Este artículo está extraído del #Panenka111, un número que le dedicamos a la FA Cup y que sigue disponible aquí
Tras haber vivido de cerca la intensidad de la temporada 2012-13 en el Wigan Athletic, casi cualquier otro reto me parece descafeinado. En un mismo curso se mezclaron la agonía de la pelea por la supervivencia en la máxima categoría del fútbol inglés -con el dramatismo que un desafío de este tipo siempre conlleva- y la persecución de una gloria jamás soñada: levantar un título; o, para convertirlo en algo más grandilocuente aún, que un club diminuto, sin ninguna tradición ganadora, se permitiera el lujo de aspirar a llevarse el trofeo más antiguo del mundo arrebatándoselo a las millonarias entidades de presupuestos ilimitados. La película acabó de la forma más insospechada: con un llorado descenso a la Championship y con un festejadísimo éxito en Wembley que además conllevó un billete para disputar la siguiente Europa League en la que todavía es, y probablemente lo seguirá siendo durante mucho tiempo, la única experiencia en una competición internacional de los ‘Latics‘ en toda su historia.
Ocho años y medio después, el Wigan no ha vuelto a pisar la Premier League y sobrevive en la League One, la tercera categoría del fútbol inglés, tras haber regateado una amenaza de desaparición muy seria tras un episodio oscuro cuando fue adquirido por una nueva propiedad extranjera. ¿Valió la pena aquello? ¿O habrían preferido sus hinchas seguir en primera y no ganar la copa? Contesta Roberto Martínez, entrenador de aquel equipo que vivió las dos caras del fútbol con pocos días de diferencia y una persona vinculadísima a la entidad desde su época de jugador: “Si me lo hubieran preguntado mientras estábamos metidos en la pelea habría contestado que prefería seguir en la Premier, porque por aquel entonces yo me dedicaba a construir un proyecto en el club, a hacerlo crecer, y para ello era necesario mantenernos en la élite. Pero tras la celebración de la FA Cup, los aficionados me hicieron ver que era más importante ganar un título. Viéndolos a ellos me di cuenta de lo que suponía, y de que al final la imagen del Wigan Athletic a largo plazo no dependería tanto de haber estado ocho o nueve años en la Premier League, sino que se recordaría que tiene una FA Cup en sus vitrinas. El club dependía mucho de su presidente, Dave Whelan, y ya se ha visto que cuando él se ha retirado el equipo ha pasado por grandes dificultades. El Wigan estaba destinado a acabar bajando algún día, pero lo de la FA Cup no entraba en ninguna quiniela y es algo que quedará para siempre”.
La película acabó de la forma más insospechada: con un llorado descenso a la Championship y con un festejadísimo éxito en Wembley que además conllevó un billete para disputar la siguiente Europa League
Recuerdo una conversación con Roberto pocos días antes de que arrancara la participación del Wigan en esa FA Cup. Estábamos en su modesto despacho del campo de entrenamiento, unas instalaciones que explicaban por sí solas la dimensión de aquel club de Greater Manchester que se había colado entre los 20 mejores del país contra todo pronóstico. El técnico de Balaguer había salvado al equipo del descenso tres veces consecutivas y su gran prioridad era conseguirlo una cuarta. Parecía tener una plantilla mejor preparada que en el pasado para lograrlo, pero las lesiones, especialmente en la parte defensiva, se cebarían con el equipo en la segunda mitad del curso.
El debut en la FA Cup iba a ser ante un Bournemouth que se encontraba en la League One y que ya estaba dirigido por Eddie Howe. La idea era usar la copa para dar minutos a los jugadores menos habituales. “Era algo que hacíamos siempre. Recuerdo que en Swansea, por ejemplo, fue en un partido copero cuando nos dimos cuenta de que Joe Allen ya tenía el nivel para entrar en el equipo en la liga. Esas primeras rondas, tanto de FA Cup como de League Cup, eran idóneas para dar oportunidades. Y, de hecho, en esta ocasión nos ayudaron también. Gente como Joel Robles o Callum McManaman se ganaron en la FA Cup su puesto en el once”, rememora Roberto. El Wigan necesitó un replay para superar ese primer turno. En casa solo fue capaz de empatar a uno, y en la vuelta ganó por 0-1. “Recuerdo que, al terminar el partido, se me acercó uno de los asistentes de Howe y me vino a decir que, como nos había tocado el Macclesfield en la siguiente ronda, no se cambiaba por nosotros. Ir a Macclesfield era un auténtico marrón, por el estado del campo, por lo que supone en Inglaterra para un equipo aficionado recibir a uno de Premier League… La atmósfera que se crea es propicia para que se den sorpresas. Pero, visto con perspectiva, debo decir que ese tipo de partidos me prepararon para el fútbol de selecciones”. Los propios aficionados del conjunto local tuvieron que ayudar a retirar la nieve del terreno de juego para evitar que el partido se suspendiera. El Wigan lo ganó por 0-1 con un gol de penalti de Jordi Gómez.
“La afición me hizo ver que era más importante ganar la copa que seguir en la élite”, dice Roberto Martínez
Fue en la ronda siguiente cuando Roberto entendió que esa podía ser una temporada histórica para el club en la FA Cup y empezó a ver el torneo como algo por lo que valía la pena apostar. “Nos tocó el Huddersfield, que estaba en segunda, y si ganábamos igualábamos el mejor registro del Wigan de todos los tiempos, que era alcanzar los cuartos de final”. Fue un triunfo contundente, por 1-4, y configuró un cruce de altísima dificultad ante el Everton en Goodison. Aquel encuentro, en el que destacó un Jordi Gómez pletórico, puso los cimientos del fichaje del propio Roberto por la entidad azul de Liverpool el verano siguiente.
Pero si hay un partido del que el técnico catalán se siente especialmente orgulloso es el de la final ante el Manchester City. “El de Goodison quizá era más difícil por el escenario, pero el mejor, desde un punto de vista táctico, fue la final”. Y es que aún hoy, cuando uno relee las alineaciones de aquella tarde de mayo en Wembley, sigue asombrándose de que la victoria cayera del lado de los ‘Latics‘. Roberto no tenía carrileros disponibles para jugar con el 3-4-2-1 que le estaba dando buen resultado en el último año y medio, y sin embargo insistió con el sistema ubicando en las bandas a futbolistas nada acostumbrados a ello: el hondureño Roger Espinoza jugó por la izquierda, mientras que el escocés James McArthur lo hizo en la derecha. Esta decisión sorprendió por completo al City. “Nasri se giró en el túnel de vestuarios hacia Mancini y le dijo con asombro: ‘¡Juegan con tres!’. Eso nos dio confianza, porque vimos que estaban muy preocupados por lo que nosotros hacíamos”.
La estrategia de Roberto era atacar con sus teóricos segundos delanteros la espalda de los laterales rivales: Koné sobre Zabaleta y McManaman sobre Clichy. Maloney, ejerciendo de falso nueve, tapaba la salida del City encimando a Yaya Touré. El Wigan tenía tantas bajas que solo hizo un cambio: entró en el 81′ Ben Watson. “Era un cambio con un componente sentimental. Nuestro presidente, Dave Whelan, se partió la pierna jugando con el Blackburn en la final de la FA Cup de 1960. Watson también se la había roto a principio de temporada, y según íbamos avanzando rondas bromeaba con la posibilidad de llegar a tiempo para jugar la final”. En el minuto 91, Watson se elevó por encima de todos los defensores y remató un córner a la red. Fue el gol que puso el broche de oro al cuento de hadas.
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Ilustración de Max-o-matic.