“Los de Bilbao nacemos donde nos da la gana”, afirma Antonio Iriondo (1953). Y es que el técnico del Atlético Sanluqueño, equipo que hace unas semanas ascendió a 1ª RFEF tras imponerse en el play-off a los filiales del Real Valladolid y el Alavés, comenzó a forjar su singular historia desde antes de nacer. Sus padres, un hombre vasco y una mujer asturiana, fueron niños de la guerra y se vieron forzados a abandonar el país en su niñez, lo que provocó que, años más tarde, él naciera en Moscú.
“Mis padres eran unos críos cuando estalló la Guerra Civil y empezaron los bombardeos por el norte de España. Hubo una evacuación colectiva de muchos niños a distintos países. Ellos fueron a lo que era por aquel entonces la Unión Soviética. La idea era volver cuando acabara el conflicto, pero se enlazó con la Segunda Guerra Mundial y les tocó también vivirla allí. Cuando acabó la guerra también hubo complicaciones para volver, porque las relaciones entre la Unión Soviética y el gobierno de Franco no existían, pero a través de la Cruz Roja Internacional pudieron regresar junto al resto de españoles en el 57. Yo tenía 3 años, no era consciente de aquello, pero mis padres lo tuvieron que pasar francamente mal. Vivir dos guerras, separados de sus padres… Fue todo un drama”.
Cuando Iriondo tenía tres años, sus padres regresaron a España, precisamente a Bilbao. Allí practicó un deporte que poco o nada tenía que ver con el fútbol. Su pasión por el balón no aparecería hasta que años más tarde se mudó a Madrid.
“En Bilbao no jugaba al fútbol, fui ciclista. Pero al marcharme a Madrid llegué a una ciudad sin afición al ciclismo. Entonces me puse a jugar a lo que jugaban todos, que era el fútbol. Un buen día, jugando en la plazoleta de mi barrio, se acercó un tío y me fichó para un equipo. Y, a partir de ahí, con 15 años, ya empecé a moverme en ese mundo. Fiché por un equipo que se llamaba Plus Ultra, que luego fue el Castilla, y cuando acabé mi época de juvenil fiché por el Moscardó. En el segundo equipo se me dio bastante bien, marqué bastantes goles en un par de meses y me subieron con los mayores. Ahí es donde empieza mi historia”.
“Intento que mis jugadores conozcan cómo se trabaja el equilibrio mental mediante el yoga y la meditación guiada. Cuando se toma como hábito tiene muchos beneficios, porque se libera la mente y es mucho más fácil tomar decisiones acertadas”
Durante su etapa como jugador ya exhibía su forma de concebir este deporte y se preveía que los banquillos le esperaban. Sin embargo, ese paso lo dio antes de tiempo ya que tuvo que colgar las botas de forma inesperada por culpa de un problema cardíaco. Desde sus inicios fue un entrenador rebelde, que apostaba por el caos y la libertad y que aprendió mucho por cuenta propia.
“Cuando uno es futbolista se manifiesta del modo que ve el fútbol. Con 28 años dejé el fútbol cuando mejor estaba y me dediqué a entrenar. Me inspiró muchísimo la Brasil de los 70, quería que mis equipos jugaran de esa manera. Desde el principio, he sido bastante autodidacta, aprendí mucho en los cursos de entrenadores, pero siempre fui rebelde ante las cosas que te enseñaban como dogma. Traté en todo momento de verlo como yo lo veía por dentro. Así empecé como técnico y así estoy terminando.
Durante su etapa como entrenador en la cantera del Atlético de Madrid, vivió una de las experiencias que más le han marcado en su vida. Debido a unas relaciones entre un representante japonés y el club, Iriondo puso rumbo al país del sol naciente para entrenar al equipo de una universidad budista durante un torneo que se celebra en verano.
