La Masía, Lezama o Zubieta son algunas de las mejores escuelas de fútbol de España. De sus innumerables terrenos de juego han surgido algunos de los mayores talentos de la historia de este deporte. En estos centros no solo forman futbolistas, también inculcan en los chavales una serie de valores que los marcan como personas. El jugador criado en una de estas canteras adquiere una serie de patrones futbolísticos más académicos. Suele ser muy disciplinado y ejecuta cada acción de forma casi automática. Se mueve siguiendo unas directrices que están talladas en su subconsciente. Es algo que lleva ejecutando toda la vida.
Pero, ¿qué ocurre con los jugadores que nunca han recibido formación? Aquellos que solo han obedecido a las reglas que imponía el niño que era dueño de la pelota. Para estos, la imaginación era la mejor arma. Formarte en la calle te obliga a esquivar obstáculos de manera literal. El banco de la plaza, la persona que pasa andando por tu lado, las sillas del bar, los bordillos de la carretera o tu madre regañándote porque ya es tarde y debes subir a cenar. Todos estos aspectos establecen un símbolo de diferenciación con respecto a los chicos que entran desde alevines en una cantera de fútbol profesional.
Las pistas de fútbol sala del barrio han sido -y hablo en pasado porque cada vez se juega menos en la calle- una fuente inagotable de talento diferencial de la que el fútbol se ha nutrido a menudo. Muchos jugadores de élite se han curtido en la pista de 40×20 y después han cambiado la suela de goma por la de tacos y el parqué por el césped. Este paso modifica para siempre su manera de jugar. Pero, para poder localizarlos una vez han dado el salto, hay que fijarse en su forma de pisar la pelota. Es inequívoca. En Brasil es algo muy común. Deco, antes de ser estrella en el Barça, jugó hasta los 18 años en el Palmeiras de fútbol sala. Ronaldinho también depuró sus habilidades en las pistas, así como Robinho, que hizo sus primeras bicicletas en el Beira-Mar, un club ya desaparecido. Pero hay otras historias todavía más llamativas en las que el cambio fue mucho más drástico. Carreras que parecían abocadas a los pabellones y acabaron en los grandes estadios. Aunque es menos habitual porque el fútbol se lleva todos los focos, también se han dado casos a la inversa. Futbolistas que transformaron su manera de jugar para adaptarse a las dimensiones de las pistas de fútbol sala.
Francisco Ramón Alonso, ‘Pachi’
Pionero en España en esto de pasar de un deporte a otro. Estrella pisando la pelota en el Pinar SEAT y luego en el mítico Interviú FS de los años 80. Incluso llegó a debutar con la selección absoluta de fútbol sala. En declaraciones a Marca, Julio García, que coincidió con Pachi en el Interviú, hablaba así de su fútbol: “Tenía cosas increíbles. Era ambidiestro, con el centro de gravedad muy bajo y tenía mucha calidad. El mejor jugador español”. Sorprendentemente, a sus 19 años recibió una llamada del Real Madrid. No dejó pasar la oportunidad y decidió cambiar de calzado. Jugó cuatro temporadas en el Castilla, que entonces dirigía Vicente del Bosque. Después ficharía por el Valladolid, donde debutaría en Primera División en 1990 coincidiendo con míticos como Valderrama e Higuita. Falleció el 27 de enero de 2010 a los 43 años.
Wissam Ben Yedder
Seguramente el único futbolista francés que ha sido internacional absoluto en una disciplina y otra. Desde los diez años, Ben Yedder fue gastando punteras por las pistas de Sarcelles, un municipio al norte de Francia. Su primer equipo de fútbol fue el Alfortville que, al ser de una categoría humilde, podía compaginarlo con el Unión Gargeoise de fútbol sala. Fue en la pista donde deslumbró a todos con su habilidad para tratar el balón, su centro de gravedad bajo que le ayudaba escurrirse entre las defensas rivales y su capacidad para hacer goles. No pasó desapercibido para la selección absoluta de fútbol sala, que llamó a su puerta en 2009. Esto generó polémica en Francia por tener licencia en ambos deportes. Su paso por los pabellones fue efímero. En verano del 2010 el Toulouse le propuso pasarse a las botas de tacos. Aceptó la propuesta para jugar en el filial, aunque pronto se colaría en la primera plantilla. Era un delantero diferente, sino que se lo digan a Monchi, que no dudó a la hora de ficharlo en 2016 para el Sevilla.
Ricardo Filipe da Silva, ‘Ricardinho’
Uno de los mejores jugadores de fútbol sala de la historia no comenzó su carrera en la superficie de 40×20. Lo hizo en la cantera del FC Porto. Su habilidad con el regate y un descaro impropio en los niños de su edad lo catapultaron a las categorías inferiores de los ‘Dragones’. Allí, Ricardinho se vio perjudicado por una época en la que primaba el físico por encima de la técnica. En el Porto acabaron descartándolo por ser demasiado bajito (164 cm). Fue entonces cuando apareció la figura de Carolina Silva. La entrenadora del Gramidense ve en él un prototipo perfecto de jugador de fútbol sala y lo convence para que pruebe en este deporte. Gracias a ella ficharía por el Miramar y después daría el salto al Benfica FS. Tuvo una etapa un poco turbia cuando se fue a jugar a Japón, donde parecía que asomaba el ocaso de un jugador prometedor. Pero todo dio un vuelco cuando volvió cedido al equipo lisboeta en 2012. Un año después ficha por el Inter Movistar y es ahí donde empieza un ascenso meteórico que lo lleva a convertirse en el mejor jugador del mundo, y a capitanear a la selección portuguesa en su camino para hacerse campeones de la Eurocopa en 2018 y del Mundial en este mismo año. La verdad es que no le fue nada mal el cambio.
Brian Laudrup
Su apellido es como una marca registrada. Laudrup y el buen fútbol van unidos de la mano. Brian es hijo del futbolista Finn Laudrup y hermano del mítico Michael Laudrup. Técnicamente era un superdotado y verle jugar era una delicia. Lo llevaba en el ADN. Fue miembro de la histórica selección danesa que ganó la Eurocopa del 92 y el líder del Rangers que dominó con puño de hierro la Premier League escocesa en la década de los 90. También pasó por equipos como el Bayern, la Fiorentina, el Milan, el Chelsea o el Ajax. Casi nada. En su caso, la relación con el fútbol sala fue a la inversa. En 1989 se celebraba en los Países Bajos el primer Mundial de este deporte que todavía no estaba profesionalizado. Como los combinados nacionales aún no contaban con demasiados miembros, recurrieron a varios jugadores de fútbol para completar las listas de convocados. Brian Laudrup fue uno de ellos. El Mundial, como no podía ser de otra forma, lo acabó ganando Brasil. Pero los Laudrup también dejaron su huella en las pistas de 40×20.
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Fotografía de portada: Imago.