La aeronave Douglas DC-3 se estrelló contra la ladera noreste del cerro Las Lástimas (Chile) con la mayor parte de la plantilla del equipo Green Cross. Las autoridades corrieron para pasar página cuando antes pero hoy, 57 años después, desvelamos cómo los cuerpos de los futbolistas y los restos del avión, siguen escondidos en las montañas ante la pasividad del poder estatal.
Existe una cara del fútbol para la que nadie logra suficiente preparación académica, para la que no existen documentos oficiales y para la que de nada sirven años de experiencia internacional en el césped de cualquier parte del planeta. No va de goles, no va de tácticas ni de conceptos ideológicos con la pelota en los pies. Lo sufren familiares, hinchas, ciudades, países… El ‘Grande Torino’ (1949), el Manchester United (1958), Alianza de Lima (1987), la selección de Zambia (1993) o el más reciente Chapecoense (2016) entre otros, tuvieron que sobreponerse a la pérdida de todos aquellos que representaban sus valores, sus alegrías y sus metas en la cancha y que, de repente, se marcharon, fulminados por una vida que nunca avisa de sus terroríficos planes.
Alfredo Gutiérrez, un chileno que hoy, ya en avanzada edad, sufre para estirarse cada día que sale de la cama mientras sus huesos crujen sin pastilla que lo remedie. Sin embargo, hace unos años, una de esas mañanas, la televisión le hizo saltar desde el sofá con una noticia escalofriante: “Este martes han sido hallados los restos de un avión estrellado en la cordillera de Linares. Se tratan de los restos del desaparecido equipo de Green Cross, que falleció en un accidente aéreo el 3 de abril de 1961”, escuchó mientras su corazón bombeaba como el de un bebé. Alfredo, había sido protagonista directo de un día que fracturó su vida y que jamás le permitió mantener la estabilidad emocional.
El 3 de abril de 1961, el Club de Deportes Green Cross (que había logrado ser campeón chileno en 1945 y era un habitual del primer nivel del país andino con una hinchada fiel que en algunos partidos ligueros llegaba a meter 70.000 personas en el estadio), componentes del cuerpo técnico, tres árbitros y dos miembros de asociaciones de fútbol chilenas (hasta un total de 24 personas), perdieron la vida en un accidente aéreo. Aquella, fue la tragedia más grande que ha sufrido el fútbol chileno y el ya extinto Green Cross quedó marcado para siempre con un crespón negro en el alma y con una sombra donde el fútbol desplegado, jamás podría evadir la desgracia de su destino. Alfredo, futbolista del Green Cross en los años 50 y principios de los 60, regateó a la muerte aquel día porque, el realidad, selló el billete para volar con aquel avión, aunque nunca llegó a subir.
Hace sólo tres años, en 2015, dos andinistas encontraron los auténticos restos de la aeronave Douglas DC-3 en la que perdieron la vida los jugadores del Green Cross
“Yo debí haber ido en ese avión, debí haber muerto en esa nave y, sin embargo, estoy acá, enterándome de todo esto”, recuerda. La aeronave Douglas DC-3 se estrelló contra la ladera noreste del cerro Las Lástimas en el cordón montañoso del Nevado de Longaví (Provincia de Linares). La expedición de Green Cross se encontraba en la ciudad de Osorno, donde el sábado 1 de abril de 1961 disputó un partido de la Copa de Chile. Para el viaje de vuelta existían dos posibilidades. La primera era coger un vuelo directo a Santiago. La segunda, un vuelo con escalas en Temuco, Pucón y Concepción. No había billetes suficientes para viajar todos juntos, por lo que la plantilla se dividió en dos grupos. Unos cogerían el primer vuelo, mientras que otros tuvieron que conformarse con el trayecto repleto de escalas. Naturalmente todos preferían el primer vuelo. Lo que no sabían es que ese avión jamás llegaría a su destino.
Y es que Alfredo, tomó una decisión aparentemente insulsa, que iba a trastocarle su vida: “Aunque parezca paradoja, cambié mi pasaje con mi compañero Héctor Toledo porque él quería ir con varios de sus mejores amigos de la plantilla, pues había la posibilidad de tomar un vuelo algo más cómodo unos minutos después, pues tenía una sola escala, pero así fueron las consecuencias del destino”, recalca. “Cuando llegué al trabajo se me abalanzaron mis compañeros y me mostraron la portada del diario, que decía ‘desaparecido avión de Green Cross, no hay sobrevivientes’. Como yo di el nombre de Toledo, todos pensaban que me había muerto. De hecho, cuando hablé con mi madre, que vivía en Villa Alegre, no me creía que yo estuviera vivo”, confiesa.
