, paralelamente, la selección italiana iniciaba con Sacchi, para continuar el Milan con Fabio Capello, después el Napoli con Claudio Ranieri o luego la Juve con Marcelo Lippi. Gracias a las victorias de estos protagonistas, para inicios de la década de los 2000 la zona estaría generalizada en Italia. Pero atrás quedaron técnicos que habían abierto el camino, como el propio Orrico.
Estilo combinativo sobre la zona WM
A su llegada al Inter, Orrico no tardó en advertir que “la zona es más difícil de ejecutar que la marcación al hombre, ya que requiere más atención y disponibilidad”. Con estas palabras, el técnico no tenía otra intención que demandar voluntad y tiempo a todos los implicados. Además, afirmó que su zona “no se parece a la de Sacchi”. Esto era real, ya que la propuesta de aquel Inter poco tendría que ver con la del Milan bicampeón europeo, más allá del sistema de marcación.
En su Milan, Sacchi empleó la zona y el sistema 4-4-2 como elementos indisociables. Sobre esa base fija, Sacchi priorizaba el orden táctico y no se interesaba por tener el balón. La intención de ese Milan era achicarle el espacio al rival hacia delante, con las líneas bien compenetradas y juntas, actuando con método cuasicientífico. La zaga adelantada y la trampa del fuera de juego eran sus principales armas grupales. Lo fundamental era desconectar el flujo oponente, no construir la jugada propia. Aquel Milan rompía los ataques contrarios bien haciendo que sus delanteros cometieran infracciones o bien arrebatándoles el balón mediante presión intensiva en mitad del campo, para atacar acto seguido de manera fulgurante. Era “la dictadura del movimiento en un equipo simétrico de alto voltaje”, como escribió Valdano.
Por su parte, Orrico explicó su idea de juego apelando a la evolución histórica del fútbol. Lo hizo de la siguiente manera: “Mi camino comienza en el módulo antiguo. La revolución fue la introducción del líbero hace alrededor de 25 años, mientras que la zona y la WM son anteriores. Yo aprendí a entrenar al ver al Honved de los 50: zona, fuera de juego, ningún punto de referencia en ataque. En Italia pasaron 20 años para ver cosas similares. La zona la trajeron Amaral a la Juve, Liedholm (década de los 60) y Marchiolo (años 70). (…) Además, yo aposté por las bandas, a las que renunció el fútbol italiano en favor del doble delantero central a la inglesa”.
El Maestro de Volpara, como lo bautizó el influyente periodista Gianni Brera, dijo atender a la historia debido a su temperamento nostálgico. “Orrico es un toscano original que quiere implementar la WM inglesa donde probablemente jamás se haya visto”, anunció Brera en 1991, persona con quien el técnico mantuvo varias charlas. Era cierto que Orrico recuperó una variante del dibujo 3-2-2-3 y usó la zona, pero nada de ello pretendía ser el núcleo de su propuesta. Ante todo, lo que él quiso replicar del pasado fue tanto el gusto por el balón como la movilidad funcional en ataque, características destacadas del potente Honved que admiró. En sus equipos nada se trazaba con tiralíneas. La ‘zona WM’ era asimétrica y difusa a momentos. Algo distinto a lo que sucedía con la unión táctico-zonal de Sacchi, sin la que su estilo no podría explicarse. Lo que de verdad definía a los conjuntos de Orrico era la voluntad por elaborar las jugadas desde el fondo para, a ser posible, llegar al sector rival con muchos efectivos y en buena disposición. Sin ser el dogma de su planteamiento, la zona le encajaba ahí.
En una entrevista para Sportreview, el ex jugador Daniele Delli Carri explicó que “la de Zeman era una zona total, alrededor de la que giraba todo lo demás. A diferencia de Orrico, a quien tuve de entrenador en la época dorada del Lucchese, quien tenía conceptos revolucionarios pero solo sobre cómo defender”. Para Orrico, el trabajo zonal fue solo un interesante punto más. Pero, estilísticamente, su visión del juego lo acercaba a Zeman y alejaba de Sacchi. Y esta mirada era su esencia.
