“Los deportes útiles para la integración moral y física de las mujeres serán aprobados por el Consejo de Deportes Fascista… Las pruebas de atletismo ligero, el florete en esgrima, el patinaje artístico, la gimnasia colectiva y algunas pruebas de natación y tenis se podrán practicar previa petición”. Y así, por omisión, al no ser incluido en esta lista, los fascistas prohibieron a las mujeres jugar a fútbol en 1933, menos de ocho meses después de la creación del primer club italiano de estas características, el Gruppo Femminile Calcistico di Milano, que jugaba con falda larga. En los pasillos de los palacios, las autoridades deportivas fascistas actuaron rápido contra “la indecencia y la inmoralidad de esas chicas”, como llegó a decir el dirigente Leandro Arpinati. Y pese a ello, Italia tuvo un papel clave en el nacimiento de las competiciones internacionales del fútbol femenino. Aunque no fue un camino sencillo.
En la década de los 40, sobre todo después de la guerra, surgieron nuevos clubes y se vivieron episodios como el partido en el que las bailarinas de la Ópera de Roma derrotaron a periodistas sicilianos que se habían burlado de ellas. De esta forma, Italia fue convirtiéndose en una pieza clave en la organización del fútbol femenino, que viviría su esplendor en los 60. En 1965, el presidente del Inter, el empresario del sector petrolero Angelo Moratti, aceptó la propuesta de Valeria Rocchi de crear dos equipos femeninos para disputar un torneo amistoso, el Inter Club Pepsi Cola, que fue el origen de la creación de dos clubes estables en la capital lombarda. Y en 1968 nació la primera federación de fútbol femenino unificada (Federazione Italiana Calcio Femminile), que viviría separada de su homóloga masculina hasta su fusión, en 1986. Presidida por Giovanni Trabucco, la FICF fue la responsable de organizar la primera liga femenina, cuya primera edición contó con diez participantes y una final en la que el Genoa derrotó a la Roma. Dos clubes, por cierto, que nada tenían que ver con su versión masculina.
Mientras en Italia nacían diferentes competiciones y asociaciones, en Europa Occidental las mujeres también se movían, aunque sin el respaldo de las federaciones masculinas, la UEFA o la FIFA. Sin esos apoyos, se necesitaron empresas que pusieran dinero… y mucha pasión. En 1957, por ejemplo, se jugó el primer torneo entre clubes femeninos europeos en Berlín, competición inspirada en la Copa de Europa y que duró muy poco. El artífice de este certamen fue el empresario germano Willi Rupert, el mismo que presidió la primera federación alemana femenina. El primer campeón fue el Manchester Corinthians inglés, que contaba con el apoyo de la Cruz Roja, consciente de estar patrocinando a una entidad rebelde en unos años en los que la federación inglesa mantenía vigente una norma que prohibía organizar partidos femeninos en los mismos estadios donde se practicaba fútbol masculino, una ley impuesta en los años 20 como reacción al éxito del fútbol femenino durante la Primera Guerra Mundial, cuando los equipos de mujeres llenaron estadios y desafiaron el orden que muchos directivos de bombín y puro no querían alterar.
La primera edición encumbró a una Dinamarca que derrotó en la final a la anfitriona con la camiseta del Bolonia
Pero la prohibición inglesa no era una excepción. En 1930, en Alemania, Lotte Specht envió una carta a un periódico para crear el primer club de mujeres, el DDFC Frankfurt, que llegó a jugar algunos partidos hasta 1935, cuando los nazis prohibieron su actividad. Specht tuvo que pasar por comisaría acusada de comportamiento indecente y, en los años 50, se convirtió en la propietaria de un cabaret que también fue definido como indecoroso por muchos alemanes conservadores. A ella poco le importaba, claro, y aprovechó su experiencia para mandar artículos a la prensa atacando el veto de la federación alemana al fútbol femenino. Una norma prohibía a los árbitros, durante los años 50 y 60, dirigir duelos de mujeres. Pese a ello, y gracias de nuevo a la inversión de Rupert, hombre de negocios de la zona del Ruhr, se jugó el primer amistoso de selecciones (en 1956, Alemania Occidental derrotó 2-1 a Holanda ante 18.000 personas en Essen) y se impulsaron algunas competiciones.
