Toni Jiménez (La Garriga, 1970) fue el primer sorprendido cuando el seleccionador, Vicente Miera, le dio la titularidad durante los Juegos Olímpicos de Barcelona. Por aquel entonces, el guardameta aún se estaba fogueando en Segunda, a través del Figueres, pero la confianza exhibida durante el torneo, donde logró llegar imbatido a la final, le abrió las puertas de una carrera profesional plena y exigente en clubes como el Espanyol o el Atlético. Ahora viaja al pasado para recordar el verano de 1992. Un verano en el que la Quinta de Cobi se hizo eterna.
¿Te sorprendió que Vicente Miera te diera la titularidad en la portería? Santi Cañizares había jugado los partidos de preparación previos…
Venía de jugar en Segunda División con el Figueres y, honestamente, estar en la lista de convocados para mí ya era un premio. Lo único que hacía era entrenar, entrenar y entrenar, haciendo poco caso de los rumores que apuntaban a que podía iniciar el torneo como titular. Yo seguía a lo mío. Y así fue, porque no me enteré que sería el portero elegido hasta que empezó el torneo. No tuve indicios durante el stage de preparación.
¿Cómo fue la concentración en Cervera de Pisuerga, primero, y en Valencia, después? Chavales de 21 años, algunos como tú sin haber debutado en Primera, toda una carrera por hacer, compartiendo el verano de vuestras vidas…
Era la inconsciencia de la juventud. Nunca habíamos hecho nada importante con España. Así que tocaba representar bien al país, jugar a fútbol y hacerlo lo mejor posible. Sin embargo, hubo cosas en la concentración, como las negociaciones de las primas con la federación, que al final se rompieron, que nos hicieron ver que, aun siendo muy jóvenes, creíamos más en nosotros mismos que los propios directivos.
“Le prometí a Kiko que haría un mortal si él marcaba un gol pero con la emoción se me olvidó”
Una mentalidad que demostrasteis durante todo el torneo.
Éramos jóvenes, sí, pero había tíos curtidos en Primera. Los del Barça venían de ganar la Copa de Europa. Los del Atlético y el Real Madrid de jugar una final de Copa. Y, sin embargo, los de Segunda y Primera éramos parecidos. Todos compartíamos la misma ilusión, aunque jugaran en un grande. No había diferencias. Éramos un grupo con carácter. Roberto Solozábal, por ejemplo, era el capitán dentro y fuera del campo. Un líder nato. Su figura fue muy importante para aquellos jugadores que no conocíamos aun el fútbol profesional al más alto nivel.
Guardiola destaca a Kiko como el artista de aquel equipo. ¿Estás de acuerdo?
A nivel futbolístico, Kiko fue el artista que apareció en los momentos claves con goles muy importantes. Además, fue compañero mío años después y ya era un jugador y un tipo especial. Lo ves hablar ahora y se desenvuelve igual de bien con las palabras que con los pies. Tiene mucho arte y es lo que desprendía en el campo y en los entrenamientos.
No encajaste ningún gol antes de la final. ¿Qué valor le das a esta estadística en la consecución final del oro?
Me sentí muy seguro de mí mismo durante toda la competición. Además, el primer gol que recibimos en contra fue en el descuento de la primera mitad de la final ante Polonia. Solo un grupo mentalmente muy fuerte es capaz de hacer lo que hicimos: remontar dos veces. A nivel psicológico, supimos reaccionar. Esto dice mucho de un equipo. Y aún así, el oro no me lo creí hasta que marcó Kiko el 3-2 definitivo. Había muchas emociones en juego.
En aquella época no había tanto scouting. Equipos como Catar, Egipto, Ghana… ¿Eran rivales estudiados u os sorprendieron en el terreno de juego?
Hubo muchos informes, sobre todo de Colombia, nuestro primer rival del torneo, que además era el ‘coco’. Pero al derrotarlos por 4-0 creció la confianza. Ahí empezó a planear la sensación de que podíamos llegar a hacer algo grande. Nos vino bien, desde el primer partido, no pensar a largo plazo.
Volvamos a la final. Todos tenemos la imagen del gol de Kiko pero… ¿llegaste a pensar en una tanda de penaltis?
¡Claro que sí! Se me iban los pensamientos. Pero estaba preparado. Gracias a Dios no se tuvieron que dar, porque son situaciones en las que un portero lo pasa muy mal.
“Jugué más finales pero nunca gané otro título. No sé si me cambió la vida, pero el oro me dio fuerzas para afrontar lo que estaba por venir”
¿Cómo fue el fiestón en la Villa Olímpica? Al fin y al cabo, no habíais vivido el ambiente olímpico durante la disputa del torneo.
He de confesarte que, después de ganar la final, no me quedé en la celebración. Llevaba un mes alejado de mi familia. Necesitaba estar con ellos. Tenía suficiente con haber estado allí. Necesitaba compartir el éxito con mi familia. Acabé la cena, fui al hotel, recogí los bártulos, me despedí de todos y me fui a mi casa para compartirlo con mi mujer y mi hijo, que vio la final con cinco años. De hecho, me dice que se acuerda algo, que le suena la alegría vivida en el Camp Nou.
¿En qué te cambió la vida aquel oro olímpico?
Lo cierto es que jugué más finales después de aquella pero nunca gané otro título. No sé si me cambió la vida, pero el oro me dio fuerzas para afrontar lo que estaba por venir. Al final nadie te asegura nada por tener aquella medalla, pero recién empezaba todo. El año siguiente fue muy duro a nivel personal, pero seguí con mi aprendizaje y ya no paré hasta llegar a asentarme en Primera. El oro no fue un certificado de nada, había que seguir currando cada día.
¿Por qué crees que cualquier deportista, también el futbolista, por mucho Mundial y Eurocopa que exista, lo daría todo por estar en unos Juegos?
Los Juegos tienen un componente muy emotivo. Une todos los deportes que existen y poder compartir experiencias con otros atletas es alucinante. Han pasado muchos años de aquello y puede que ahora nos demos cuenta de que no fue fácil ganar aquel metal. Solo espero que dentro de unos años se vuelva a conseguir. Somos pocos los elegidos para explicar esto. Una cosa que es bastante cierta es que con el paso del tiempo valoramos más aquel triunfo que cuando lo conseguimos. Yo ya lo sabía entonces. Y lo sé ahora.
¿Cuál es, para ti, la imagen de esos Juegos Olímpicos?
El abrazo que le di a Pinilla, al que fui a buscar desde mi portería, después del gol de Kiko. Fue la mayor expresión de felicidad y júbilo que recuerdo. De hecho, le prometí a Kiko que haría un mortal si él marcaba un gol pero con la emoción se me olvidó.