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Aunque Valonia y Bruselas también aportan una buena cantidad de futbolistas al equipo nacional belga, Flandes ha sido tradicionalmente la base de ‘los diablos rojos’. La región flamenca es mucho más conocida por su pasión ciclista, por albergar carreras como el Tour de Flandes, uno de los cinco ‘monumentos’ del ciclismo, una sucesión de muros rompepiernas construidos a base de adoquines que llenan de dureza el dulce y apacible paisaje flamenco. Un territorio que este mes aparca por momentos la bicicleta para centrarse en el balón. El fútbol pide paso, la Eurocopa penetra en terreno ciclista, y en las postales de algunas de sus ciudades se cuela la foto de algunos ciudadanos que este verano en Francia aspiran a alcanzar la categoría de ilustres.

LA AMBERES DE NAINGGOLAN

La ciudad más poblada de Flandes, con un relevante puerto, surgido gracias al poderoso río Escalda, y dotada tradicionalmente de una enorme vitalidad cultural; Amberes ha sido durante siglos un punto a tener muy en cuenta dentro del mapa europeo. Una ciudad inspiradora que llevó a Rubens a escogerla durante tres décadas como su hogar. Una tierra rica, que ya en el siglo XVI era conocida por la prosperidad de sus habitantes. Un lugar que ha evolucionado a lo largo de las décadas, los siglos, al ritmo que lo hacía Europa bajo sus pies, viendo caer sus murallas, levantando nuevos edificios según las tendencias que los tiempos traían consigo, y encarando la modernidad sin renunciar a su personalidad.

Acostumbrada a contar con artistas entre sus hijos y visitantes más ilustres, hoy mira con admiración a un hombre de apellido indonesio que, más que destacar por la precisión del pincel de Rubens o van Dyck , despierta entusiasmo por poseer la fuerza del héroe que dio nombre a la ciudad. En el Grote Markt, la Plaza Mayor de la ciudad, una estatua rememora la gesta mítica de Silvio Brabo, que acabó con el gigante Druon Antigoon, un abusón que obligaba a todos los barqueros que pasaran por el río Escalda a pagarle un tributo, bajo la amenaza de cortarles la mano. Harto, Brabo dio a probar al gigantón de su propia medicina y lanzó su mano al río. Así nacería, según la leyenda, el nombre de la ciudad, fruto de la unión de los términos neerlandeses ‘ant’ (mano) y ‘werpen’ lanzar.

Quién sabe si el pequeño Radja alguna vez pateó el balón junto a la estatua del desafiante héroe, en esa plaza que se extiende bajo la atenta mirada de los imponentemente bellos edificios del ayuntamiento. Como Brabo, el joven Nainggolan se enfrentó a sus propios gigantes en esa Amberes de los 90 que se desarrolaba gracias a la multiculturalidad. Hijo de una belga y de un indonesio, creció junto a su hermana melliza sin la presencia de su padre, que había huido cuando Radja empezaba a tener uso de razón. Así, tuvo que asumir responsabilidades desde joven, junto a su hermana, para ayudar a su madre. Un forzado y prematuro paso a la vida adulta que le ayudó a despuntar en el competitivo mundo del fútbol. Del Germinal de Beershot pasó a los juveniles de Piacenza, en Italia. Todo iba viento en popa, pero  cuando alcanzó la Serie A, en 2010, al fichar por el Cagliari, un nuevo gigante le reclamó su peaje: su madre acababa de fallecer. “No me llegó a ver en la selección, ni disputando la Champions. Siempre que juego lo hago con valentía, como ella nos enseñó cuando las cosas iban mal dadas”, rememora Nainggolan. Con ese espíritu ha liderado a la selección belga hasta la Eurocopa y se ha asentado en Roma, una ciudad que, como Amberes, vive siempre entre el mito y la realidad, la modernidad y la tradición, y la costumbre de honrar a sus héroes. Hoy Nainggolan es uno de ellos.

LA GANTE DE DE BRUYNE

En las avenidas y calles adoquinadas de Gante, es habitual escuchar el ‘trac-trac’ de la bicicleta que tirita mientras avanza. El sonido de la bici surcando la piedra es una banda sonora flamenca. Ni siquiera el agua cuando se filtra por sus huecos y humedece la superficie dificulta la labor al ciclista gantés, que es experimentado y seguro. Pero la vibración metálica compite también con el sonido del cuero. El balón hoy ocupa un espacio central en la ciudad, después de que el equipo de la ciudad, el Gante, hiciera historia al clasificarse para jugar la Liga de Campeones y, no contento con eso, alcanzara incluso los octavos de final.