La creación de una liga italiana en 1968, sumada a experiencias como la alemana, provocaron que, finalmente, en noviembre de 1969, naciera la federación internacional de fútbol femenino (FIEFF). El objetivo: organizar un Mundial. Tanto la federación como el torneo tendrían sede, cómo no, en Italia. Y de Italia saldría el patrocinador principal, la marca de bebida Martini & Rossi. Finalmente, en julio de 1970 se celebró la Coppa del Mondo Martini & Rossi, en la que participaron siete selecciones: Italia, Dinamarca, Inglaterra, México, Austria, Suiza y Francia. Martini & Rossi se encargó de pagar el viaje y los hoteles a las jugadoras. Dinamarca se impuso a Italia en la final por 2-0 delante de más de 30.000 personas en Turín. Las danesas, por cierto, jugaron con la camiseta del Bolonia, pues en el hotel les robaron la equipación. El torneo terminó con polémica: uno de los dos goles daneses fue obra de Maria Sevcikova, una checoslovaca que había escapado de los comunistas después de la Primavera de Praga de 1968. Finalmente, las italianas decidieron no presentar un recurso, pues ni la federación ni el torneo tenían reconocimiento oficial. Como la competición funcionó bastante bien, la FIEFF repitió experiencia al año siguiente. En 1971, y aprovechando la infraestructura del Mundial masculino de 1970, se jugaría en México la segunda Copa del Mundo de fútbol femenino.
DE LA SANCIÓN A LA REACCIÓN
“La federación italiana femenina no tenía mucho dinero, aunque lo invertía sobre todo en cuidar a los periodistas, pagando parte de los viajes a los grandes diarios de la época. En los 70 fue normal que nuestros goles aparecieran en los informativos, luego todo empeoró en los 80”, explica la exjugadora Elena Schiavo, capitana de la selección italiana que viajó a México, donde fue elegida mejor futbolista del torneo. “Ese Mundial fue una maravilla. Aprovechando el impacto de la televisión en color con los Juegos Olímpicos o el Mundial de 1970, los dirigentes de la federación, especialmente Giovanni Trabucco, consiguieron patrocinadores para organizar un Mundial a lo grande en México. Para nosotras fue realmente impactante”, admite. Martini & Rossi, otra vez, pagó los viajes y los hoteles a todos los participantes. Incluso las selecciones eliminadas se pudieron quedar hasta el día de la final en el país azteca.
Todos los equipos eran amateurs. Chicas sin experiencia, que habían empezado a jugar pocos años antes del torneo. Y, de repente, aterrizaban en México para saltar a grandes estadios y corretear delante de decenas de miles de personas. Las inglesas, por ejemplo, mandaron una selección sin ningún tipo de apoyo, pues la federación femenina, que no tenía ninguna relación con la masculina, no quería gastar el dinero en viajes. Fue el matrimonio formado por Harry y June Batt, los presidentes del Chiltern Valley Ladies, quien impulsó una federación paralela para poder jugar en Italia en 1970 y en México en 1971, con jugadoras de clubes como el suyo o el Luton. Chris Lockwood, que entró en la convocatoria con apenas 15 años, recuerda que “jugamos un torneo de clasificación en Sicilia en campos de tierra y sin gradas. Y luego, nos metieron en un avión y nos hospedamos en hoteles de alto nivel. Y estadios llenos. Era como aterrizar en Narnia, aquello era otro mundo. Fueron los únicos días en los que nos sentimos profesionales por primera vez”.
El torneo lo jugaron seis selecciones: México, Argentina, Italia, Inglaterra, Dinamarca y Francia. Y además de la marca de bebida italiana, se sumaron patrocinadores como la cerveza mexicana Carta Blanca o la marca de té británica Lagg’s. El torneo fue un éxito, pues la cantidad de patrocinadores permitió a los organizadores no perder dinero. “Tenían una mascota para el evento y se podía comprar todo tipo de merchandising: pins, bufandas, camisetas… Nos sacaron en revistas especializadas, salimos en la televisión… Fue espectacular”, recuerda Schiavo, citando a Xochitl, la mascota del torneo: una niña con una pelota. Los organizadores, por cierto, decidieron pintar todo lo que pudieron de color rosa. La parte inferior de los postes de la portería, la ropa de los voluntarios, las mesas de las ruedas de prensa… Hasta la crónica rosa tuvo su espacio, pues “una compañera se enamoró del entrenador mexicano. Y un directivo de la federación, Patorno, fue el padrino en la boda”, rememora Schiavo.
