Danny McGrain es un tipo tranquilo. Un hombre agradable. Con acento ininteligible, pero agradable. Además, defiende bien. Estamos a finales de los setenta y este tipo lleva diez años en el Celtic, y a pesar de su condición de protestante, ya es toda una institución en el conjunto del trébol. En fin, podríamos decir muchas cosas sobre McGrain, pero en ese momento por primera vez se le presenta como un símbolo de la decadencia occidental susceptible de corromper a la juventud albanesa. Porque es que hay algo que todavía no os he dicho. Su barba es inconfundible. Casi una institución. Y la prensa escocesa lleva días alimentando la incertidumbre que supone viajar a Albania para afrontar un partido europeo. Un país hermético, del que pocas cosas se conocen y que prohíbe el vello facial, así como la música rock o el pelo largo. Los escoceses se preguntan: ¿deberá Danny McGrain quitarse la barba antes de aterrizar en Tirana?
Albania, esa tierra desconocida. Un lugar extraño y aislado que, aunque hoy atrae a millones de turistas, no reniega de su pasado. Desde su independencia del control otomano, pasando por la liberación de la ocupación fascista y nazi, hasta una dictadura que la convirtió en el país más pobre del continente europeo. La historia de Albania es una historia de lucha constante contra la represión. Y aunque hoy Tirana presume de modernidad y evolución, hay algo en sus calles que te transporta a esos tiempos austeros, donde hasta tu vecino podía ser el malo, y donde un régimen con mil ojos no dejaba cabos sueltos. Volveremos a McGrain, pero antes nos espera una historia digna de esas producciones en blanco y negro de la Paramount Pictures, como si Billy Wilder se hubiese encontrado con George Orwell para construir un guion de cine lleno de crítica, humor y surrealismo.
La Segunda Guerra Mundial está llegando a su fin. Por lo menos en el viejo continente, y Enver Hoxha, líder del Partido Comunista de Albania, ha entrado en Tirana junto a las tropas partisanas para liberar al país de la ocupación extranjera. Ya os hablamos de ello cuando hacíamos referencia al FK Partizani, un equipo fundado tras la consolidación del régimen socialista, en honor a todos aquellos combatientes. Y es que Hoxha, convencido marxista-leninista, no es un hombre de fútbol, pero sí que es consciente del poder que este puede desplegar. El balón como medio para formar a ciudadanos y demostrar la fuerza del colectivo. Un lugar de supuesta libertad, pero, desde luego, controlado al dedillo, o casi.
Antes de viajar a Albania, al presidente del Ajax le hicieron llegar una lista de restricciones. A los jugadores se les prohibía que llevaran barba o las patillas excesivamente pobladas
Al inicio de la dictadura comunista, Hoxha se alineó firmemente con Iósif Stalin, considerando a la Unión Soviética un modelo a seguir para llevar a Albania hacia el socialismo. Una relación que se tradujo en la aplicación de métodos estalinistas, ya fueran purgas, persecución a disidentes o un fuerte aparato policial, como lo fue la Sigurimi. Así como el culto a la personalidad y, desde luego, las ayudas en maquinaria, armamento o formación ideológica. También en el deporte. Porque, a pesar de la creación de clubes como el ya mencionado Partizani (equipo del Ejército) o el Dinamo (equipo del Ministerio del Interior), Albania, fiel a Stalin, decidió excluirse junto a los soviéticos de las competiciones de clubes que la UEFA organizaba a nivel internacional.
Eran años en los que la Copa de Europa crecía en participantes, pero nunca con la presencia de ambos países, y mientras el Real Madrid dominaba contundentemente las primeras ediciones del torneo, en Albania el fútbol solo era para los albaneses. Pero las cosas dieron un giro de guion cuando, más por despecho que por deporte, Albania participaría por primera vez en una competición europea en 1962. Y es que la Unión Soviética y Enver Hoxha rompieron lazos después de que Nikita Jruschov comenzara la desestalinización del gran bloque soviético tras sucederle en el poder. Considerándolo una traición de los ideales comunistas, Hoxha rompió con Moscú y, con tal de aislar a los soviéticos, dejó de lado el boicot a la UEFA. Su inclusión redondeó la cifra a treinta contendientes; ahora bien, con ella también llegarían los dolores de cabeza.
