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Javier Gutiérrez: “Al fútbol de hoy le falta pasión, calor, fuego, emoción, devoción, raíz”

"Añoro el fútbol de antaño. El que tenía más que ver con el barro que con la gomina, la media hasta el muslo y el desfile de modelos de hoy", lamenta el actor

En una fría tarde de noviembre, entre entrevista y entrevista de promoción de La Hija, Javier Gutiérrez (Luanco, Asturias, 1971) descuelga el teléfono: tres días después de que el Racing de Ferrol supere al Celta de Vigo B por 5-0, en Primera RFEF, tres días antes del primer aniversario de la muerte de Diego Armando Maradona, su ídolo, su dios, y en medio de estos dos universos, Racing de Ferrol y Maradona, se enmarca y se inscribe su pasión balompédica.

Intérprete en comedias futboleras como Días de fútbol o El penalti más largo del mundo y en la serie Reyes de la noche, inspirada en la guerra radiofónica de los años noventa entre José María García y José Ramón de la Morena, Goya al mejor actor por La Isla Mínima, exlocutor radiofónico, y futbolero desde que con siete o ocho años le regalaron una camiseta azulgrana con el ‘8’ de Rexach, o quizá desde antes; Gutiérrez descubre en estas lineas su amor por el balón, empapado de melancolía por un pasado más feliz. Y habla del Racing de Ferrol en primera persona: “Tenemos mordiente arriba y seguridad en el centro del campo y la defensa, y con Cristóbal Parralo estamos haciendo un gran trabajo”.

Sigues soñando con ese ascenso del Racing, con ese gran momento.

Creo que el Racing, por historia, y por cómo es como club, necesita y merece estar en una categoría de plata como mínimo. Cuando veo clubes como el Rayo Vallecano o el Villarreal en Primera pienso: ‘¿por qué no soñar o fantasear, alguna vez, de tanto en cuando, con un Racing en Primera?’. Con asaltar los cielos. Es cierto que hace falta un músculo económico potente, un grupo económico poderoso detrás del proyecto. No soy iluso, y ya sé que para ascender a Segunda, y ya no digo a Primera, hace falta muchísimo dinero y hacen falta más que buenas intenciones y que un buen grupo humano y deportivo. En una ciudad tan deprimida como Ferrol, tan vapuleada por el paro y con tantas necesidades económicos, tener un equipo en la categoría de plata sería un sueño. Sería hermoso. Necesario. En Primera ya ni te cuento.

Todavía recuerdo cuando en mis años mozos, en mi adolescencia, teníamos al OAR Ferrol de baloncesto, que reunía 7.000 o 8.000. personas en el Punta Arnela. Jugábamos la Copa Korac y éramos un equipo importante en primera división, y esas cosas, igual que el O Parrulo de fútbol sala, son muy importantes para refrendar la identidad de una ciudad pequeña. Para aunar. Para dar importancia a la ciudad. Yo soy culé, y la marcha de Messi me ha hecho mucho daño, aunque creo que el proyecto del Barça, para llegar a engrasarse, a fructificar, a ser algo, a conseguir algún título, necesita de varios años, y ojalá Xavi tenga ese espacio y ese tiempo, pero, más allá de esto, a mí me hace feliz un triunfo del Racing de Ferrol, y me hace más feliz un ascenso de categoría que otra Champions del Barça. Igual tiene que ver con esa imagen de loser y de perdedor que tengo yo, con que mi cordón umbilical está más conectado con las raíces, con lo pequeño, con el que lleva todas las de perder, más que con el grande.

Y conecta, también, con la nostalgia.

Añoro muchísimo el fútbol que se hacía antaño. Ese fútbol del Barça de Maradona, Clos, Rojo, Migueli y compañía. Ese fútbol que tenía más que ver con el campo de barro, meter la pierna y sudar la camiseta que con el efecto gomina, la media hasta el muslo y el desfile de modelos de hoy. Como aficionado, me encanta llegar con mucho tiempo al campo, ver a los equipos calentar y vivir el momento prepartido, porque creo que tiene algo muy teatral, también, pero tengo un conflicto con el fútbol moderno porque casi prefiero verlo en la televisión que en directo, a no ser que sea un partido del Racing de Ferrol o un partido de una categoría inferior. Me interesa más. Me interesa más un partido de una división inferior que un partido de Champions o un partido de Primera. No sabría decir qué, pero hay algo que se ha perdido. Hay algo que ha dejado de interesarme. Quizás por la sobrexposición o quizás porque hay demasiados partidos. O porque nos hemos cansado de tanto fútbol de salón, pero hay algo que ha dejado de interesarme. Y, sin embargo, disfruto mucho con un partido de Tercera y categorías así. Yo soy un oyente empedernido de Galicia en Goles, que es un programa deportivo de los fines de semana que conecta con los partidos de Primera, Segunda, Segunda B, Tercera División y regional de los equipos gallegos, y me emociona la pasión y la devoción a la hora de retransmitir partidos en los que a lo mejor hay 300 personas. Entronco y conecto mucho más con este fútbol que con los equipos de Primera División, que hasta cierto punto incluso han llegado a aburrirme.

