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Me ha dejado el fútbol

Qué difícil es ser consciente de que tu tiempo ya ha pasado y los recuerdos quedan atrás. Creo que con el fútbol nunca nos vamos a dar cuenta

Me ha dejado el fútbol, yo ya lo intuía, pero hace poco me di cuenta.

Justo me levantaba del suelo. Era jueves. 23.45 h. Me acaban de expulsar de una liga nocturna por ser último jugador y evitar la progresión del atacante. Mientras salía del terreno de juego, pensé: ¿En qué momento me ha dejado el fútbol?

Era jueves. Hacía frío. Era casi media noche, y me acababan de expulsar. Surrealista. Siendo jueves la única expulsión tendría que haber sido de la discoteca. Y que el que me echara fuera el segurata cansado de pedirme que me fuera, bajo las luces del fin de fiesta encendidas.

Me ha dejado el fútbol, como el fútbol ha dejado a tantos otros. Lo fui pensando y me di cuenta de que me había dejado muchos años atrás. Me dejó en el momento en el que decidí que las botas que llevaría no dependerían de la estética sino del precio. Pasé de fiel defensor de una marca a chaquetero del peor postor.

Me dejó en el momento en que todas las hazañas de mi corta carrera se convirtieron en recuerdos tediosos. Aquellos a los que recurrir mientras un profesional ejecutaba mal una acción. Como si en algún momento mi rendimiento deportivo hubiera sido elogiable.

Ahora, como viudo del fútbol que soy, me conformo con poco. Como por ejemplo con sentir esas mariposas en la barriga poco antes de jugar una pachanga que no le importa a nadie, pero que ese jueves parece la cosa más importante del mundo.

Como no perder la tradición al salir de casa de hacer ese repaso mental de arriba abajo. Botas, espinilleras, medias, pantalones y la número 3. Todo en esa bolsa que un día fue la envidia de compañeros y rivales. Esos que te observaban atentamente y con desprecio mientras entrabas al vestuario. Ahora ese zurrón es solo un saco que huele mal, pero que mantiene el poder mágico de seguir guardando recuerdos.

O seguir disfrutando del césped artificial, del caucho, de balones rotos y de árbitros derrotados. Porque si a mí me ha dejado el fútbol, no quiero pensar que ha dejado a esos pobres colegiados. Imagino que será la vida lo que les habrá dado carpetazo. Sea como sea, todos ellos son héroes que tienen que luchar cada semana contra 14 flipados que se creen que esos 50 minutos de su día son más importantes que la final de la Champions.

El fútbol me ha dejado como ha dejado a tantos otros, pero el fútbol siempre va a estar. Porque como aquellas cosas irracionales de la vida, tú al fútbol ya no le puedes pedir nada más, pero él a ti todavía te puede dar incontables horas de alegría. Así pues, en ese ‘walk of shame’, mientras aceptaba que me habían expulsado, un jueves noche, en una nocturna, comprendí que lo volvería a hacer cada día de la semana. Porque sin fútbol, al final, ¿qué nos queda? Imagino que la vida, y yo no quiero terminar siendo un árbitro.

 


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Fotografía de Getty Images.