El West Bromwich Albion tiene 145 años de historia. Fue uno de los clubes fundadores de la Football League, en su estadio caben casi 30.000 personas y hoy lucha por volver a la Premier en una categoría, la Championship, que tiene más seguimiento y mejores infraestructuras que muchas máximas divisiones europeas. Sentarse en su banquillo, por lo tanto, no es como hacerlo en cualquier otro. Lo sabe Carlos Corberán (Cheste, Valencia, 1983), un tipo que fue entrenador antes que futbolista profesional, que creció admirando a Lillo o a Bielsa, que hizo renuncias para seguir apasionándose del juego y que hoy, a los 40 años, recibe como técnico local los aplausos de The Hawthorns.
Empezaste a entrenar siendo muy joven. Y sin haber sido futbolista profesional. ¿Qué les dirías a aquellos que dicen que un entrenador, para trabajar en la élite, tiene que haberla conocido antes?
Le diría que cada uno es capaz de conquistar a un jugador desde su fortaleza. El que haya sido futbolista y tenga mucha experiencia, lo conquistará de esa forma. El que no lo ha sido, como es mi caso, debe conseguirlo con su conocimiento del juego. Yo intento llegar al jugador para que en su cabeza vea el fútbol de la misma forma que yo. Por eso me gusta mucho hablar con él, para que entienda el porqué de las cosas. Mi forma de convencer al futbolista es desde la inquietud y la pasión. La experiencia por sí misma no es suficiente, porque para dedicarse a esto necesitas muchas cosas.
Dejaste de jugar a los 23. Eras portero. Has contado que hubo un momento que ya estabas más pendiente de los ejercicios que hacían los jugadores de campo que de lo que te decía el entrenador de porteros.
Sí, es verdad. Fue como un amor a primera vista demasiado fuerte. De forma repentina, vi que sentía más interés por la faceta de entrenar que por la de jugar. También coincidió que cada vez estaba más alejado del sueño de llegar a ganarme la vida como portero. Ese desencanto, unido a que cada vez aprendía más sobre preparación física, táctica de equipos o aspectos emocionales del deporte, hicieron que todo diera un giro.
¿Te fijabas en tus técnicos?
En los primeros años, sobre todo, uno imita lo que ha visto. Al acabar los entrenamientos, me acercaba al entrenador y lo interrogaba. Le preguntaba por algo que había dicho o por cómo estaba trabajando tal o cual aspecto del juego. Luego tuve la suerte de que, cuando supe que quería dedicarme a dirigir, un profesor de INEF, la carrera que había estudiado, me recomendó al Villarreal.
Empezaste formando a jóvenes talentos en la cantera ‘grogueta’ y acabaste dando el salto al staff del primer equipo con Juan Carlos Garrido. De repente, tenías que dar indicaciones a Ibagaza, Pirès, Marcos Senna… ¿Cómo se naturaliza un cambio así?
Me marcó mucho que mi primera experiencia como técnico fuera en la estructura profesional del Villarreal. Siempre he estado muy agradecido por ello. Porque el Villarreal, en ese momento, era un club que tenía muy clara la identidad de su juego y qué futbolistas la posibilitaban. Para mí fue una suerte poder nutrirme de gente con tantas capacidades y de un club que hacía las cosas, bajo mi punto de vista, muy bien. Cuando pusieron a Garrido en el primer equipo, decidió contar conmigo. Debía tener 26 o 27 años. Y, como tú dices, me encontré con jugadores de un nivel futbolístico exageradamente alto. Tú veías jugar a Ibagaza en un partidillo y comprobabas cómo solo con su pausa provocaba que pasaran determinadas cosas. Pero es que también estaban Santi Cazorla, Giuseppe Rossi, Joan Capdevila, Diego López… Conseguimos clasificar al equipo para la Champions y llegamos a las semifinales de la Europa League. Fue impagable todo ese aprendizaje. Porque los futbolistas grandes, si uno está atento, te dejan muchos mensajes en cada partido y en cada entrenamiento.
“En la vida, detrás de cada logro que consigues, hay un sacrificio. Es muy difícil alcanzar el mundo profesional. Cuando lo logras, significa que en el camino has tenido que hacer muchas concesiones”
Luego hiciste las maletas por primera vez. Te fuiste con Raúl Caneda, asistente de Juanma Lillo en varios equipos, a Arabia Saudí. ¿Qué te atrajo de un destino así?