Así, para referirse a la zona que predicaba, Orrico ironizó con el ejemplo de Ferri, uno de sus defensores centrales. “¿Por qué Ferri, con esos dos pies, tiene que perderse detrás de su oponente como un burro?”. Como sus centrales serían los iniciadores del juego, Orrico quería que formasen en zona. Era la zona como argumento para evitar que cualquiera de sus futbolistas pareciese estar programado patéticamente. Así los defensores se despreocuparían de perseguir rivales y tendrían una ubicación estable para gestar rápido cada jugada, pensó. Además de para trazar el fuera de juego, esa particularidad defensiva destacada por Delli Carri, que pocos entrenadores de los 80 se atrevían a preparar a causa del riesgo que conlleva su ejecución. Mientras que el achique de Sacchi era para asfixiar al oponente y recuperar el balón, el suyo era para dominarlo metros adelante.
“¿Alguna vez se vio a once hombres en la mitad del campo contrario en los famosos cinco años de Trapattoni?”, exclamó el toscano cuando le compararon ambos Inter. Muchos jugadores ‘nerazzurri‘ en torno al balón en la parcela del contrario, justificó Orrico, orgulloso. En suma, lo que el técnico nacido en Massa necesitaba para abordar su plan era que todos los integrantes de sus plantillas mejorasen la técnica en espacios reducidos. Y para eso inventó la jaula.
La jaula, un invento de Orrico
“El mérito de la jaula es de los niños que jugaron en las playas de Livorno, no mío. En todo caso, sí fui el primero en descubrirla como método científico de entrenamiento”, sentenció el italiano.
Lector filosófico y convencido comunista, Orrico no puso impedimentos al negociar su sueldo con el Inter. “¿Si soy la respuesta a Sacchi? Por supuesto, pero con la diferencia de tener el salario de un simple trabajador cualificado, para estar a tono con el partido por el que siempre he votado”, declaró en la rueda de prensa de su presentación. Pero, por contra, nada más llegada exigió su jaula. Y Pellegrini no tuvo más remedio que concedérsela. La construyó en el centro de entrenamiento interista, situado en Appiano Gentile.
Esos niños a los que Orrico hizo referencia jugaban la llamada gabbionata: fútbol en pequeños campos de hormigón ubicados junto al mar, envueltos en una red para evitar que el balón acabase en el agua. Con la gabbia como inspiración, la jaula se trataba de una pequeña pista cerrada, compuesta de materiales adecuados para acelerar el balón y reducir el ruido de los impactos. Dentro de ella los futbolistas entrenarían partidillos donde no se interrumpía el juego más que por los goles o las faltas. “La jaula se usa para muchas cosas: afinar la técnica, desarrollar reflejos, acelerar el juego y mejorar la condición física, porque se juega sin pausa”, explicó el técnico.
Una propuesta de fútbol zonal, pero a la vez móvil
Además de la técnica y una condición física a la que también otorgó importancia capital (algunos futbolistas coincidieron en que una semana de Orrico valía por tres de Trapattoni), en sus palabras sobre la jaula Orrico destaca la rapidez en el juego. Y es que, para llevar la iniciativa, el técnico pretendía respetar la movilidad propia de los equipos en los 80. Rapidez en el manejo y acción constante en fase ofensiva, un modo de proceder que interiorizase de la citada escuela húngara. A diferencia de la rigidez de Sacchi, no fijarse posicionalmente cuando se atacaba era, para él y para la mayoría de técnicos de la época, un favorable signo de imprevisivilidad. El Milan funcionaba como un bloque y el Inter trató de “jugar como un equipo y atacar en escuadrones”, según palabras del propio Orrico.