Precisamente fue el Partizani el primer equipo en debutar en Europa. Lo hizo ante el Norrköping sueco, y, a pesar de acabar eliminados, el empate en casa se recuerda por un aluvión de piedras que lanzaron al terreno de juego por parte de los aficionados albaneses. Aunque eso no fue nada comparado con lo que se sucedería con el paso de las participaciones. Los equipos albaneses no tenían problemas cuando sus rivales procedían de su lado del telón de acero. Así fue como, de nuevo el Partizani, se enfrentaría al Spartak de Moscú en la siguiente temporada. En aquella ocasión no hubo inconvenientes, incluso una victoria local a pesar de volver a quedar eliminados. Los problemas llegaban cuando su rival procedía del lado capitalista.
Lo sufrió el Colonia, cuando en un pequeño incidente diplomático se les prohibió la entrada de comida desde el exterior. También el Kilmarnock, que vio como solo se le concedieron 15 visados en lugar de 16 sin ningún tipo de explicación. Y es que la entrada al país no era nada sencilla, y el cuadro escocés tuvo que viajar primero a Londres y después a Roma para aterrizar en Tirana en medio del toque de queda. En aquella ocasión se enfrentarían al 17 Nentori, el actual KF Tirana, pero renombrado por órdenes de Hoxha. Un equipo que en su plantilla contó con jugadores del Partizani y que consiguió sacarle un empate al conjunto británico. Por lo visto no era nada fácil vencer en Albania. Quizá el choque cultural causaba estragos, porque no fue hasta 1971 que el CSKA Sofía logró arañar un triunfo en territorio comanche.
Y un año antes de ese triunfo visitante, el 17 Nentori llegó a cruzarse en la primera ronda con el Ajax de Rinus Michels. El conjunto neerlandés no logró sacar el triunfo a domicilio; ahora bien, en uno de las anécdotas más sonadas de aquella expedición, se recuerda una lista de restricciones que recibió Jaap Van Praag, presidente de la entidad, por parte de la agencia estatal de viajes de Albania. De entre ellas, se les prohibía a los miembros del Ajax que llevaran barba, las patillas excesivamente pobladas e incluso una cabellera de más de cuatro centímetros de largo. Y no solo eso, porque también se exigía a las mujeres que los acompañaban usar faldas por debajo de las rodillas.
En aquellos tiempos la estética sixtie dominaba los vestuarios de media Europa, pero con esas restricciones jugadores como Johan Cruyff, quien por una lesión no se sumó a la expedición, estaban vetados en Albania si no accedían a pasar por la barbería que ofrecían las autoridades en el aeropuerto de Tirana. Sin embargo, Van Praag trasladó una queja formal a la UEFA, que, tras negociar con el régimen albanés, consiguió que se permitiera la entrada del Ajax al país sin consecuencias. Y es que la constitución de 1967 había convertido Albania en el primer estado ateo del planeta y, además, asociaba la barba con el islamismo o el cristianismo ortodoxo. Además, para el régimen albanés esa estética era un símbolo de la decadencia cultural occidental capitalista, por lo que gestos como esos podían desviar a la juventud albanesa del camino correcto que el régimen se encargaba de fomentar.
Los problemas del gobierno con la UEFA eran múltiples. Ya no solo por sus estrictas reglas, sino también por retirarse sus clubes en múltiples ocasiones de los torneos. Aunque en 1971 por primera vez hubo tres equipos del país compitiendo por Europa, siempre había alguno que decidía abandonar la competición antes de tiempo. La UEFA trataba de sancionar a estos clubes, pero de nada sirvió, ya que en 1973 decidieron dejar de presentarse durante cinco años. Un momento en el que el régimen entró en su estado más paranoico, con un aislamiento prácticamente total y con la construcción de 173.371 búnkeres. Miedo a la invasión de Occidente, miedo a la invasión de Oriente. Albania en medio de un mundo que no les comprendía. Y ni la alianza con China fue fructífera, ya que la creciente apertura económica del país no fue aceptada por Hoxha.