A mí lo que me ha movido siempre es el conocimiento. En los años en el Villarreal establecí una relación muy profunda con Caneda. Quería alimentarme de personas como él, que me abrían los ojos hacia muchas cosas. Le surgió la posibilidad de trabajar en Arabia Saudí y me propuso que me sumara. Eso pasó justo después de que se acabara la etapa en el Villarreal. Decidí marcharme porque mi voluntad era trabajar con él. Y la verdad es que la realidad superó nuestras expectativas: descubrimos que era un país de una enorme tradición futbolística y con una gran pasión por el juego. Nuestra primera experiencia fue en el Al-Ittihad, que es el club en el que ahora juegan Benzema, Fabinho o Kanté. Más tarde tuvimos la oportunidad de trabajar en el Al-Nassr, donde luego llegaría Cristiano Ronaldo. Pero ya entonces eran clubes importantes, con un gran pasado.
Creo que uno de tus primeros ídolos fue, precisamente, Juanma Lillo. ¿Cuál es la lección que extrajiste de él que te ha funcionado mejor con el tiempo?
Juanma es un genio. Llega a conclusiones a las que nadie llega. Tiene reflexiones, tanto futbolísticas como vitales, que son estímulos que te desbloquean inquietudes y te inspiran. Por encima de algo en concreto, yo me quedo con eso. Y con que ves sus entrenamientos y piensas: ‘Hostia, siento como si los jugadores estuvieran jugando un partido’. Eso solo se consigue con mucho conocimiento y con mucho nivel de detalle. Las primeras veces que lo presencié, me llamó la atención. E hizo que naciera en mí la idea de que los entrenamientos de mis equipos siempre debían nacer del juego para ir hacia el juego. Debes tratar de que el jugador sienta el juego en el entrenamiento. Porque si el jugador lo siente, llevar lo aprendido al partido le será mucho más sencillo.
Debutas como primer entrenador en Chipre, en el Doxa Katokopias. Otra experiencia en el extranjero. Si para ti, como técnico, la comunicación es importante, ¿no te preocupa que el idioma sea una barrera?
El fútbol es un juego universal. Con pocas palabras, uno puede generar confianza y transmitir lo mínimo que quiere transmitir. Evidentemente, si no tienes la posibilidad de interactuar con el futbolista, de lanzarle un mensaje, es mucho más difícil. Por eso, cuando uno está fuera de casa, tiene que tratar de buscarse la vida para hacerse entender. Aunque ayuda, no es esencial hablar el mismo idioma, porque no solo nos comunicamos a través del lenguaje. También lo hacemos con los gestos, con la mirada, con un abrazo… Hay que romper esa barrera con el jugador. Yo me preocupé, sobre todo, de aprender inglés, para al menos tenerlo como lengua puente entre los diferentes futbolistas de diferentes nacionalidades que uno se encuentra en los vestuarios.
Un entrenador, en el fondo, es un trotamundos.
La primera vez que salí de España fue para irme a Arabia Saudí. Hasta ese momento vivía en el mismo pueblo donde había nacido, en Cheste. A mí, más que interesarme viajar, lo que me ha movido ha sido el sueño de entrenar. Y hoy mi opinión es que si he conseguido cumplir ese sueño ha sido por mi conocimiento del juego. Eso es lo que me ha ido motivando en mis decisiones: conocer cada vez más el fútbol. Y si quitas los límites geográficos, aumentas esa posibilidad de trabajar en lo que quieres. En esa búsqueda de conocimiento, luego vives experiencias que acaban siendo claves para tu desarrollo personal, pero en mi caso siempre han sido indirectas, porque lo que he buscado claramente ha sido el estar vinculado a contextos profesionales que me permitieran seguir creciendo.
“Viajé con Víctor Orta y el dueño del Leeds a Buenos Aires para conocer a Marcelo Bielsa y presentarle el proyecto. Que se llegara a ese acuerdo con él fue otro punto de inflexión en mi carrera”
Se habla mucho de las renuncias que debe hacer una persona para llegar a ser futbolista. Ocurre igual con los entrenadores.
