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A los 16 años

El Milan de hoy ya no está acostumbrado a las buenas noticias. Quizás por eso sigue incrédulo tras dar a luz a un guardameta tan asombroso como prematuro

A los 16 años, Silvio Berlusconi todavía se peinaba por placer y no por necesidad. Eso era mientras se estaba sacando la secundaria en un colegio salesiano de Milán. Durante el recreo, cuando el resto de sus compañeros salía al patio a tontear con el tabaco, él se encerraba en el baño, desenfundaba el peine y empezaba a mimarse la caballera como si estuviese acariciando una cría de Golden Retriever. Mucho tiempo después, Silvio, por fin con el Don delante y un necesario chute de tinte en el pelo, tuvo que escuchar como una tal ‘Ruby Rompecorazones’ decía que a esa misma edad ella ya frecuentaba las sábanas del entonces Presidente del Consiglio dei Ministri, cobrando además por el servicio prestado. Ese fue solo uno de los muchos escándalos de tamaño infame que salpicaron y salpicaron a ‘Il Cavaliere’ hasta dejar empapada su figura de cartón piedra. Pubertad y Forza Italia nos han parecido hasta hace poco dos conceptos pegados pero irreconciliables, como Vargas Llosa y García Márquez. Hasta que han brotado en San Siro los 196 centímetros de Gianluigi Donnarumma. La cura del trauma ‘rossonero’ se cubre las yemas de los dedos con terciopelo y tiene ojos de osezno hambriento. Y sobre la aparición de este mozuelo, su dueño, tras soltar un suspiro de alivio kilométrico, ha comentado que le va ahorrar mareantes despilfarros para cubrir la portería en los próximos cursos.

 

Estaba metido Diego López en una rutina horriblemente placentera, cuando de golpe y porrazo empezaron a inquietarle en los entrenamientos las estiradas imposibles de un juvenil con cara de nihilista

 

A los 16 años, Mino Raiola, nocerino de nacimiento, crecía lavando platos en el restaurante italiano que sus padres tenían en Haarlem, Holanda. De su adolescencia entre fogones heredaría poca cosa, salvo una barriga generosa en proporciones. Lo que sí captó rápido Mino fue que para hacer el mejor guiso no hacía falta ser filósofo, sino que simplemente bastaba con saber cuál era el instante preciso para volcar los ingredientes en la cazuela. Más tarde, siguiendo esa misma pauta, mantendría en remojo a Zlatan Ibrahimovic, Touré Yaya o Paul Pogba durante largas esperas, hasta que un buen día los arrojó al caldo y sacó de él tres ostras Gillardeau de palmo y medio, tan agradecidas en el gusto como en el precio. Con buen olfato para los grandes comienzos, Raiola es ese personaje que se asoma al balcón cuando agoniza la madrugada mientras juega a adivinar en qué piso de la fachada de enfrente se encenderá la luz primero. Quizás por eso no se lo pensó dos veces cuando desde la Accademia del Milan le pasaron la referencia de un chaval que de tan bueno que era desquiciaba a los entrenadores rivales, hasta el punto que éstos acababan los partidos pidiéndole al colegiado que chequeara su año de nacimiento. En un abrir y cerrar de ojos, el agente ya tenía a las manos de Donnarumma esperando su turno en la encimera.

A los 16 años, Diego López subía escalones en la cantera del Lugo y no se imaginaba ni por asomo que con el tiempo se convertiría en la piedra más molesta del zapato de Iker Casillas. En el Real Madrid C no recalaría hasta recién estrenado el nuevo siglo. Probablemente, por aquel entonces, tampoco nadie le había advertido al de Paradela que meterse a medio Santiago Bernabéu en el bolsillo equivalía, como mucho, a que te dieran cuatro palmadas en la espalda y un billete rumbo al calcio. Una vez instalado bajo los palos de Milanello, le tocó pringar con los efectos secundarios de su propia receta. La cruz del fútbol, que canta el tópico. Estaba metido Diego López en una rutina horriblemente placentera, cuando de golpe y porrazo empezaron a inquietarle en los entrenamientos las estiradas imposibles de un juvenil con cara de nihilista. El nuevo bambino no abría la boca y parecía tomarse la vida con notable indolencia, pero paraba, paraba y paraba. Hasta que llegó la estocada definitiva. “Diego López es un gran portero, pero en estos momentos me da más seguridad Donnarumma. A Diego no le he visto bien en las últimas semanas. Yo no miro la edad en el DNI, si hay un bajón de forma se cambia de portero. Sin más”. Palabra del míster Sinisa Mihajlovic, el primero que apostó por la nueva perla de la entidad.

A los 16 años, Gianluigi Buffon todavía no había debutado con el primer equipo del Parma, mientas que Donnarumma ya da la sensación de haberle cogido las medidas a la portería del primer equipo del Milan. El debut oficial, a este segundo, le llegó el 25 de octubre de 2015 ante el Sassuolo. Con el equipo atascado a media tabla, Mihajlovic, colgando del hilo, buscó resguardarse del frío cambiándose de guantes. Y aquella elección todavía le está resultando al club. La prematura fecha de estreno no le valió a Donnarumma para superar el récord de precocidad de Paolo Maldini, pero sí para colgarse la medalla de ser el portero más joven de la historia en debutar en la liga italiana. A todo esto, el ‘Gigi’ de Turín le observa temeroso desde el otro costado de la valla. No es bueno fiarse de las novelas que empiezan a escribirse antes de tiempo. Menos si sabes que el nombre de su autor aparecerá junto al tuyo en las enciclopedias del futuro. Y sí, el futuro ya llegó. Donnarumma ha debutado estos días con la absoluta italiana, convirtiéndose en el arquero más joven de la historia en lograrlo. Ahora ya tiene 17 años. Su salto a la fama no ha hecho más que empezar.