Este es el editorial con el que arranca el nuevo #Panenka136, un número que ya está disponible aquí y que dedicamos a los entrenadores vascos
El fútbol se parece al clima que lo abraza. Por eso, en lugares como Escocia, allí donde la lluvia moldea una hierba espesa y traidora, el balón corta el viento y corre más que las piernas, y la cabeza no sólo sirve para pensar.
El fútbol se parece al suelo por el que pisan las botas. Por eso, en lugares como los Países Bajos, donde la tierra compite con el mar en inmensidad, la pelota se baja al piso; el terreno, además de verse, se imagina, y los futbolistas ocupan espacios por instinto, con la misma inteligencia con la que sus antepasados construyeron el horizonte.
El fútbol se parece al habla de la gente que lo ama. Por eso hay hipérbole en una gambeta argentina, expresividad en un marcaje italiano, musicalidad en un regate brasileño, precisión en un remate alemán. El fútbol se parece a la fábrica, al campo y a la cocina, al esfuerzo diario de los que se sientan en las gradas cuando pueden descansar. Por eso, en lugares como Euskadi, lo que ocurre el domingo siempre fue el resultado del sacrificio, la pasión y la constancia del lunes, el martes, el miércoles, el jueves y el viernes. De un entusiasmo comprometido para el que el verbo ‘hacer’ no significa nada si no se le puede añadir el adverbio ‘bien’.
En lugares como Euskadi, lo que ocurre el domingo siempre fue el resultado del sacrificio, la pasión y la constancia del lunes, el martes, el miércoles, el jueves y el viernes
Podríamos haber escrito el párrafo anterior en pasado y lamentar que el balompié esté perdiendo su mayor riqueza: esa extraña dualidad entre ser el deporte más global y, al mismo tiempo, un rasgo identitario poderoso al alcance de cualquier grupo de personas, pueblo o nación.
El fútbol cada vez se parece más al fútbol, y eso desorienta a los que nos acostumbramos a que fuera una forma de entender el mundo. ¿Será nuestra próxima derrota? Es posible. Pero el fútbol vasco muestra que quizá sea también una oportunidad. Porque su esencia pervive en las canteras, en el legado inagotable que va del césped al banquillo, en esa apuesta por mantener a la élite unida a la proximidad. Pero también en los técnicos vascos que hoy triunfan en el extranjero. Estrategas modernos, del siglo XXI, que no olvidan la vieja receta: levantarse por la mañana y trabajar.
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