En la vida, detrás de cada logro que consigues, hay un sacrificio. Es muy difícil alcanzar el mundo profesional. Cuando tienes algo que mucha gente quiere, significa que en el camino has tenido que hacer muchos esfuerzos y muchas concesiones. Pero el sacrificio, para mí, es solo una parte más del logro. Así vivo mi vida. También en el presente. En el fútbol cada día enfrentas a mejores rivales y a mejores entrenadores, es un proceso muy exigente. El fútbol es un elemento que está vivo, que cambia constantemente. La evolución es mejora y la mejora conlleva sacrificio. La nuestra es una profesión sacrificada. Son muchas horas de trabajo, no hay otra. Y cuando uno está en su despacho de la ciudad deportiva, significa que no está en otro lugar. Como en casa con su familia, por ejemplo.
Hasta el día que te quedas sin el puesto.
Es que nuestra profesión, por desgracia o por suerte, también es desequilibrada. Cuando no tienes trabajo, estás las 24 horas en casa. Pero en el momento en el que estás en un club, tu trabajo es absorbente, no tiene días ni horas. Puede estirarse todo lo que quieras en el tiempo. La preparación de un partido, la mejora de tu equipo, el análisis de los rivales… La lista de tareas es infinita. Pero uno tiene que aprender a ponerle límites, para encontrar un pequeño equilibrio que le permita llevar el oficio de la mejor forma y disfrutarlo.
Has entrenado en Arabia Saudí y en Chipre. También en Grecia, al Olympiakos. Pero cuéntanos: ¿cómo acabas con Víctor Orta y el dueño del Leeds United, Andrea Radrizzani, tratando de convencer a Bielsa para que se mude a Inglaterra?
Mi proceso en el Leeds empieza con Iván Bravo, que es la persona que gestionaba la Aspire Academy en Catar y que a día de hoy preside al Alcorcón. Andrea Radrizzani pensó en él para que coordinara su proyecto, y él a su vez en Víctor Orta como director deportivo y en mí para entrenar al filial del club, con la idea de implantar un modelo de juego que fuera coherente con el del primer equipo. Más tarde, Víctor y Andrea me plantearon como plan de futuro que me incorporara al primer equipo; el entrenador que habían elegido era Marcelo Bielsa. Viajé con ellos a Buenos Aires para conocer a Marcelo y presentarle el proyecto. Que se llegara a ese acuerdo con él fue otro punto de inflexión en mi carrera. Tuve la suerte de convivir y trabajar dos años con uno de los mejores entrenadores del mundo.
¿Qué aprende uno sentado en el mismo banquillo que el ‘Loco’?
Es más fácil responder qué no aprende. Bielsa es otro de esos genios que se cruzan en tu camino. Pero lo que uno no ve como espectador es superior a lo que uno puede ver de un técnico como él. Para mí su grandeza es esa. Las ideas que tiene Marcelo para trasladar el fútbol que siente a sus futbolistas están muy por encima a lo que uno puede ver en un partido de sus equipos, que ya ve por sí es mucho.
¿Qué has descubierto en el fútbol inglés que no lo podrías haber descubierto en ninguna otra parte?
Inglaterra es un país que en los últimos años ha sido capaz de atraer a los mejores futbolistas y a los mejores entrenadores del mundo. Cuando eso sucede, todo evoluciona. Estamos hablando de un fútbol en el que han convivido o siguen conviviendo Guardiola, Klopp, De Zerbi, Tuchel, Bielsa… Y la evolución se ha dado en diferentes escalas, porque lo que los técnicos hacen en los primeros equipos luego se lleva a las academias. De la Premier League a la Championship, de la Championship a la League One… El salto que se ha dado es enorme. Por eso hoy ver cuasi cualquier partido de Premier es un disfrute: uno no para de encontrar nuevas formas de proceder, nuevas ideas, nuevos caminos. Además de que este desarrollo ha tenido lugar en una sociedad donde el fútbol forma parte de la vida de las personas.
Conoces bien la Championship. ¿Qué tiene de especial? ¿Realmente está un paso por delante de la mayoría de las segundas categorías europeas?