Todos los equipos eran amateurs. Futbolistas sin experiencia, algunas de 15 años, jugando ante miles de espectadores
El torneo se jugó en dos sedes, el estadio Azteca y el estadio de Guadalajara, con más de 110.000 espectadores, según las crónicas, en la final entre danesas y mexicanas. Como no quedó registrado de forma oficial, pues la FIFA no participaba en la organización del torneo, el partido no se ha computado en el historial de partidos con más espectadores en la historia del fútbol femenino. “Puedo dar fe de que en ese estadio no podía entrar más gente. Nosotras jugamos delante de 80.000 personas contra las mexicanas en Guadalajara”, dice Lockwood. Unas mexicanas, por cierto, que casi boicotean la final, pues amenazaron hasta el último momento con no salir al campo si no cobraban algo de dinero. Después de dos días negociando, aceptaron jugar sin recibir nada a cambio ya que las otras selecciones tampoco iban a hacerlo. El torneo, que un periodista italiano propuso bautizar como ‘Copa Rimmel’, jugando con el nombre del Mundial masculino, la Copa Rimmet, lo volvieron a ganar las danesas, goleando por 3-0 en la final con tres goles de Susanne Augustesen, también de 15 años.
“La base de la selección era el Femina, el primer club femenino de Dinamarca. Lo habían fundado unas jugadoras de balonmano que disputaron un partido contra las chicas de una editorial. De ese partido nació el equipo que formaba la base de la selección campeona en 1970”, recuerda Augustesen en un perfecto italiano. Aquel torneo de México le cambió la vida, pues la fichó el Bolonia en 1974. Y jugó en Italia hasta el año 1995, quedándose a vivir en este país. Después de brillar en 1970, Dinamarca mandó un equipo casi nuevo a México. Solamente Helene Hansen repitió en los dos torneos. “La federación no nos quería, así que para formar el equipo se produjeron peleas entre los clubes. Al final, la lista casi fue decidida a dedo entre jugadoras del este y del oeste del país, para evitar guerras internas entre quienes luchábamos por la misma causa”, apunta Augustesen, que tuvo que pedir un permiso por escrito a sus padres para viajar. Muchas jugadoras, como Ann Andreasen, venían del balonmano. “Era una selección con ocho jugadoras del este y ocho de la zona de Copenhague. Entrenamos duro, de forma profesional, para adaptarnos a la altura mexicana”, dice Augustesen, quien rememora cómo la noche anterior de la final durmieron en las casas de algunos daneses que vivían en México por miedo a que los hinchas del equipo anfitrión hicieran ruido delante de su hotel. De hecho, no se entregaron las medallas al término de la final por el temor a una invasión de campo. Las danesas fueron recibidas en la embajada de su país unas horas después. “Volvimos con escala en París y perdimos el segundo vuelo. No nos quisieron esperar. Llegamos cansadas, nos recibieron en el ayuntamiento de Copenhague… Y fue muy duro volver a la escuela, porque nadie quería escuchar mis historias de México”, se queja la autora del hat-trick.
Los seis equipos estaban llenos de chicas muy jóvenes. La jugadora más precoz fue la inglesa Leah Caleb, de 13 años. En un acto en el Museo del Fútbol de Mánchester, Caleb recordó que “de vuelta a casa, la federación nos sancionó a todas por haber jugado ese torneo sin su permiso. Aunque al final ese esfuerzo creo que fue clave para que, poco después, se levantara la prohibición al fútbol femenino en los estadios”. El retorno a Inglaterra fue especialmente duro para esa selección, ya que acabó en la última posición. “Algunos quieren cerrar puertas, pero no se puede cerrar la puerta al futuro. Un día tendremos una liga profesional femenina”, dijo ese mismo 1971, preguntado por la prensa, Harry Batt, el empresario responsable de la selección y del Chiltern Valley Ladies, donde la entrenadora era su esposa June, quien actuó como preparadora inglesa en México. Desgraciadamente, este club desapareció poco después por la falta de apoyos.
El Mundial de 1971 fue un éxito porque provocó una reacción. Dinamarca, por ejemplo, fue el primer país en unir las federaciones poco después del éxito de sus jugadores. En las mismas fechas, tanto la FIFA como la UEFA crearon un grupo de trabajo para abrir las puertas al fútbol femenino. “En el fondo, tenían miedo de no controlar el torneo”, opina Schiavo. Durante años, estudiaron cómo incluir el fútbol femenino. Y tardaron tanto, que la llama se apagó. Y no se encendió hasta el primer Mundial oficial, en 1991, en China. 20 años después. Aunque esa es otra historia.
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Este texto está extraído del #Panenka86, un número que sigue disponible aquí.