Precisamente en la cantera de ese club que ha devuelto al fútbol belga a la élite del fútbol europeo brotó el talento del mejor futbolista de la selección del país, que acude a Francia señalada entre las favoritas. En el barrio rural de Drongen, donde se encuentra la abadía de San Amando, fundada el siglo VII, un niño con cara de monje, Kevin De Bruyne, empezó a correr detrás de un balón. Tras despuntar en Gante, llegó al Genk y de ahí saltaría a la Premier League. No triunfó al primer intento, así que tomó impulsó en el Wolfsburgo para preparar el segundo. En el Manchester City ha logrado asentar su talento, su técnica, su inspiración, su juego fácil y fluido, armonioso, tranquilo, pero efectivo -como el río Lys rodeando el Castillo de los Condes (Gravensteen).

De Bruyne y Gante se parecen. Su fútbol, como la ciudad que lo vio despuntar, tiene un toque clásico, pero está destinado al desarrollo del juego moderno. Como el Gravensteen, que fue fortaleza, cárcel y hasta fábrica textil, cambia y muta de posición según la necesidad -difiere el que vemos en el City del que disfrutamos en la selección-. Y su cara de pillo esconde en su interior a un estudiante aplicado, hijo una de las capitales de la educación belga, con más de 40.000 universitarios.

Con el bajón de Hazard, la mochila de Kevin es la que carga en Francia con la mayoría de las esperanzas belgas de cara a la Euro. Guardián de las viejas esencias del fútbol belga, que se codeó entre las grandes potencias en los años 80, pero con un toque de modernidad que posibilita la evolución de un fútbol antes físico y potente a una apuesta por el toque, la combinación y la técnica. Sí, De Bruyne es como Gante, cuya arquitectura medieval no permanece oscura cuando llega la noche; se ilumina para aprovechar todo su esplendor.

LA LOVAINA DE MERTENS

Probablemente lo mejor de Flandes no resida en lo tópico, en lo corriente y en lo célebre, sino en los detalles imperceptibles, en los lugares menos reconocidos, en lo que suele pasar desapercibido. En el puzle belga donde, no solo está Flandes, sobresalen Bruselas, Charleroi, Amberes, Lieja o Gante, Lovaina reclama su lugar sin hacer ruido. Lo mismo le pasa a Mertens cuando forma junto al resto de ‘diablos rojos’. Mientras Lukaku, Hazard o De Bruyne se llevan los elogios y los flashes de la prensa europea, Dries espera su turno para hablar sobre el campo. Esto no impide que sea uno de los jugadores más populares del país, donde conocen bien de lo que es capaz. Rápido, habilidoso y solidario, Mertens cambió Bélgica (Anderlecht, Gante) por los Países Bajos (Utrecht, PSV Eindhoven) antes de recalar en un gran del calcio, el Nápoles, donde se ha convertido en un futbolista importante.

La llegada al club partenopeo ha ayudado a Mertens a traspasar fronteras. En abril de 2015, una foto publicada por National Geographic en la que se retrataba una escuela de Meliandou, en el sudoeste de Guinea -una de las zonas más afectadas por el ébola- removió su consciencia. En la imagen, uno de los alumnos vestía la segunda equipación del Nápoles con el ‘14’ y el nombre de Mertens a la espalda. Dries se interesó por el chico y sus compañeros de clase, y se propuso colaborar para mejorar sus condiciones de vida.

El gesto de Dries Mertens, además de dar la vuelta al mundo y confirmarlo como un tipo solidario, lo acercó un poco más al espíritu de su ciudad. Un lugar que se acostumbró a vivir en sus propias carnes los grandes desastres del siglo XX. La furia de la aviación alemana en la Primera Guerra Mundial incendió -deliberadamente- su biblioteca: 230.000 títulos, incluyendo varios manuscritos, algunos anteriores al siglo XV, se perdieron. Superando el mayúsculo destrozo, la biblioteca se reconstruyó y reabrió una década y media después, pero, de nuevo, la guerra se la llevó por delante en 1940, perdiéndose cerca de un millón de libros. Un enorme desastre para una ciudad con una gran preocupación por la cultura y la educación: durante el curso, el centro de la ciudad está ocupado en su mayoría por estudiantes universitarios que cursan una carrera en la mayor universidad del país.

Es el espíritu joven de una ciudad milenaria, preocupada por la cultura, la música y el arte, y que alberga algunas de las cerveceras imprescindibles del norte de Europa. Una urbe que, observada por los dos centenares de estatuas que adornan de su impresionante ayuntamiento gótico, siempre ha sabido salir adelante para resucitar más bella, más robusta, más convencida de sí misma. Mertens es su última joya.