“Yo soy muy poco de deportes. De fútbol no sé nada. No tengo ni idea. Sí que he ido a ver jugar al Valencia en Mestalla. Pero yo soy más de baloncesto, también porque lo he jugado por mi estatura. Entre comillas sigo al Valencia Basket”, asiente Alberto Gambino (Manises, Valencia, 1980), excusándose y a pocos días de alumbrar Chancletas: un disco “muy desenfadado”. “Hay diez canciones y cada una es de su padre y de su madre: cada una tiene una historia, un rollo, un estilo diferente”, avanza. “He intentado actualizarme. Sonar más moderno. Dejar de sonar al típico rap que siempre he sonado. Experimentar e investigar. Es lo mismo de siempre, pero un poco más actualizado. Ha sido como si fuese todo nuevo y eso mola. Porque ya estaba un poco cansado: antes de la pandemia ya tenia un disco preparado y era lo mismo de siempre. Tenía como 12 canciones y era como si ya las hubiese hecho antes: lo mismo de siempre, como un rollo muy automático. Y deseché totalmente el disco para empezar desde cero”.
Recuerda bien esa primera vez en Mestalla, aunque no sepa ubicarla en el calendario: “Fue un Valencia-Villarreal. Hace cinco o seis años, con 37 o así. Creo que ganó el Valencia”. Y prosigue: “Flipé. Flipé. Cuando rugía todo el mundo se creaba como una especie de sinergia, un grito gigante, una cosa que no había visto nunca. Ni en los conciertos de los grandes festivales. Porque, por ejemplo, cuando actúas para mucha gente en un festival de estos grandes y la gente grita y canta tu canción es una sensación que dices ‘joder’, y que da como miedo, pero, no sé si por la acústica del sitio o porqué, lo del fútbol era abrumador, con toda esta gente gritando al unísono. Yo me decía ‘esto es acojonante. Yo no querría ser futbolista ahora mismo. Esto es brutal’. Es increíble. Supera los niveles de la racionalidad. Es algo muy bruto. Era mi primera vez en un estadio, y además era un Valencia-Villarreal, y era una sensación grandiosa. Hostia, tengo guardado ese partido como un gran recuerdo. Fue algo que me impactó”.
“Era increíble, increíble”, musita. Le fascinó la liturgia que rodea el fútbol: llegar, ponerse la bufanda, gritar. Y dice que como su bautizo llegó avanzada la treintena, ya con plena consciencia, pudo saborear todas las emociones: “Podía analizarlo todo. Supongo que cuando eres más pequeño te vienen las emociones y las vas absorbiendo, pero no sabes muy bien qué pasa”. Aunque admite que parecía un niño. “Mi cuñado es muy forofo: tiene su pase y su sitio desde que era pequeño. Y me iba explicando. Era como cuando vas a un sitio por primera vez con un guía. Cuando salimos y vimos el campo lo primero que le pregunté fue ‘¿no se ven muy pequeños? Yo les veo muy pequeños'”.
Habla enfundado en una camiseta de los Houston Rockets, con el ’34’ de Hakeem Olajuwon. “No he tenido nunca una camiseta de fútbol. Es más, creo que nunca me he puesto una camiseta de fútbol”, matiza. Cuenta que no es futbolero “porque en mi casa nunca ha habido fútbol. A mi padre le gustaba el boxeo. Veíamos Pressing Boxeo. Mi padre lo grababa por las noches y el día después lo veíamos todos en familia. En el colegio sí que jugaba al fútbol, pero como soy alto y no era muy bueno siempre me ponían de portero. Y al final, siendo chiquillo, te cansas y dices ‘yo paso de jugar a esto'”. Regresa al colegio: “Siempre hablaban de fútbol y yo decía ‘¿y el boxeo? ¿No veis el boxeo? ¿No habéis visto que el ‘Poli’ Díaz ha hecho tal?'”. “En mi casa no ha habido una cultura de ver fútbol como pasaba con mis colegas. O como después he visto en mis cuñados. Nunca he sido de ver el fútbol con mi padre o con mis colegas. Y era rollo ‘a mi me gustaría. Me molaría’. Como dicen los de los ovnis: ‘me gustaría creer'”, asegura.
Se sincera: “Joder, es que a mi lo que en realidad me da es envidia. Me gustaría. Es algo que veo súper guay, por esa unión y ese lazo que conlleva. La música y el rap, por ejemplo, no lo han conseguido esto. Porque aquí cada uno va siempre más a su rollo, por lo menos dentro de mi ámbito y de mi zona. Esto del fútbol es algo muy curioso a nivel filosófico y a nivel social: porque por un momento se te olvida todo y dejas de ser egoísta porque piensas en tu equipo. En la naturaleza humana esto no lo consiguen muchas cosas. Es brutal. La música consigue que te aísles, que te olvides de tus problemas y tal, pero no te da esa colectividad. Sí que te da como una especie de comunión entre oyente y artista, pero no es lo mismo. No llega a los niveles del futbol. En eso está muy por encima”.
Enfatiza que lo más grande del fútbol es su capacidad de crear “fraternidad” e identidad: de hacer que unos colegas en un piso de Valencia se sintieran parte de lo que hicieron 23 hombres en Sudáfrica. “Esto es lo más grande del deporte. Lo que hace que mueva esa pasión”, subraya. “Cuando España ganó el Mundial era como si hubiéramos ganado todos”, recuerda con sorpresa. “Recuerdo esa sensación. Aunque no me guste el fútbol, ese partido sí que lo vi. Aunque no te guste, lo vives. Disfruté y me lo pasé muy bien. Estaba con mis colegas viendo el fútbol. Y yo también lo veía y estábamos ahí en un rollo muy guay. Eso es lo que me da envidia”, suspira. Tenía 20 y pocos años en la época del Valencia de Rafa Benítez y también habla de aquellos días felices: “No recuerdo qué año fue, pero recuerdo una vez que el Valencia ganó algo y fue una locura. Yo me fui a celebrar que el Valencia había ganado algo y ni siquiera había visto el partido. Dijeron ‘vamos, que ha ganado el Valencia’, y allí fuimos. Era una locura. Me acuerdo de que la gente se teñía el pelo de naranja. Y de amarillo, como el portero”. Se refiere a Cañizares.
Sin ser futbolero, también recuerda coleccionar cromos. “Cuando veo mi sobrino con los cromos de fútbol, que ahora son como hologramas, me vienen recuerdos especiales. Me acuerdo de las partidas de cromos y de la fiebre que teníamos todos para jugar con ellos. Ojalá aún los tuviera”, asiente. Y ríe. “En el barrio los cromos eran como el dinero en la cárcel. Iban y venían. Eran como dinero infantil. Nuestra moneda”, reivindica, con nostalgia.
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Fotografías de @pedraproduttione04