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La pichanga pampina de Hernán Rivera Letelier

En 'El Fantasista', Hernán Rivera Letelier narra la historia del futbolista amateur que enamoraba a los vecinos del villorrio de Coya Sur cuando el balón llegaba a sus pies

El arranque de la novela El Fantasista, del chileno Hernán Rivera Letelier, me ha traído a la cabeza la primera vez que vi a André Porto haciendo malabarismos con el balón en las Ramblas. Brasileño como su ídolo, André cada día se vestía de corto, con el diez dorado de Ronaldinho Gaucho a la espalda. Se calzaba las bambas, se pintaba la cara, se ajustaba una frondosa peluca rizada y sujetaba el rebelde flequillo con una cinta, como acostumbraba O’Rei. Uniformado, se plantaba en medio de las Ramblas y, en segundos, decenas de turistas le apuntaban con sus teléfonos móviles. André —ya transformado en Dinho— dejaba caer el balón sobre el empeine y comenzaba el espectáculo de prestidigitación: inverosímiles virguerías, toques imposibles. Durante el show, la bola nunca tocaba las famosas baldosas de las Ramblas, ni tan siquiera cuando Dinho se subía a una escalera.

Inicio similar tiene El Fantasista, pero en vez de en las concurridas Ramblas, Expósito González, el Fantasista, actúa en Coya Sur, un villorrio de tan solo seis callejas perdido en algún lugar de la vasta y polvorienta pampa. Y en lugar de decenas de turistas, su público son los escasos vecinos de Coya Sur. Tras calzarse la camiseta del Green Cross, Colorina  —la misteriosa joven que viaja con él— se encarga de prepararlo para el espectáculo:

«Procedió a vendarle cada uno de los pies, le puso las medias a rayas verdes y blancas, le colocó la muslera en la pierna izquierda, y, antes de calzarle y abrocharle los botines, de esos con estoperoles (en la pampa sólo usábamos con puentes), aunque se veían como recién lustrados, les sacó brillo con el ruedo de su falda gitana». 

A pesar de cojear como Garrincha, su dominio de prestidigitador deja boquiabierta a la concurrencia, y enseguida lo reconocen como el Mesías, el enviado de Dios que estaban esperando para, al fin, redimirse de la derrota. Varios hombres ponen en marcha un plan para ficharlo porque queda apenas una semana para que se dispute el último partido en Coya Sur, precisamente, contra los eternos rivales, los Cometierra.

«En el fútbol» explica el narrador, «no cabe duda, es donde la rivalidad llega a límites escandalosos. Ahí no hay tregua que valga. Son muy pocos los partidos, por no decir ninguno, que no terminen en verdaderas batallas campales»El Fantasista narra la intrahistoria de ese último partido antes del fin del mundo.

El último partido antes del fin del mundo

Coya Sur, pueblo salitrero, será desalojado tras el partido, ya que así lo ha decidido la compañía para ahorrar costes. De ahí la importancia del encuentro. Pero, aparte del partido, El Fantasista habla de «la trascendencia que puede tener el fútbol en la vida de un hombre; en su manera de ser y enfrentar las adversidades». Por eso, Hernán Rivera pone a actuar a toda una serie de personajes que representan, dentro del pequeño universo de Coya Sur, a toda la humanidad. Y es que, «en el exiguo terreno de una cancha de fútbol, se puede apreciar lo mejor y lo peor del ser humano».

Entre los muchos personajes, citar al hermano Zacarías Ángel, el cura del pueblo, que se hace cruces cuando escucha los botes del balón, «ese artefacto que no es otra cosa, hermanos, que un vil señuelo de ese Animal Mayor que es Satanás el Diablo». O a Cachimoco Farfán, el estrafalario locutor de radio que retransmite los partidos con una pasión lunática, y una peculiar jerga médica. O Silvestre Pareto, el viejo utillero que pinta las líneas del campo con sal y envenena perros con albóndigas. O Tarzán Tirado, el arquero que se parece más a Chita que al Rey de la Selva, pero que se golpea el pecho y aúlla para amedrentar a los delanteros rivales. O Choche Maravilla, delantero empeñado en hacer un polvogol en el campo con una aficionada del equipo rival, la noche antes del decisivo partido.