Al inicio de la temporada, Orrico manifestó que “el dibujo WM corregido, con los dos volantes que se retrasan en la fase de no posesión, es una variante que quiero usar en la zona”. En acto, la forma del Inter variaba según la fase del juego. Nominalmente, los centrales Bergomi y Ferri actuaban en zona central, más posicionales. Los laterales ejercían funciones opuestas: el derecho, que a menudo era Paganin, esperaba bajo, mientras que el izquierdo se convertía en volante exterior en fase de posesión y transitaba la banda. Este era siempre Brehme, quien se repartía el espacio con el zurdo Fontolán o con Desideri, un centrocampista diestro de buena técnica acostumbrado a jugar zonalmente, al haber sido parte de la Roma dirigida por Liedholm. La pieza clave del medio campo era Matthaüs, reciente Balón de Oro. El alemán ejercía de volante central, replegándose a la zaga o avanzando según pidiese el juego. En torno a él, además de Brehme se situaban un volante mixto como Dino Baggio y otro con perfil de más llegada al área, Berti o el mismo Fontolan, que partía adelantado. La apertura por la derecha la daba normalmente Bianchi y el puesto de delantero centro pertenecía a Klinsmann, quien se movía hacia los costados o hacía atrás, con el fin de eludir la marca o vaciar el espacio. En estas dos figuras se apreciaba la “apuesta por las bandas y ningún punto de referencia en ataque” que Orrico declarase.
El Inter no funciona y Orrico renuncia
Por momentos se encontró el juego, pero los resultados no llegaron. En septiembre, el equipo cayó en primera ronda UEFA contra el Boavista. En la competición domestica, entre otros resultados negativos, se perdió 4-0 contra la Sampdoria de Boskov, a la postre subcampeona de Europa.
Para evitar el desaliento, Orrico insistía en que todo proyecto necesita tiempo: “Ni siquiera los dos primeros años del quinquenio de Trapattoni fueron brillantes”. Pero algunas figuras se mostraron escépticas con tanto pase, poca fijación en la marca y falta de campo para correr. Matthaüs estaba entre ellas. “Nunca he visto un alemán que entienda la zona”, le dijo la leyenda argentina Omar Sívori a Klinsmann en 1991. Y es que el trío teutón del Inter llevaba toda su carrera ganando títulos con la RFA, una selección que aplicaba como pocas la marcación combinada y el estilo de contragolpe. Por lo que la mayoría del equipo empezó a dudar de la variante. Una de las excepciones fue un convencido Berti, quien razonó lo siguiente: “el juego de zona no se puede hacer a menos que todos estén de acuerdo”. El acuerdo no llegó.
En enero, el presidente declaró en contra del entrenador. El equipo perdió contra la Atalanta y fue entonces cuando Orrico presentó una honesta renuncia. “Asumo toda la responsabilidad y, como mi presencia aquí es más negativa que positiva, es bueno que deje de ser una molestia y otros puedan seguir con el trabajo (…) Yo soy el culpable, digo que fallé, pero no falló la idea, que todavía considero válida para este equipo”. Para sustituirlo Pellegrini contrató a Luis Suárez, que había sido cesado recientemente de la selección española, equipo donde únicamente empleó la marcación combinada. Pero el Inter no mejoró y acabó octavo de la Serie A.
Ya fuera del club, un resignado Orrico dijo que “proponer la zona en un entorno tan contrario a este esquema ha resultado ser más difícil de lo esperado”. Por otro lado, años después declaró que “si estar quinto en la clasificación con un partido menos jugado es fracasar, fracasé. Me fui del Inter porque había situaciones que no me gustaban. Soy una persona que tiene principios sólidos”.
Mientras que Matthaüs argumentó que “fue cabezonería querer desplegar la defensa en zona contra nuestras opiniones”. Klinsmann no tuvo dudas de lo que faltó: “nunca pudo trabajar tranquilamente. Recibió muchas críticas injustificadas. Yo solo hice dos goles, con tres o cuatro más él aún estaría aquí”. Nadie sabe si hubiese conseguido títulos. Pero es seguro que, como a Maifredi y tantos otros entrenadores, más que atributos técnicos a Orrico le faltó paciencia por parte de los directivos y del entorno.
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