Nadie vio mejor que él la trayectoria de aquel balón eterno que salió de la bota de Nayim, se burló de Seaman y acabó en la red de la portería del Parque de los Príncipes de París. Fue un día de mayo de 1995 cuando el Zaragoza tocó el cielo en forma de Recopa de Europa. Solo uno de los once titulares había nacido en la ciudad, Alberto Belsué, el lateral derecho que había llegado al equipo en 1988 procedente del Endesa Andorra, el equipo minero de Teruel, donde acumuló horas de vuelo.
Tan compacto como ligero, Belsué fue uno de esos ejemplos de jugador capaz de superar todas las expectativas, como si se empeñase en jugar por encima de sus posibilidades año tras año, incluso cuando el Zaragoza incorporó como cedido a todo un campeón del mundo, el brasileño Cafú, que llegó renqueante a orillas del Ebro y nunca le pudo ganar la partida. Como casi todos los jugadores de su quinta, Belsué se crió futbolísticamente en la calle, jugando con los amigos de su hermano Luis, cuatro años mayor que él. “Eso me enseñó todas las triquiñuelas del fútbol de la calle”, admitió después.
Su primer equipo fue el Grupo Tudor, de donde no tardó en saltar al Stadium Casablanca, uno de los más respetados del fútbol base aragonés, precisamente donde apuró su humilde carrera como jugador Víctor Fernández. Allí se conocieron, mucho antes de que el destino les regalase la gloria. Belsué cruzaba toda la ciudad desde su casa en el barrio de la Almozara, toda una aventura para un imberbe de la época que en realidad ni siquiera llegó nunca a soñar con jugar en Primera. Belsué disputó 17 partidos con la selección absoluta, y su gran momento llegó en una tanda de penaltis, en la Eurocopa de 1996.
“Desde que Clemente me pidió que lanzara hasta que puse el balón en el punto de penalti pasaron unos 25 minutos. Ahí se te pasa todo por la cabeza y te preguntas quién te ha llamado a meterte en semejante locura. Nunca había tirado un penalti y lo pasé muy mal”. Al final, Belsué marcó su penalti ante un viejo conocido, David Seaman, pero la selección española dejó escapar viva a Inglaterra, que desde entonces no volvió a ganar una tanda hasta el pasado Mundial de Rusia. Tras una década en Zaragoza, se fue cedido al Alavés y al Numancia y apuró su carrera en el Iraklis griego. Siguió pisando el césped, pero casi siempre sintético: los que fabrica la empresa Mondo, en la que trabajó durante más de diez años. Y en 2015, cerrando el círculo, volvió a casa, a su Real Zaragoza, para hacer las funciones de delegado de campo.