Resulta complicado poner fechas exactas a un cambio de tendencias. De blanco a negro, o viceversa, no tiene por qué cambiarse de la noche a la mañana y puede producirse a través de un proceso largo y costoso en el que marcar un momento exacto sea más bien un punto de referencia de toda una travesía. En este sentido, a la selección española actual, la que ha dejado atrás el victimismo, el pesimismo y la ‘Furia’ para convertirse en una candidata habitual a cualquier Mundial o Eurocopa en juego, podrían marcársele dos encuentros de manera significativa.
El primero de ellos fue el 13 de octubre de 2007 en la ciudad danesa de Aarhus. Ese día la Roja sellaba la clasificación para disputar la Eurocopa de Austria y Suiza, pero, más allá del resultado (1-3), se tiene en cuenta esa fecha por la manera en la que se anotó el 0-2 que ponía tierra de por medio ante una posible igualada de Dinamarca. Al filo del descanso la selección española maduró una jugada que ya es parte de la historia del fútbol de este país. Fueron 75 largos segundos de posesión, de combinación y búsqueda de espacios, en los que intervinieron casi todos los futbolistas -a excepción de Iker Casillas y David Albelda-, con un total de 65 toques y 28 pases para que Sergio Ramos finalizase la acción con una suave vaselina. Al día siguiente, la prensa deportiva analizó minuciosamente todos los detalles de aquel gol como si de una obra de arte se tratara. Y, quizá sin esperarlo, fue el preludio de un nuevo estilo que se instalaría en la idiosincrasia de la selección española hasta la actualidad.
El definido estilo de la Roja tuvo dos puntos de inflexión. Uno en Dinamarca; el otro, en Austria y ante Rusia
El otro partido que marcó la filosofía de juego de la Roja es el que viene al caso en las próximas líneas, recordando la actuación de los pupilos de Luis Aragonés en el Ernst Happel de Viena de un ya lejano 26 de junio de 2008. Eran las semifinales de la Eurocopa de Austria y Suiza, y la Roja se encontraba ante la gran oportunidad de volver a disputar una final continental tras 24 años de espera. Enfrente esperaba Rusia, dirigida por Guus Hiddink desde el banquillo y liderada en el césped por un Andrei Arshavin descomunal durante aquel verano. Se habían cargado inesperadamente a Holanda en cuartos de final y querían la revancha ante la selección española después de caer en la primera jornada de la fase de grupos por 4-1 con un hat-trick de David Villa. “Una selección a la que ya has ganado antes tiene su miga, tiene sus problemas. Ese fue otro momento complicado, había que confiar en que los jugadores no se confiasen del primer partido”, explicaba Luis Aragonés en Informe Robinson tras la consecución de la segunda Eurocopa para el palmarés de la Selección.
Bajo la intensa lluvia de Viena, el equipo de Luis Aragonés se convirtió en un vendaval imparable después de una primera parte marcada por la lesión de David Villa -que se perdería la final- y por alguna aproximación peligrosa por ambos costados. Roman Pavlyuchenko hizo volar a Casillas para que demostrara con hechos eso de que es un santo. Antes, el propio Villa y Fernando Torres ya habían puesto a prueba a Igor Akinfeev. A partir del segundo tiempo todo cambió. Los bajitos, con Xavi, Iniesta y Silva como abanderados del estilo, monopolizaron el juego en unos 45 minutos sensacionales y los rusos solo pudieron perseguir sombras ante la constante y rápida circulación de balón con la que la selección española castigó a su rival. Toque, toque y toque, buscando siempre al compañero mejor situado para darle un ritmo frenético al juego. Así llegó el primer gol, obra de Xavi Hernández tras un centro-chut de Andrés Iniesta. El segundo, firmado por ese Dani Güiza capaz de acabar el curso como máximo goleador de La Liga en la 07/08, también vino fruto de una magnífica asistencia de Cesc Fábregas por encima de la defensa para dejar al gaditano frente a frente ante Akinfeev. Y el tercero, la sentencia definitiva para Rusia, fue, una vez más, tras otra larga combinación de los chicos de Luis Aragonés. Triangulación en campo propio, pase en profundidad de Iniesta para Fábregas, que volvía a asistir a un compañero, en esta ocasión a David Silva, que definió raso y fuerte pegado a la cepa del poste.
La selección española se clasificaba por tercera vez en su historia para una final de la Eurocopa. Y tres días después superaría a la Alemania de Joachim Löw con un solitario gol de Fernando Torres para iniciar la etapa más gloriosa del fútbol nacional. Una etapa marcada por un definido estilo sobre el césped que tuvo dos puntos de inflexión. Uno en Dinamarca, que sirvió para que ese equipo se creyera que podía jugar al fútbol como los ángeles; el otro, en Austria y ante Rusia, para corroborar definitivamente que esos bajitos jugones podían ser algún día los mejores del mundo.