Precisamente en 1978, cuando Hoxha rompió lazos con China, los clubes albaneses volvieron a competir en Europa. Y aquí es cuando volvemos a Danny McGrain. Sí, aquel tipo tranquilo con acento ininteligible y con una barba faraónica. Porque, cuando se conoció que el Celtic de Glasgow tenía que enfrentarse al Partizani, al mismo McGrain le entraron dudas y angustias. Años más tarde reconoció en su autobiografía que se habría afeitado la barba si se lo hubieran exigido. La prensa tampoco ayudó, pero es que Albania era un lugar tan desconocido que la incertidumbre se apoderó de aquel viaje. Aunque, finalmente, no fue necesario, y Danny y su barba jugaron en un encuentro que terminó con victoria a favor de los locales. Una alegría efímera, ya que al final el Celtic acabó remontando la eliminatoria.
Hoy Tirana presume de modernidad, pero no esconde su pasado más reciente, ya sea en sus calles o debajo de sus búnkeres. Un lugar misterioso, del que quizá George Orwell anticipó algo
Ya en 1982, una visita del Linfield dejó varias anécdotas inverosímiles que seguían la línea de los informes de viajes que otros equipos ya habían hecho años atrás, como si el tiempo no hubiera pasado. En aquella eliminatoria, el 17 Nentori eliminó a los norirlandeses, pero para la siguiente ronda, cuando debían enfrentarse al Dinamo de Kiev, decidieron retirarse. El Vllaznia Shkodër también se retiraría una temporada después tras tener que enfrentarse al Hamburgo. A partir de ese momento, la UEFA tuvo que endurecer sus medidas, aunque, desde luego, nada superaría lo que sucedió en un enfrentamiento entre Partizani y Benfica.
Aquella eliminatoria disputada en 1987, en una Albania que aún lloraba a Hoxha tras su fallecimiento dos años atrás, tuvo de todo. El partido de ida no se disputó, ya que unos problemas burocráticos impidieron el visado a los futbolistas portugueses. En la vuelta, el Partizani acabó el encuentro con siete jugadores después de sufrir cuatro expulsiones. Una de ellas llegó tras una patada al estómago del portero y capitán de la selección nacional, Perlat Musta, a un rival. Las otras, por faltas salvajes e insultos al árbitro. El Benfica recibió la victoria automática y, después de años de flexibilidad, la UEFA suspendió al Partizani durante cuatro temporadas sin poder jugar en Europa. Se le acabó la paciencia a la organización. Lo hizo tarde, no hay dudas, porque el poder de Hoxha ya se estaba hundiendo. Y es que, entre 1962 y 1985, el dictador jugó como quiso. En ninguna de esas temporadas los clubes albaneses ocuparon la totalidad de sus plazas europeas. Tanto para Hoxha como para la Sigurimi, aquello significaba demasiado trabajo.
Si los viajes al extranjero estaban prohibidos para la mayoría de los albaneses, los equipos de fútbol debían ir acompañados por miembros de la policía secreta cada vez que salían de casa. Tampocofaltaron las deserciones de futbolistas. Por eso, por ese miedo a arriesgarse, a la mínima sospecha los dirigentes decidían que lo más seguro era retirar a sus equipos de los torneos. Y es que la Sigurimi fue el brazo ejecutor de Hoxha. Bajo el eufemismo de Dirección de Seguridad del Estado, el cuerpo funcionaba como policía secreta, agencia de inteligencia y, por supuesto, como órgano de represión política. Con una red de espionaje masivo, cualquier comportamiento alejado de las conductas soviéticas podía ser castigado.
En fin, fútbol, Albania y Hoxha. Una relación bien estrecha. Más de lo que podríamos llegar a imaginar. Se acordará bien Danny McGrain. Quizá también Cruyff cuando supo que su equipo tenía que ganar a aquel grupo de albaneses para remontar y acabar convirtiéndose en campeón de Europa. Hoy Tirana presume de modernidad, pero no esconde su pasado más reciente, ya sea en sus calles o debajo de sus búnkeres. Un lugar misterioso, incluso místico, del que quizá George Orwell anticipó algo. Sólo faltaba el ingenio de Wilder en una enrevesada trama con barbas y a lo loco, que ya en sus tiempos sacudía los cimientos de la UEFA.
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Fotografía de Getty Images.