“Cuando estaba en el Atlético de Madrid había unos campus que se hacían fundamentalmente para japoneses. Hubo un momento en el que el representante que traía a los chavales, un japonés afincado en España, le propuso al club ir allí a hacer un campeonato de verano. En aquella época, en Japón, existía solo la primera división y la liga universitaria, que tenía muchísimo valor. Para sorpresa mía, llegué a una universidad de muchísimo prestigio, una universidad budista. Viví experiencias muy saludables y deportivamente fue una maravilla. Trabajar con los japoneses es un gusto. Para ellos las horas no cuentan, diariamente entrenábamos entre cuatro y cinco horas. Fue un auténtico gusto y, además, salimos campeones. Y en cuanto a lecciones de vida, tuve la fortuna de conocer a unas personas totalmente distintas que me aportaron mucho”.
Durante su estancia en tierras niponas, se alojó en la misma residencia que los aspirantes a monjes budistas. Algo que le sorprendió y marcó, hasta el punto de relacionarse con ellos e interesarse por su filosofía y su forma de vida.
“Dentro de la universidad tenían varias residencias. Me alojé donde estaban los seminaristas, los aspirantes a monjes budistas. El silencio era absoluto. Tuvimos un acercamiento muy grande”
“Dentro de la universidad tenían varias residencias. En la de deportistas dijeron que no me iban a meter porque estaban locos. Al final me alojé donde estaban los seminaristas, los aspirantes a monjes budistas. El silencio era absoluto, cuando se movía una mosca la oías. Contacté con esa gente. Hoy todavía no me explico cómo pudimos entendernos tan bien porque yo de japonés no tengo ni idea y ellos de español tampoco. Pero tuvimos un acercamiento muy grande. Tengo compañeros que también fueron y decían que no lograban entender a los japoneses. Para mí fue muy fácil, la experiencia se repitió dos años después, con jugadores diferentes, en el mismo sitio, y volvimos a ser campeones”.
Al igual que hacían aquellos monjes, Iriondo decidió implementar en sus equipos ejercicios para el cuidado de la mente y el espíritu. Por ejemplo, durante su estancia en el Rayo Majadahonda, club con el que ascendió a 2ª División en 2018, realizaba sesiones de yoga con sus futbolistas. El entrenador está convencido de la importancia que tiene mantener un equilibrio entre el físico, la mente y las emociones para poder rendir plenamente. A día de hoy, sigue trabajando este aspecto, aunque adaptando los métodos al mundo occidental.
“Uno de los problemas de Occidente es que tenemos la mente demasiado ocupada. Últimamente, sobre todo en los deportes individuales, se está trabajando más la meditación. A lo mejor tiene más complejidad trabajarlo en grupos, pero nosotros lo intentamos. Lo que les decía a los chavales a modo de introducción era que en su vida privada trataran de hacer ejercicios donde se equilibraran cuerpo, mente y espíritu, que es, en definitiva, todo lo que somos. Si esa energía está equilibrada, todo funciona mejor. Intentamos que conozcan cómo se trabaja eso mediante el yoga y la meditación guiada. Cuando se toma como hábito tiene muchos beneficios, porque se libera la mente y es mucho más fácil tomar decisiones acertadas. Con el tiempo me di cuenta de que era muy complicado de hacer esto aquí con las mismas fórmulas que se aplican en Oriente. Descubrí que a través de la risa o del grito se paraliza la mente. Mis equipos ahora cantan mucho, gritan mucho y el objetivo que tenemos es ese, que su mente se libere. No hay problema si parece que siempre están de broma y chillando, luego cuando tienen que jugar solamente hacen eso, jugar, lo que tienen que hacer”.
Después de tantos años entrenando, sus equipos por lo general han logrado siempre buenos resultados y, sobre todo, han tenido una seña de identidad definida. Para lograr esto, Iriondo ha tenido que adaptarse a cada plantilla que ha tenido y ha sido capaz de hacerles ver a sus jugadores lo que quiere: que sean ellos mismos y que sean capaces de analizar y tomar decisiones dentro del campo.
