Si decimos Ferenc Purczeld puede que algunos no sepan identificarle por los orígenes alemanes de su apellido. Pero si hablamos de Puskas automáticamente identificarán a una de las mejores zurdas de la historia del fútbol. Desde hace una semana, y días antes del que habría sido su 84 cumpleaños, el futbolista más importante que ha dado Hungría -con permiso, tal vez, de Kubala– goza de una estatua a tamaño real en la Plaza Puskás Öcsi de Óbuda. En ella se puede ver una escena en que Puskas enseña a jugar a unos niños, imagen inspirada en una fotografía tomada frente a la plaza de toros de Las Ventas en Madrid. Tras ese bloque de piedra esculpida por Gyula Pauer y Dávid Tóth no solo se esconde una genio del fútbol sino también un hombre marcado por acontecimientos y encuentros inolvidables que agrandaron su leyenda.
Los ‘Magiares Mágicos’
Su amor por el fútbol, herencia de su padre, le permitió desde bien pequeño estar cerca de los balones siendo recogepelotas. 16 años fueron suficientes para poder debutar en primera con el Kipest, equipo que entrenaba su padre y que más adelante pasaría a ser el Honved, equipo del ejército húngaro. En él llegaría su internacionalidad y con ella la mejor selección que Hungría ha tenido en su historia. “Los ‘Magiares Mágicos“, un equipo que surgió del oro olímpico de Helsinki y en donde se produjeron los primeros pasos del ‘fútbol total’ que los holandeses harían aún más grande en la década de los setenta. Pero lo mejor estaba por llegar. El 25 de noviembre de 1953, frente a 120.000 espectadores, Hungría disputaría un partido que la encumbraría a los estandartes de la memoria del fútbol de selecciones. Aquel mes de noviembre, Hungría invadió, metafóricamente, el estadio de Wembley.
Un combinado maravilloso que llevaba invicto desde el 14 de mayo de 1950, cuando derrotó a Austria con el primer gol de Puskas como internacional, se enfrentaba a la siempre respetada Inglaterra, creadora del fútbol moderno, en su territorio, donde jamás había sido derrotada. Pero ese día no solamente lograrían la victoria sino que dejarían un resultado para los anales de la historia. Con Czibor, Bozsik, Kocsis, Hidegkuti y Puskas saliendo cuales fieras ansiosas, bastó medio minuto para que el combinado visitante ya ganara 0-1 hasta llegar a alcanzar un inolvidable 3-6 final. Dos goles fueron de Puskas, que se permitió el lujo de hacer bailar al capitán ingles Billy Wright. Aquel partido fue denominado por la prensa inglesa como “El partido del siglo“. Tiempo más tarde, Bobby Robson reconocería haberle hecho cambiar su forma de pensar: “Creíamos ser los maestros y que los visitantes eran los alumnos y resultó ser al revés. No conocíamos a nadie, ni siquiera a Puskas. Nos enfrentamos a marcianos. Nos demolieron“.
Porque si Ferenc Puskas, el ‘Cañoncito Pum’ como se le solía llamar, tenía algo que le hacía realmente diferente al resto, eso era una escopeta en su pierna izquierda
Con el orgullo herido, los ingleses esperaron que aquel partido tan solo hubiese sido un espejismo, pero en la vuelta de aquel encuentro la derrota y el repaso futbolístico todavía fue más contundente. Hungría venció a Inglaterra por 7 goles a 1 en el Nepstadium, que pasaría a ser, en 2002, el Estadio Ferenc Puskas en honor al jugador.
Pero toda bonita historia tiene su final. La Hungría de Puskas llegó al Mundial de Suiza ’54 como la gran favorita, acumulando 32 partidos invicta hasta el partido de aquella final. No llegaría el número 33. Puskas jugó la final contra la Alemania Federal sin haberse recuperado de la lesión que se había hecho en el partido de la primera fase contra, precisamente, los germanos, a quienes derrotaron por 8-3, y que le mantuvo alejado de la competición hasta ese día. Sin disponer de sus mejores condiciones, Puskas todavía fue capaz de marcar un gol y que le anularan otro. Pero no fue suficiente. Hungría tras, 32 victorias, perdió el partido más importante de su vida por 3 goles a 2.
El exilio
La vida de Puskas y la de muchos de sus compañeros cambió el 4 de noviembre de 1956, cuando la URSS invadió Hungría. Aquel mismo año los ‘leones’ del Athletic Club debutaban en la Copa de Europa y en su segunda fase debía enfrentarse al Hunved de Puskas, Bozsik, Kocsis y Czibor, considerado, en aquel momento por muchos, “el mejor equipo del mundo“. La ida debía disputarse el 7 de noviembre en la capital húngara pero tras el estallido de la revolución contra el gobierno comunista el 22 de octubre, el partido se trasladó a San Mamés. Aquel encuentro, con victoria local por 3-2, fue un billete sin retorno a Hungría. El equipo inició una gira por Europa y posteriormente por Suramérica. Puskas fue sancionado por la FIFA y juzgado por el gobierno comunista por “traición a la patria“. El jugador no regresaría a su país hasta 1981.
Por suerte, pese a sus kilos de más y sus casi 32 años de edad, el fútbol y el Real Madrid todavía tenían mucho que ganar con Ferenc Puskas. El 11 de agosto de 1958, con la presidencia de Santiago Bernabéu, para sorpresa de los aficionados blancos y de la mano de Emil Osterreicher el jugador húngaro fichó por el Real Madrid de Di Stéfano, Gento, Santamaría, Domínguez… Puskas jugaría en España hasta el fin de su carrera e incluso llegó a ser convocado por la selección española. En el equipo blanco conseguiría alzarse con la Liga y la Copa de Europa en repetidas ocasiones (la más memorable, en su primera final frente al Eintracht Frankfurt con cuatro goles suyos) así como con el título de máximo goleador del campeonato nacional en hasta cuatro ocasiones consecutivas.
Porque si Ferenc Puskas, el ‘Cañoncito Pum’ como se le solía llamar, tenía algo que le hacía realmente diferente al resto, eso era una escopeta en su pierna izquierda. Si un balón se colocaba en su pie, daba igual quien se pusiera delante ni los pocos metros que tuviera frente a él. Mientras en su país el gobierno controlaba los medios haciendo propaganda del “ex héroe desertor“, Puskas guardaba silencio y vivía de sus goles. Gracias a su visión de juego y olfato goleador, era capaz de dar pases con exquisita precisión y a la vez perforar las redes con demoledora potencia. “Cada vez que cogía la pelota nos dábamos la vuelta porque sabíamos que era gol. Su gordura era distinta de la de Ronaldo: Pensabas que no se movería y te engañaba. Tenía una velocidad de reacción superior y su zurda era mejor que una mano“, dijo Pachín, exjugador del Real Madrid y gran amigo del jugador, al recordar a Puskas tras su muerte.
Marcó 682 goles en 700 partidos oficiales. El mayor goleador del siglo XX, según la Federación Internacional de Historia y Estadística del Fútbol. Ahora, como los grandes mitos, su figura se alza en su país para que la memoria del fútbol nunca le olvide.