Entre todos forman un equipo de brivones y buscavidas que llegan tarde a entrenar porque la noche del sábado se alarga entre tragos y bailes. Los resultados contra el eterno rival hace mucho que no les son favorables, aunque los vecinos lo achacan a que la oficina de contratación está ubicada en María Elena, y sus rivales lo aprovechan para quedarse a los mejores jugadores. Por eso necesitan al Fantasista, y no dudan en ofrecerle todo tipo de sobornos —helados, un traje, entradas de cine, alojamiento pagado— para alargar su estancia en Coya Sur hasta el día del partido. Un choque que Cachimoco Farfán retransmitirá al detalle porque:

«Un gol o una buena jugada, como cualquier otro asunto importante en esta vida, no estaba completo si no se verbalizaba, si no se contaba, si no se narraba y recreaba con la magia de las palabras». 

Y este partido, por encima del resto, merecerá ser contado hasta su último minuto: «Y aquí me encuentro yo, Cachimoco Farfán, transmitiendo en onda corta y en onda larga para todos ustedes, llevándoles los instantes previos al último partido entre las selecciones de María Elena y Coya Sur, entre los Cometierra y los Comemuertos, el más famoso clásico salitrero de todos los tiempos».

El Fantasista, un erudito del balón

Los vecinos de Coya Sur convencerán al Fantasista de que se quede al partido enseñándole la tumba de su ídolo: Manuel Lito Contreras Ossandón, futbolista oriundo de María Elena que defendió los colores del Green Cross hasta que un desafortunado accidente de avión terminó con su vida. El 3 de abril de 1961, minutos antes de medianoche, el Douglass DC3 en el que volaban parte de los jugadores de la plantilla, entrenador y tres árbitros, se estrelló contra la cara norte del cerro de Las Ánimas. No fue hasta finales de 2015 cuando unos montañeros dieron con los restos del fuselaje.

El Fantasista se calza una vieja camiseta del Green Cross para su espectáculo, en honor a su maltrecho ídolo. Además, es un erudito del fútbol y, cada vez que rememora su trágica historia, se reblandece. Los siete días que vive en el pueblo serán también un repaso a algunos momentos de la historia del fútbol, ya que el Fantasista ha dedicado muchos años a leer textos relacionados con el fútbol y «no solo se hizo erudito en la historia y los orígenes de este deporte, sino que se aprendió el nombre, la nacionalidad y los colores de los clubes más importantes del mundo».

En Coya Sur todavía se juegan las míticas pichangas pampinas, partidos multitudinarios con botas de punta de hierro que recuerdan a los de mob football de Shrovetide. Los jugadores de Coya Sur, como aquellos amateurs que vivían el fútbol, juegan por amor al arte. El pueblo entero, los días de partido, se vuelca con el equipo como cuando los aficionados acompañaban a los jugadores a ritmo de fandango. Pero, sobre todo eso, si algo recuerda al viejo fútbol es el amor del Fantasista por su inseparable pelota:

«La esférica blanca era su herramienta de trabajo, que por lo mismo no la prestaba por nada del mundo a nadie. “Es como si fuera mi amante”, dijo. Y acariciándola casi venéreamente nos explicó que conocía sus costuras, sus peladuras y sus treinta y dos cascos mejor que las propias líneas de sus manos».

O la consigna del presidente a sus jugadores antes de saltar al campo para disputar el último partido antes del fin del mundo: «Lo importante, muchachos, no es que ellos pierdan, sino que ganemos nosotros». Porque en el fútbol, ya se sabe, una dolorosa derrota puede esconder una victoria luminosa.