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¿Quién lleva el número 16 en Osasuna?

Nuestros veranos no hubieran sido lo mismo sin las guías de la Liga. Pasábamos sus páginas ensimismados, revisábamos las estadísticas. Y, por supuesto, nos aprendíamos los números de los jugadores

Eran semanas blancas, traslúcidas. Cinco o seis. Lo que duraba antes el verano. Todavía éramos unos niños. Las pasábamos en el pueblo. Había un río, árboles, todoterrenos, calles empedradas, señoras con bastones en los bancos de las plazas. Mi hermano y yo cogíamos las bicis del garaje, cruzábamos el puente y seguíamos pedaleando, lejos, hacia el bosque, con el viento dándonos en la cara. Eran días salvajes, frenéticos, en los que no sucedía prácticamente nada. Mi padre se iba cada mañana al pueblo de al lado, más grande, y volvía con el periódico, pan, unos tomates, paquetes de tabaco para mi madre. Repetía el viaje una y otra vez, como si el descanso también requiriese de un orden, una disciplina. Hasta que un martes, o un jueves, o un viernes, qué más da, agosto era entonces tierra de nadie, abría la puerta de casa, gritaba mi nombre y, satisfecho, dejaba caer sobre la mesa de madera del salón dos o tres revistas pesadas. Las guías de la Liga. En mi infancia, esas páginas eran más sagradas que las de la Biblia. Las pasaba cuidadosamente con mis dedos durante horas, como si no fueran a acabarse nunca. El tiempo, más que pararse, se evaporaba. Fotos de carnet, fechas de nacimiento, estadísticas de temporadas anteriores, breves descripciones del estilo: lateral con tendencia a sumarse al ataque y buen manejo de balón. Subrayaba los conceptos importantes. Leía en voz alta. Doblaba el borde de algunas hojas para dejar marcas. Una felicidad que te apretaba los huesos, irrepetible, y que aún así no era completa hasta que, a finales de mes, salían los suplementos actualizados de los periódicos con los dorsales definitivos de los equipos, y yo me dedicaba a apuntarlos con la letra más precisa posible. Hacía un esfuerzo para aprendérmelos, aunque no tanto, porque esos dígitos eran pegadizos, se te clavaban como astillas en la memoria. Luego alguien cerraba la revista, se sentaba frente a mí, me miraba a los ojos y preguntaba: “Número 16 de Osasuna. Y yo apretaba los dientes dos segundos y respondía: “David López”. Y otro decía: “Es que Marcel, de mayor, quiere ser periodista deportivo”. Y yo sonreía, hacía varias veces que sí con la cabeza, un gesto ridículo, siempre contestaba lo mismo. En el fondo, aún no me imaginaba mi vida de mayor, ni siquiera era consciente de que fuera a existir tal cosa. Daba el sol en las baldosas, los perros corrían sin correa de un lado para otro. Todavía éramos unos niños. Y yo solo quería saber que el número 16, en Osasuna, lo llevaba David López.

 


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Fotografía de Getty Images.