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Ser seleccionador: una profesión diferente

Los seleccionadores cuentan con poco tiempo para preparar un campeonato en el que cualquier error es mortal. Eso es lo que les diferencia de los técnicos de clubes

Héctor Cúper (Egipto), Óscar Washington Tabárez (Uruguay), Carlos Queiroz (Irán), Fernando Santos (Portugal), Bert van Marwijk (Australia), Age Hareide (Dinamarca), Ricardo Gareca (Perú), Gernot Rohr (Nigeria), Hernán Darío Gómez (Panamá), José Pekerman (Colombia), Vahid Halilhodžić (Japón) y Adam Nawałka (Polonia). Estos son los nombres propios de los 12 seleccionadores con más de sesenta años que estarán presentes en el Mundial que comienza en Rusia este jueves.

Roy Hodgson (Crystal Palace), Sam Allardyce (Everton), Jupp Heynckes (Bayern Munich), Joaquín Caparrós (Sevilla FC) y Gian Piero Gasperini (Atalanta). Y estos son los nombres y apellidos de los 5 entrenadores de más de sesenta años que acabaron la temporada dirigiendo a un equipo de las cuatro grandes ligas europeas.

Aquí pasa algo. Es obvio. La brecha generacional salta a la vista: mientras en el Mundial el 37% de los seleccionadores ya peinarán canas -en el mejor de los supuestos-, en Europa sólo el 6% de los técnicos compartían dicho honor. Un dato ya de por sí extremo que si profundizamos en él, si quitamos lo cuantitativo de en medio para ir a lo cualitativo, no es que pierda fuerza, sino que incluso la gana.

Por un lado porque estos doce seleccionadores dirigen a países de los cinco continentes con todo tipo de nivel, estilo y tradición. Es decir, entre dichos países no hay más nota común que la edad de sus técnicos. Por otro porque los mismos Hodgson y Allardyce ya fueron seleccionadores, porque Heynckes antes de coger al Bayern estaba retirado, porque Caparrós llegó a Sevilla para cuatro partidos y porque Gasperini cumplió los sesenta hace apenas cinco meses. Y, finalmente, porque esta temporada 2017/2018, entre otras cosas, ha sido la temporada en la que por fin se ha roto un techo de cristal para los entrenadores jóvenes, a menudo sin experiencia en el fútbol profesional. En primavera, uno de cada tres entrenadores de la Bundesliga tenía menos de cuarenta años. Sin embargo, en el Mundial, como podéis adivinar, no habrá ninguno que esté en la treintena. El más joven, Aliou Cissé (Senegal), tiene 43 y es además el seleccionador “peor” pagado de esta Copa del Mundo.

Este contraste no es ni anecdótico ni casual. Aunque normalmente agrupemos a los seleccionadores junto al resto de técnicos, los retos que afrontan ambos se desarrollan en circunstancias completamente diferentes y, por ende, requieren de gestiones y perfiles distintos. Al igual que los técnicos de clubes, los seleccionadores también son “ese obstáculo” entre el talento del jugador y el criterio personal del aficionado, pero en su caso juegan con las cartas marcadas y con un pequeño crono sobre la mesa.

 

Aunque normalmente agrupemos a los seleccionadores junto al resto de técnicos, los retos que afrontan ambos se desarrollan en circunstancias completamente diferentes

 

Pongamos como ejemplo el caso más cercano, el de Julen Lopetegui, para explicar lo relativo al crono. Aunque asumiera el cargo hace ya casi dos años, a este Mundial llegará sólo con 20 partidos dirigidos para tratar de afrontar con éxito los siete que le separan de su objetivo. En este tiempo apenas habrá convivido 100 días con sus futbolistas, en los que habrá controlado entre sesenta y ochenta entrenamientos. El resto del trabajo lo ha desarrollado con vídeos, viendo fútbol en palcos y, si un caso particular lo requería, hablando por teléfono con algún futbolista. Nada más.

Es escasísimo el tiempo con el que cuentan los seleccionadores para preparar un campeonato en el que cualquier error es de naturaleza mortal. Es incomparable incluso con el de sus colegas de clubes, que por muy exigidos que estén rara vez caen antes de los 100 días, que además en sus caso no sólo son seguidos, sino que también son prioritarios para el propio futbolista.