“Si mis equipos han funcionado es porque les he dado a los jugadores el protagonismo que verdaderamente merecen. Hay que tratar de conseguir que un jugador se emancipe, que tome decisiones permanentemente. Porque las planificaciones previas se van al traste cuando pita el árbitro y se empieza a jugar. No existe ninguna jugada igual. En ciento y pico años de fútbol y millones de partidos que se juegan en todo el mundo, no existe ninguna jugada repetida que no sea de estrategia. Siempre hay variables que la modifican. Nunca planifico el juego en función de cómo yo creo que debiera ser. Trato de trabajar en fundamentos y principios para que el jugador tenga la capacidad de decidir en función de lo que acontece en ese momento. Dentro de esa incertidumbre, dentro de ese caos con principios, estimo que mis jugadores van a saber resolver lo que tienen que hacer”.
La clave para lograr conseguir esto en cada jugador, y que además el equipo funcione como una unidad, la resume en una frase, poniendo el foco en tres palabras: son seres humanos que juegan al fútbol.
“Este año ha prevalecido más que nunca el sentimiento. Y el sentimiento en el fútbol es fundamental para todo. La inteligencia la utilizamos para mejorar y para aprender un montón de cosas, pero es lenta, está siempre detrás del sentimiento”
“Tres partes: seres humanos que juegan al fútbol. Lo primero que trato de hacer en todo momento, en la primera fase de la pretemporada, es que los jugadores empaticen entre ellos y se vayan descubriendo como seres humanos. Todos tenemos una parte que es egoísta. Somos energía y, cuando estás en un equipo, algunas veces lo más fácil es tratar de quitarle la energía al que tienes al lado para así poder jugar sin tanto esfuerzo. Es humano, es muy humano. Pero, ¿se lo harías a tu hermano, a tu padre, a tu madre o a tu amigo? No. Entonces, la primera tarea es que empaticen entre ellos. Luego está la parte de jugar, el propósito de cualquier juego es disfrutar. Parece ser que en el mundo del fútbol una vez que alguien juega a ser profesional ya no puede disfrutar de esto, porque la profesión, la responsabilidad y el ego le pueden. Parece que jugar sea sólo patrimonio de los niños, pero los adultos también pueden seguir jugando al balón, y no pueden olvidar cuál es el objetivo principal del juego: disfrutar de él. Por último, estamos hablando de jugar, y estamos hablando de jugar al fútbol. El fútbol es el gran desconocido. Si tú vas a un estadio y miras el césped desde el Fondo Norte, está ocurriendo lo mismo, pero el que está en el Fondo Sur lo ve de otra manera. Cada uno ve el fútbol como lo quiere ver y está todo por descubrir. Lo que yo pueda decir ahora, igual dentro de 15 días ya no vale, todo es cambiante. La única constante que tiene el universo es el cambio. El futbolista tiene que saber que tiene que estar dispuesto a cambiar en cada momento”.
En una ocasión anterior, afirmó: “Debo de ser bastante malo porque después de todos los años que llevo en el fútbol, sigo aprendiendo”. Entonces, ¿qué ha aprendido Antonio Iriondo este año?
“No terminas nunca de descubrir la grandeza del ser humano. Me he llenado de satisfacción, y si siempre he pensado que era fundamental, lo de este año ha sido de locos. Este año ha prevalecido más que nunca el sentimiento. Y el sentimiento en el fútbol es fundamental para todo. La inteligencia la utilizamos para mejorar y para aprender un montón de cosas, pero es lenta, está siempre detrás del sentimiento. El propósito está en utilizarla para interiorizar cosas, y cuando se interiorizan aparece el sentimiento, que es mucho más rápido. En el fútbol, la velocidad en el juego es lo que determina una categoría con respecto a otra. Nosotros hemos sentido muy rápido y por eso hemos ganado. Es sorprendente lo que es capaz de hacer un grupo cuando está unido”.
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Fotografías de Jorge Reyes (Atlético Sanluqueño).