Después de un verano cargado de fútbol entre Copa América, Eurocopa y Juegos Olímpicos, me prometí desconectar para recargar baterías de cara a una nueva temporada. Desintoxicarme, vamos. En el camino, por suerte, se me apareció Vida contemplativa. Elogio de la inactividad, del filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han, un maravilloso libro que reivindica “nuestra capacidad de no hacer nada”.
De un tiempo para acá me he vuelto un devoto silencioso de la inactividad no como una debilidad, sino como una “forma intensa y esplendorosa de la vida”, como defiende Han a lo largo de su obra. Así como sin silencio no hay música o el callar le da profundidad al habla, el periodismo y la comunicación en torno al fútbol y los deportes también debería proponer algunas treguas de producción cada cierto tiempo. Que lo que no hacemos o no decimos resulte igual de significativo que lo que hacemos y decimos. Que se nos valore también por lo que contemplamos y no solo por lo que transformamos en contenido. Porque la inactividad es algo más que la ausencia de actividad. La inactividad da pie a la contemplación y ésta, a su vez, a la reflexión y el pensamiento. El problema es que las ideas no son mercadeables. Nadie está dispuesto a pagar por ideas, sino por reels tramposos y textos sin sustancia que se amolden a los parámetros bajo los que se mueve la industria.
La inactividad es algo más que la ausencia de actividad. La inactividad da pie a la contemplación y ésta, a su vez, a la reflexión y el pensamiento
Al hilo de todo esto, me pareció realmente brillante que Han contrastara que, en un mundo consagrado a la producción en serie como el que vivimos, lo que verdaderamente vuelve humano al hacer es la cuota de inactividad que haya en él. El hecho de que nuestra existencia esté completamente absorbida por la actividad quiere decir que nuestra existencia está completamente explotada.
Hay más. Han también recuerda que somos, ante todo, un animal narrans, es decir un animal narrador. Nuestra vida debería ser determinada “por un relato vinculante, coercitivo, que nos pueda dar sentido y orientación”. Por eso la digitalización y la informatización del mundo atentan salvajemente contra esa idea. Hoy, que hay más información que nunca circulando en las plataformas convencionales y digitales, no hay relato. Todo funciona a partir del atractivo de la sorpresa y el frenesí de la actualidad. El tiempo se descompone en un presente puntual, aditivo, sin ninguna narración que le otorgue estructura. La contingencia intensificada, sostiene Han, desestabiliza la vida.
En medio de un sometimiento colectivo promovido por el yugo del capitalismo neoliberal y la despersonalización, la gran revolución no está en lo que hacemos, sino en lo que dejamos de hacer.
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Fotografía de Getty Images.