Esta circunstancia, más compleja pero también menos estresante, ha provocado que siempre se haya visto al puesto de seleccionador como el ‘premio final de una carrera’. Esto es algo muy habitual en España. Mismamente Unai Emery o Marcelino García Toral se han expresado en esa dirección a menudo. ‘Todavía no’, porque necesitan la adrenalina del día a día, pero ‘ojalá algún día pase’. De ahí la diferencia de edad que existe actualmente entre el entrenador de clubes y los seleccionadores. Es cierto que hay ejemplos de todo tipo. Tanto de técnicos que se han enfocado casi siempre al fútbol internacional (caso de Queiroz o del Bolillo Gómez) como a los que se han formado en las inferiores (como Lopetegui, Cisse, Southgate o Tae-Young). Pero lo normal sigue siendo tomar el camino que han tomado Gareca, Pekerman, Tabarez o Fernando Santos: largo expediente en el fútbol de clubes y, a los 60, la selección.

Sea como fuere, lo importante es cómo esto, además de influir en el perfil profesional del seleccionador, también marca mucho su toma de decisiones. Para empezar porque al contrario de lo que solemos comentar tanto aficionados como periodistas, el seleccionador no tiene que crear una selección con los 23 mejores. Ni siquiera elegir a los 23 que mejor han estado esa temporada. Esa lista, que ya de por sí admitiría mucho debate, muchas veces no acercaría al seleccionador a su principal y único objetivo, que no es otro que el de vestir de equipo de fútbol a una selección. Ni repartir méritos ni impartir justicia. El ‘se lo merecía’ vale poco en el fútbol y en la vida, pero todavía vale menos en el fútbol de selecciones. No hay tiempo para ello. No sirve de nada.

 

Como no hay tiempo para construir, entrenamientos para trabajar ni mercado de fichajes para reforzar, los seleccionadores tratan de construir un modelo de juego mucho más sencillo y práctico que el de un club de fútbol

 

Y como no hay tiempo para construir, entrenamientos para trabajar ni mercado de fichajes para reforzar, los seleccionadores tratan de construir un modelo de juego mucho más sencillo y práctico que el de un club de fútbol. Debe calar cuanto antes a partir de unas líneas maestras que sujeten y estructuren el talento de los futbolistas, el cual luego tendrá que desarrollar la profundidad del mismo. De ahí que no extrañe que las mejores selecciones hayan tenido normalmente un rasgo en común: la existencia de un bloque de jugadores que ya jugaban juntos durante todo el curso.

Ha pasado siempre con el Bayern y Alemania, con la Juventus e Italia, con Holanda y el Ajax y pasó, por supuesto, con el Barcelona y España en el último ciclo. El fútbol de selecciones, por sus circunstancias, da más peso al futbolista que al entrenador. Los automatismos deben surgir de su talento y de su experiencia. Por eso tampoco extraña que sea tan difícil convocar futbolistas de equipos que no tienen presencia en la Champions League. No es que los seleccionadores tengan ‘miedo’ o ‘no les interese’. Habrá casos y casos, por supuesto, pero esos son términos en los que nos expresamos los aficionados. Lo único cierto es que el Mundial pondrá a prueba la competitividad de cada jugador mientras todo el mundo le está mirando –y juzgando-. El que esté acostumbrado, sea peor o esté peor, lo tendrá más fácil para tolerar, manejar y entender la situación que el que jamás la ha vivido. Y eso los seleccionadores lo saben.

Mismamente, en los últimos días, producto de las convocatorias definitivas, hemos tenido dos casos muy interesantes para exponer esta particular toma de decisiones. Roberto Martínez no ha llevado a Radja Nainggolan y Joachim Löw no ha llamado a Leroy Sané. “No elegimos nombres, sino jugadores de calidad para la selección nacional, sabiendo que ciertas decisiones serán impopulares. Es el trabajo del seleccionador. Sería muy fácil para el equipo técnico y para mí anunciar los 23 nombres esperados y luego no jugar el Mundial como nos habría gustado”, explicaba Bob ante los medios belgas. “Sané tiene un gran talento y volverá con nosotros pronto. A partir de septiembre vamos a fortalecer nuestro trabajo con él, pero es posible que no haya dado todo en sus partidos con el equipo nacional”, hacía lo propio Löw.

Como ambos explican, si ya el rendimiento de un futbolista en un club no se puede extrapolar al de otro club, hacerlo al de una selección es imposible. Las circunstancias, los tiempos, los problemas y los juicios mediáticos son completamente diferentes. Quizás, de ser entrenadores de la Roma y del Manchester City, tanto Roberto Martínez como Joachim Löw seguirían contando con estos futbolistas. Allí tendrían tiempo para pulir, moldear y adaptar sus condiciones, que realmente son muy valiosas. Pero ellos no son entrenadores. Son seleccionadores. Una profesión diferente.