Hay personas que poseen la habilidad de camuflarse en la piel de los demás. Personas camaleónicas capaces de transformarse en otras hasta el punto de adquirir sus rasgos, su manera de ser, su forma de pensar. Sin embargo, en esta tarea hay un nombre que brilla por encima de los demás. Cejas enfadadas, ojos traviesos, y sonrisa endiablada. Jack Nicholson tiene la receta perfecta para sumergirse en el papel de un lunático. Es, sin duda, el maestro de la mirada del cuerdo loco.
Tres Óscars y doce nominaciones a la mejor actuación lo avalan como una de las grandes estrellas de Hollywood y, a su vez, como el gran experto del arte del disfraz. Tras varias nominaciones sin recompensa, en 1975 levantó por fin su primera estatuilla bajo la fisonomía de Randle McMurphy. El protagonista de One flew over the Cuckoo’s nest (Alguién voló sobre el nido del cuco) es un desdichado hombre que, con el fin de eludir la cárcel, finge un desequilibrio mental para ser internado en un hospital psiquiátrico. A pesar de intentar revolucionar la vida monótona, estricta y cuadriculada de los pacientes del manicomio, McMurphy es tratado como un demente y acaba siendo víctima de la locura más aguda; la del chiflado sumiso que, a base de medicación, renuncia a soñar.
Existe, empero, un grado superlativo de locura. Nacido en Cardona, un pequeño pueblo de la Cataluña profunda donde hasta hace escasos meses los partidos de fútbol se disputaban en un campo de tierra, mi padre pertenece a un espécimen poco común. Aunque creció rodeado de pósters del Barça y cánticos azulgrana, se encaprichó por las franjas rojiblancas que, lejos de su lugar, teñían las gradas de San Mamés. Su corazón temerario se enamoró de una filosofía única, de una forma de entender el fútbol que va más allá de vencer, de un estilo de vida no apto para cardíacos. Se hizo del Athletic Club de Bilbao, un equipo de vascos que, a pesar de no haber bajado nunca a Segunda División, vive con la aceptación de la derrota.
Si bien la razón no entiende de colores, no cabe duda de que, siendo catalán y de entorno culé, ser del Athletic era una locura. Una bendita locura. En su libro, 100 motivos para ser del Athletic (y uno para no serlo), el periodista de El País Eduardo Rodrigálvarez se refiere a este fenómeno de majaretas de la manera más ajustada posible. “Ser del Athletic fuera de Euskadi no implica morir en el intento, sino ser una parte de un invento en el que prevalece la pasión por encima del argumento. Algo así como una novela entretenida y siempre inacabada. Ser diferente, cosa que un bilbaíno no podrá sentir jamás porque hasta el cordón umbilical es rojiblanco. ¡Envidia me dais, bandidos!”.
Mi padre, bandido por antonomasia, se hizo del Athletic por Iribar. Aún conserva la fotografía donde un renacuajo de nueve años de edad disfrazado de portero posa junto a un poste larguísimo igual que su ídolo en los cromos de la liga. Algún pájaro empezaba a volar sobre su cabeza. Más adelante, durante la temporada 1982-83, festejó los títulos del Athletic de Clemente y bailó con la magia de Julen Guerrero y los goles de Joseba Etxeberria, una década más tarde. Acarició el cielo con el asalto en Old Trafford del ‘Loco’ Bielsa y la regularidad en plazas europeas de los hombres de Valverde le permitió volver a soñar. Y estoy seguro de que mi padre, bandido por antonomasia, seguirá siéndolo con el Athletic de Cuco.
“Hace un fútbol ofensivo, muy práctico, sencillo y fácil de observar, donde las necesidades del juego están asimiladas con naturalidad por los futbolistas”
Este verano, tras seis temporadas dirigiendo el filial, el navarro José Ángel ‘Cuco’ Ziganda ha recalado en el banquillo del primer equipo del Athletic para recoger el testimonio de una época gloriosa. Gansarón, elegante y de apariencia frágil, recibió el apodo de Cuco en su etapa osasunista por su picardía dentro del área. Era uno de esos arietes con un instinto innato para transformar cualquier globo que cayera en el área. Daba igual como fuese el remate; con la cadera, el tobillo o la puntera. Lo importante era que acabara en el fondo de las mallas y que San Mamés coreara el mítico ‘¡Cuco!, ¡Cuco!, ¡Cuco!’. Ziganda recibe el balón en la banda; encara al defensor; se inventa un autopase entre un enjambre de piernas del Logroñés; pisa área; levanta cabeza; observa la posición del portero y, como quien mata sin hacer ruido, acaricia el esférico con un tremendo sombrero que se cuela, ajustado a la base del palo cruzado, dentro de la portería. 30 de marzo de 1997, esta vez lejos de la Catedral, Las Gaunas fue testimonio del gol más plástico que se recuerda del casi centenar que hizo Cuco vestido de rojiblanco.