¿Qué es lo que más echas de menos?

Al fútbol de hoy le falta pasión, calor, fuego. El fútbol de hoy es como jugar a la Play, me aburre solemnemente. El de antes conectaba mucho más con la emoción, con la devoción. Hablo de ir a la raíz. De ir a lo que te mueve, a lo que te apasiona. De los colores y el amor por un escudo, por un club. Esto se ha pervertido mucho, en aras del dinero y la economía, como siempre. Cualquier jugador de Primera División besa con mucha facilidad un escudo y muere por unos colores, cuando a los seis meses o al año está jugando sin ningún problema en otro equipo. Lo hemos vivido con Messi: de repente, en cuestión de meses, está en París y parece que Barcelona se ha olvidado de Messi. Y Messi de Barcelona. Yo no me imagino a Joselu besando el escudo de, no sé, el Valladolid la próxima temporada. Me lo imagino en otro club, claro, pero sin venderse de esa forma. Y eso tiene mucho que ver, pienso, con que hay una cosa mucho más sincera y honesta, más pura, en este fútbol más modesto, que no es tan modesto, digamos semiprofesional, y que está a años luz del fútbol que entendemos como fútbol, del fútbol al que todos nos vendemos e intentamos ver por encima de cualquier cosa.

 

“De pequeño, pillé una hepatitis justamente en la época en la que la tenía Maradona. Yo era muy feliz, postrado en la cama, completamente amarillo, como un limón, porque, de alguna forma, aquello me hacía ser como él en algo”

 

Hablabas del Barça de Maradona, Clos, Rojo, Migueli y compañía. ¿Cómo viviste, hace ya un año, la muerte de Maradona?

Sentí mucha lástima. Mucha pena. Aunque la degradación del personaje que íbamos presenciando en diferentes eventos futbolísticos ya nos hacía presuponer lo peor. Sabíamos que la tragedia estaba muy próxima, pero me dio mucha lástima. Murió solo, falto de afecto, de cariño. De gente. Pero su muerte, ese oscuro final de la historia, engrandece aún un poco más la grandeza del personaje, sin querer hacer apología. Porque sé que fue un personaje muy contradictorio: con problemas de drogadicción y con problemas de agresiones físicas a sus parejas. Yo al personaje lo detesto. Me quedo solo con el futbolista, con el tipo que crece en Villa Fiorito, que representa la pobreza, la lucha, la superación, que llega a Europa con veintipocos años, y de la mano de un tipo tan siniestro como Cyterszpiler, que eclosiona y se convierte en figura en el calcio, pese a las patadas recibidas en cada partido, que gana dos Scudetto y una UEFA con el Nápoles, echándose el equipo a la espalda, cuando el Nápoles era un equipo ramplón. En YouTube aún puedes revisitar y disfrutar sus calentamientos con el Nápoles: yo pagaría una entrada para ver calentar a Maradona. Pero en su malditismo había algo tan y tan poderoso que acabó arrasando con absolutamente todo. El personaje incluso devoró al propio jugador. Maradona hizo lo imposible por no ser devorado por todo ese círculo que tenía alrededor, pero no lo logró. Yo me quedo siempre con el Maradona jugador. Va a pasar mucho tiempo hasta que alguien pueda hacer sombra a un futbolista como Diego. Nadie llegará nunca a su altura. Ni Messi.

Recuerdo que, de muy pequeño, pillé una hepatitis justamente en la época en la que la tenía Maradona. Él la tenía por motivos muy diferentes a los míos, evidentemente. Porque yo era un niño, y él todavía está por saber por qué pillo esa hepatitis en Barcelona. Yo era muy feliz, postrado en la cama, completamente amarillo, como un limón, porque mi ídolo de toda la vida tenía la misma enfermedad que yo. De alguna forma, todo aquello me acercaba a él, me hacía ser como él en algo. Hasta ese punto comulgaba con la iglesia maradoniana.

 


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Imagen cedida por Javier Gutiérrez.