La plantilla, casi al completo, murió aquél día. El club, en plena convulsión por lo sucedido, no pudo levantarse. Moría pocas semanas después. Y no por la incapacidad de reaccionar ante lo ocurrido, sino por la losa que tuvo que soportar desde la incompetencia de sus directivos (varios de ellos acusados de robar del banco central para sanear las cuentas y hasta fueron encarcelados), a la falta de trasparencia perfectamente mecanizada desde los estamentos más poderosos de Chile. “Para mí fue una sorpresa el hallazgo tantos años después, porque creía que eso lo habían encontrado hace 54 años”, admite indignado, pues como todo Chile, la versión oficial de las autoridades era que los restos del avión fueron encontrados ocho días después del accidente. De hecho, los restos de los ‘cuerpos’ de las víctimas fueron llevados a sus familias y enterrados en un acto muy emotivo en el edificio de la Asociación Central de Fútbol. No fueron pocos los que consideraron que todo había sido demasiado fugaz y peligrosamente rápido: “Los féretros tenían más cenizas y piedras que los restos”, recuerda Carlos Al-Konr, otro de los futbolistas que se salvó. Aquél día sirve ahora para, 57 años después de lo ocurrido, observar todo como una estrategia global para difuminar la culpabilidad de lo ocurrido y un perfecto engranaje a modo de dramático ‘paripé’.
Y es que hace sólo tres años, en 2015, dos andinistas (nombre que reciben los alpinistas de Los Andes) encontraron los auténticos restos de la aeronave Douglas DC-3 en la que perdieron la vida los jugadores del Green Cross. Lower López y Leandro Albornoz, fanáticos del misterio de Green Cross, desvelaron la estafa. “El avión está a más de 3.200 metros de altura. Se conserva gran parte del fuselaje, mucho material esparcido en el lugar e incluso restos óseos, porque los cuerpos siguen allí”, apunta aún consternado. “Yo soy de la zona, me crié allí, en las montañas que se citan en los pocos informes sobre lo sucedido en la época con Green Cross. Cada verano, la época en la que se puede escalar las montañas, muchas expediciones, desde enero a abril, subían a intentar encontrar los retos del avión. Yo he explorado siempre y ese asunto lo tuve siempre pendiente y me había dicho a mi mismo que un día tenía que lanzarme a buscarlo. Y así, un día nos atrevimos y lo encontramos. Es una zona complicada, tiene hielo, nieve, las condiciones son delicadas y no hay huella de aproximación, por lo que es difícil llegar allí. Hay que subir casi verticalmente, imposible hacerlo con caballos, sino todo a la espalda y con tantas avalanchas, se antoja muy complicado. El avión está a escasos metros de la cumbre. Es una olla gigante, seguramente el piloto intentó pasar estos metros de montaña, porque al otro lado hay un valle enorme y, quizás, de haberlo pasado, allí podría haber intentado salvar el avión y el accidente con maniobras. Cuando logré allí, para mi fue chocante, esa escena fue dolorosa. Fue muy conmovedor en el momento pensar lo que había pasado allí”, analiza con dolor lo ocurrido, aunque exigiendo una respuesta e investigación que, por ahora, increíblemente, sólo le apunta a él como epicentro de los problemas desde la instituciones.
“Cuando ocurrió el accidente, yo no había nacido, no soy hincha del equipo del Creen Cross y hasta desconocía un poco lo sucedido, pero cuando encontré el avión, lo primero que hice por respeto fue comunicarles a las personas de Deportes Temuco (lo que antes era Green Cross), darles a conocer la situación. No me hicieron caso, no me atendieron. Después salió en toda la prensa y ya reaccionaron. Nunca revelamos el punto públicamente, porque para nosotros era un desafío y consideramos que, si lo hacíamos, aquello se iba a convertir en un lugar de turistas y de peregrinación y la gran mayoría de esas personas provocarían un daño enorme. Y, además, insisto, también soy rescatista aquí en Chile y la gente se perdería o tendría grave peligro en la montaña. Mis compañeros de hallazgo, desaparecieron, me quedé solo, sobre todo tras el tema judicial, pues me hicieron interrogatorios y presiones”, explica como víctima indirecta de quienes no quieren, para nada, volver a mover lo ocurrido.
Leandro, sin embargo, no cesa en su empeño de desvelar toda la verdad y de que se pueda dar el merecido homenaje a quienes perdieron la vida por culpa de quien intenta escapar de ella: “Hoy en día existe la tecnología como para llegar al lugar y hacer todos los peritajes técnicos que correspondan para ayudar a solucionar todo este asunto. Aquí hay un misterio grande y hay complicidad de parte de las instituciones del estado. El avión era LAN Chile, una aerolínea estatal, y todos se callan, pues hubo negligencia de la compañía cuando sucedió el accidente. Se ocultó en su momento la información por intereses y en muy chocante. Ojalá que se tomen medidas porque estoy disponible para lo que se me pida pues tengo documentos gráficos. A mí se me ha rodeado, pero no se enfrenta el tema para determinar la identificación de las personas que, insisto, el avión está allí aún, pero es que los cuerpos, pese al tiempo que ha pasado, también están allí aún”, recalca escandalizando más lo ocurrido en cada una de sus frases.
Un misterio no resuelto, un club perdido, 24 vidas aún escondidas en la montaña ante la apatía de los dirigentes nacionales y un show en forma de entierro que los mandatarios inventaron conscientemente para evadir responsabilidades. Una historia que, 57 años después, debe conocer, por fin, el único final posible, el de la verdad.
En el programa-podcast Nº11 de ElEnganche en SpainMedia, estuvo con nosotros Federico Albornoz (andinista chileno).