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Sportswriter

Antes los mejores periodistas se acercaban al fútbol porque advertían en él un territorio fértil para descubrir otras cosas. Hoy ocurre todo lo contrario

Al tiempo que terminaba de leer Retratos y encuentros y El silencio del héroe, de Gay Talese, pensaba en que en esas páginas se habían vertido buena parte de las mejores lineas periodísticas que se hayan escrito jamás en torno a los deportes. Lo mejor de todo era que se habían escrito sin que el propio autor se obsesionara con el hecho de inscribirse en alguna tradición particular. Siendo hijo de un sastre calabrés y una madre italoamericana que dirigía el negocio familiar de prendas de vestir, aprendió a escuchar con paciencia y, sobre todo, a no interrumpir nunca. Y muy pronto entendió que no había necesidad de ponerle una etiqueta a las historias. Un buen relato podía estar protagonizado por un maquinista de tren, un boxeador convertido al islam, una actriz decadente o el portero de un hotel centenario de Nueva York.

Hace no mucho discutía con un reputado locutor de radio y periodista musical sobre la idea de que antes los mejores periodistas y escritores se acercaban al fútbol y a los deportes en general porque advertían en ellos un territorio fértil para descubrir, a partir de ellos, otras cosas. Hoy ocurre todo lo contrario: la nueva hornada de periodistas se refugia en los deportes porque advierte en ellos el lugar que menos esfuerzo intelectual demanda. Y, probablemente, el camino más corto y asequible para tener una plataforma mediática. En realidad la fórmula es muy sencilla: hay que vincularse con algún equipo o deportista, sintetizar todo lo no se pueda sintetizar para explicar un fenómeno complejo y renunciar al largo aliento para abandonarse a los titulares rotundos. Entre más pirotécnicos, mejor.

Es un hecho incontrovertible que Gay Talese y Norman Mailer, entre otros, escribieron varios de los mejores reportajes y perfiles deportivos sin proclamarse periodistas deportivos. Si la vida de Joe DiMaggio les ofrecía pistas sobre la condición del resto de italoamericanos en Nueva York, había que ir por él. Si la ascensión de Joe Louis les ofrecía pistas sobre el racismo sistémico en todo Estados Unidos, había que ir por él. Eran, esencialmente, cazadores de historias. Por eso, entre otras cosas, le tengo tanta reticencia al rótulo de periodista deportivo. Hay, sin embargo, un concepto que me gusta un poco más: sportswriters. Me refiero a la denominación de origen porque diría que es un fenómeno en extinción y particularmente americano, aunque históricamente ha habido dignísimos exponentes en todo el mundo hispanoparlante.

 

La nueva hornada de periodistas se refugia en los deportes porque advierte en ellos el lugar que menos esfuerzo intelectual demanda. Y, probablemente, el camino más corto y asequible para tener una plataforma mediática

 

Sportswriter y periodista deportivo, para mí, son cosas muy distintas. Mientras uno proviene de una tradición sostenida de contar historias, el otro es un opinador profesional, sometido casi siempre por las ráfagas de la actualidad. Curiosamente, el título original de la gran novela de Richard Ford es The Sportswriter, cuya traducción al castellano fue El periodista deportivo. Si nos detenemos a reflexionarlo lo suficiente, es una traducción inexacta y, desde según qué perspectiva, algo perversa. Nunca pensé en rajar de Anagrama, como nunca pensé ver partidos de fútbol en un ordenador. El mundo, se sabe, es un lugar cada vez más cruel.

Pero vamos, para que esta tribuna no devenga simplemente en un ejercicio catártico, quiero decir que los 25 minutos mejor invertidos de mi semana se los debo al catalán Ramón Besa, al que me siento más cómodo llamándole sportswriter que periodista deportivo. Besa, el mismo que había conjeturado en la aurora del confinamiento aquello de que a los mejores periodistas de mesa les cuesta salir a la calle, los reporteros más afamados suelen ser un peligro para la redacción, los grandes editores difícilmente sacan noticias y que los que traen exclusivas no son los que tienen mejor letra en una columna legendaria que tituló El triunfo de la infantería, se pasó por la Cadena Ser con José Luis Sastre para dejar un torrente de reflexiones que condensan todo lo que hemos perdido por el camino: la tensión de las redacciones, el vértigo del folio en blanco y la pureza de los espacios comunes. Todo eso representa, si me preguntan, la diferencia entre los valores que defiende un sportswriter y un periodista deportivo.

No sé ustedes, pero, con todo esto, a partir de mañana comenzaré a firmar como sportswriter. No estoy dispuesto a seguir soportando tantos insultos en Twitter y en las comidas familiares.

 


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