Más que comparar, te diría que en Inglaterra el fútbol tiene arraigo y genera movimiento. Es mucha la masa social que está detrás de estos equipos. Puedes ir a un estadio de League Two donde juega un club que está en un momento complicado y la afición sigue respondiendo y yendo al campo. En Championship hay estados para más de 30.000 personas, y pocas veces ves huecos en las gradas. La mayoría de partidos, además, se juegan al mediodía, y no se televisan. Súmale a eso los recursos económicos que se destinan, que son muchos. O el nivel de las infraestructuras. En España, en Segunda, también hay equipos maravillosos y muy buen juego, pero es que aquí el fútbol tiene otra dimensión.
“El West Bromwich es un grandísimo equipo. Tengo la ilusión de darle a la entidad el mayor de los logros posibles. Ojalá la pueda devolver a la categoría en la que para mí merece estar”
Se ha cumplido ahora un año de tu llegada al West Bromwich Albion. Un equipo con otros 145 de historia. Se dice pronto. ¿Qué sientes al ir a trabajar?
Que es un privilegio y una gran responsabilidad, las dos cosas. Hay una parte de esencia que la mantienes: tú lo que quieres es entrenar y conseguir que tus equipos jueguen lo mejor posible, independientemente del lugar en el que estés. Y ganar tantos partidos como puedas, que es lo que te sostiene como técnico. Pero, evidentemente, hacer eso mismo en contextos de una gran dimensión conlleva más presión y a la vez te da mayor placer. Todavía recuerdo la primera vez que visité el campo del West Bromwich. Fue cuando estaba de asistente con Bielsa en el Leeds. El estadio me impactó muchísimo. El ambiente que se respiraba era del máximo nivel. Uno de esos momentos que no se olvidan. Para mí siempre ha sido uno de los grandes en Inglaterra.
Estuviste a punto de subir con el Huddersfield en 2022. ¿Cómo se convive con el objetivo de un ascenso?
Es difícil dar respuesta a esta pregunta. Con el Huddersfield conseguimos llegar a Wembley y quedarnos a 90 minutos de la Premier con un club que tenía el tercer o el cuarto presupuesto más bajo de la categoría. Era una cosa a priori impensable, pero se consiguió. Aunque perdimos en la final del play-off por un gol, avanzamos hasta ahí. Pero lo hicimos, simplemente, intentando ser lo más competitivos posibles. Ese era mi único objetivo, la verdad. Llegamos a una meta que quizá era más lógica para otros equipos, y lo logramos a través de optimizar el proceso de juego. Básicamente, tratando de competir en todos los encuentros. Y así pudimos firmar una racha de resultados histórica en el club: nunca el Huddersfield había estado tantos partidos sin perder.
Ahora persigues lo mismo con el West Bromwich. El club tiene claro su deseo.
Cuando yo firmé con el West Bromwich, el equipo estaba en una situación atípica, en puestos de descenso. Recuerdo que el primer choque fue a los dos días de llegar, contra el Sheffield United, y que lo perdimos en casa por 0-2. Después de esa derrota, éramos el colista de la Championship. ¡El colista! Pero de ahí conseguimos llegar a la última jornada de liga con opciones de entrar en play-off. En la vida las expectativas hay veces que sólo sirven para frustrarnos. No entraba dentro de mis expectativas trabajar en Arabia Saudí, no entraba dentro de mis expectativas trabajar con Bielsa, no entraba dentro de mis expectativas jugar una final de ascenso en Wembley, pero todos esos hechos ocurrieron. En ocasiones, las cosas se logran poniendo el foco en aquello que podemos controlar, no en lo que no podemos controlar. Evidentemente, en función del contexto en el que estás, sabes que la victoria es más o menos necesaria. Y que eso marca los objetivos. El West Bromwich es un grandísimo equipo en el que estoy encantado de trabajar. Desde el primer día he sentido el cariño de la afición. Tengo la ilusión de darle a la entidad el mayor de los logros posibles. Que en cada partido la gente se sienta representada con lo que hacemos y que vean que nuestro compromiso con el juego es máximo. Yo cada vez que entreno, lo hago para eso. Y ojalá pueda devolver al equipo a la categoría en la que para mí merece estar.
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Fotografía de Getty Images.