“El Bilbao Athletic es una representación muy fiel del ideario de Ziganda. Hace un fútbol ofensivo, muy práctico, sencillo y fácil de observar, donde las necesidades del juego están asimiladas con naturalidad por los futbolistas”. Las palabras que Marcelo Bielsa dedicó en su día al juego de toque del filial que dirigía Cuco avalan el proyecto que emprende ahora el club. Aunque no consiguió encajar en los banquillos de Osasuna y Xerez, la prueba del éxito del ‘método Ziganda’ está en la cantidad y la calidad de jugadores como Laporte, Eraso, Williams, Lekue o Yeray, que han dado el salto al primer equipo durante su estancia en el Bilbao Athletic. De algún modo, esta temporada, la de su retorno a Primera División, recogerá los frutos que, con su trabajo y el de Valverde, ha sembrado. Las cuatro clasificaciones europeas consecutivas denotan el potencial de una plantilla que equilibra veteranía y juventud y que, con pocas bajas e incorporaciones, mantiene el bloque.
Arriba, los galones de Aduriz al timón del buque contrastan con la pólvora de los cañones de Williams, Muniain y Susaeta. La mecha incombustible de Raúl García, Iturraspe, San José y Beñat, de centrocampistas, permanece siempre encendida, dispuesta a oxigenar las transiciones de balón, a catalizar cualquier jugada de peligro. Y detrás, mientras Laporte, Etxeita, De Marcos y Balenziaga –a la espera de la recuperación de Yeray– sostienen como un mástil la estructura del equipo, Kepa y Herrerín custodian el tesoro bajo palos tras la marcha de Iraizoz.
Si bien es verdad que el Athletic viste savia nueva e incorpora piezas noveles en el puzzle, continúa siendo fiel al estilo y a la alineación que lo ha situado entre los grandes de Europa. De Cuco Ziganda, pero, incorpora una fortaleza defensiva, una agresividad y una intensidad que, con el Txingurri, a veces escaseaban. Los leones pueden y deben enseñar, de nuevo, dientes y garras. Son un conjunto que ilusiona y que llega a las puertas de La Liga siendo uno de los más rodados. Las eliminatorias previas para escabullirse dentro de la Europa League han obligado a los bilbaínos a espolearse desde el primer instante. Sin embargo, la temporada es duradera y un exceso de partidos puede pasar factura. Veremos como lo gestiona Ziganda. Veremos qué es lo que vuela sobre el nido de Cuco.
Existen varias hipótesis acerca del significado del título One flew over the Cuckoo’s nest. De entre todas ellas, quiero pensar que la más sólida es la perteneciente o relativa a la anidación de los pájaros. Como es sabido, el cuco es el único pájaro que, por carencia de nido, pone huevos en el de los demás. Randle McMurphy es ese cuco que llega a su nuevo nido, el psiquiátrico, para contagiar su locura, su forma de vivir y de pensar. Sin ser consciente de este paralelismo, Ziganda ha anidado, como un cuco, en el banquillo de San Mamés para aportar su esencia, enriquecer la filosofía del equipo y perfeccionar el estilo. Como Jack Nicholson, es también una de esas personas que poseen la habilidad de camuflarse en la piel de los demás. Esta vez se ha disfrazado de entrenador del Athletic Club de Bilbao; sin duda, un club de cuerdos locos. Cejas enfadadas, ojos traviesos y sonrisa endiablada. Cuco Ziganda ya conoce la receta perfecta para sumergirse en la piel de un lunático. La receta perfecta para cumplir sus sueños y sacar, por fin, la gabarra que mi padre tanto ansia.