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El okaso de los hinchas

El grueso de la afición todavía acompañamos la actualidad del fútbol, pese a que nos han dejado claro que nuestra participación presencial ya no es imprescindible

Mientras este artículo se encontraba en proceso de confección el ahora expresidente del FC Barcelona Josep Maria Bartomeu anunció la dimisión en pleno de su junta directiva y, aprovechando la ocasión de hacer un postrero pronunciamiento como mandamás de la entidad blaugrana, comunicó que aprobaron en la junta de despedida los requerimientos para formar parte en una nueva Superliga europea, que hipotéticamente enfrentaría a los clubes más poderosos del continente y supondría ya el próximo escalafón en el proceso de profesionalización, espectacularización y elitización del fútbol que pretendo caricaturizar a brocha gorda en los próximos párrafos.


 

El fútbol permanece secuestrado por el ímpetu industrial. Prueba de ello es que, en tiempos de pandemia, el calendario liguero sigue su curso y los estadios, lejos de constituir oasis de alegría y encuentro social como antaño, ahora albergan provisionalmente el ambiente desértico, lúgubre y fantasmagórico, casi fúnebre, que se genera en cada uno de los partidos oficiales disputados a puerta cerrada. Como toda industria, los motores de la del fútbol, que es por cierto una de las más opulentas a la par que sostenible, deben seguir en movimiento y atravesar esta crisis como sea, con tal de que no naufrague el navío entero. El testimonio de lo acontecido sobre el césped se reduce a jugadores, entrenadores, directivos, parientes y allegados; además de, por supuesto, la prensa y el personal que opera con el cableado, sintonizando el directo del terreno de juego con nuestros hogares. Desde donde el grueso de la afición todavía acompañamos la actualidad de este bonito juego, pese a que nos han dejado claro que nuestra participación presencial ya no es imprescindible para su desarrollo.

Es de saber que gran parte de los ingresos que reciben los clubes profesionales de España ya no provienen de taquilla como en sus arcaicos y rudimentarios orígenes, sino que proceden de derechos de explotación de recursos audiovisuales vendidos a desarrolladores de videojuegos, a casas de apuestas, a canales de televisión extranjeros… El público español no representa más que una pequeña porción de un amplio pastel de consumidores de variopintas nacionalidades que acompañan los partidos desde recónditos rincones del globo. La mercantilización de estos derechos es gestionada de forma conjunta por LaLiga — este es el nombre comercial que recibe la patronal del fútbol en España, o mejor dicho, el ímpetu industrial que lo ha secuestrado. Tal y como consta en su página oficial, otro de los cometidos de esta institución es “trabajar día a día para promocionar el fútbol español más allá de sus fronteras, con el objetivo de crear una comunidad de aficionados alrededor de todo el mundo”. A continuación, trataré de exponer en qué se traduce esta estrategia de internacionalización y de qué clase de nuevas tecnologías se sirve LaLiga para lograrlo.

Una de las principales novedades vinculadas a la industria del balón en la última década ha sido el Comunio, también conocido como el Fantasy. Son distintos nombres para un mismo emprendimiento que en España empezó de forma marginal hasta que LaLiga advirtió que, a diferencia del pionero y clandestino Comunio, tenía todo el derecho a explotar ese mercado. Aliándose con el medio de comunicación con más lectores y seguimiento online de este país, inauguraron una plataforma para ordenadores y dispositivos móviles y la comercializaron con el nombre de LaLiga Fantasy Marca. De eso hace poco más de seis años, y lo que surgió como un proyecto menor para evitar la piratería, hoy se ha convertido en una importante palanca de crecimiento para el producto ‘fútbol español’ en tierras lejanas. La promoción de videojuegos, y en específico este juego virtual que tiene algo de rol y mucho de estadística, se ha destapado como un método amable y efectivo para el acercamiento a potenciales consumidores de territorios extranjeros. Ello se debe a que al cuajar en un determinado lugar, el fantasy provoca que el consumidor local devore un amplio abanico de contenidos sobre la primera división española de forma indiscriminada y constante, para saciar una nueva necesidad de mantenerse al corriente de su actualidad.

 

La identificación con el club virtual es total y estimulante, mientras que la identificación con el club real de toda la vida está basada en una combinación de elementos como la lealtad, el sentimiento de pertenencia o la euforia colectiva

 

Además, tanto Comunio como Fantasy proporcionan a sus desarrolladores valiosos datos sobre las preferencias personales de sus usuarios y espacio para publicidad que pueden comprar todo tipo de marcas, lo cual se traduce en una fuente de ingresos tanto o más líquida que el big data. En definitiva, mediante la divulgación de esta incipiente modalidad de juego (que pronto me entretendré en desmenuzar) en países como India, China, Sudáfrica y en varios de América Latina u Oriente Medio, LaLiga busca un plus de engage para con su producto principal, que es el contenido audiovisual, y así consolidar un proceso de expansión y diversificación de su base de aficionados y de su base de datos, esencial para seguir compitiendo con otras ligas como la inglesa, la francesa o la italiana, que buscan hacer nicho allá donde la española también (el neocolonialismo en una de sus múltiples expresiones).

Los fantasy -así los llamaremos en adelante, por abreviar- son una forma de entretenimiento gratuita y suplementaria que depende directamente de lo que sucede en los partidos oficiales de la Primera División del campeonato nacional. Los usuarios del fantasy se dividen por ligas públicas o privadas; estas últimas están orgánicamente compuestas por grupos de colegas. Jornada tras jornada, cada jugador debe escoger once futbolistas de la vida real para que compongan su alineación virtual. No necesariamente deben pertenecer todos al mismo equipo. En función del desempeño sobre el campo de estos futbolistas seleccionados en los partidos de liga, medido por las estadísticas oficiales, cada jugador del fantasy, cada miembro del grupo de colegas, obtiene una puntuación numérica particular que resulta de la suma de todos los puntos generados por los futbolistas de su selección. Al final de la temporada, vence el jugador que más puntos haya obtenido en el agregado de las 38 jornadas.

En otras palabras, cada consumidor del fantasy se transforma en entrenador -en tanto debe confeccionar su alineación- y director deportivo -en tanto debe tratar a sus jugadores como mercancías- de un club tan solitario que no debería denominarse siquiera sociedad anónima, ya que el único miembro es el mismo que lo gestiona y por consiguiente suele llevar su propio nombre. La identidad entre el usuario y el club virtual es total, individual y exclusiva. La propuesta del juego consiste en habitar virtualmente un simulacro digital donde, a lo largo de una temporada, todos los fines de semana hay jugadores que sirven a tu club, hasta cierto punto imaginario, pero hasta cierto punto real en el sentido de que a veces puedes llegar a desear que un jugador tuyo marque contra tu equipo de toda la vida (de la vida real), solamente para puntuar más y vencer la disputa virtual, que transcurre de forma paralela. Desde que se juega al fantasy no es extraño encontrarse a individuos exasperados celebrando con fervor goles a favor y en contra de un mismo equipo, en el mismo partido. A dilemas de esta naturaleza se enfrentan todas las semanas aquellas personas que concilian ser aficionadas de un club de Primera División y jugar al fantasy al mismo tiempo: dado que la identificación con el club virtual es total y estimulante, mientras que la identificación con el club real de toda la vida está basada en una combinación de elementos como la lealtad, el sentimiento de pertenencia o la euforia colectiva, amenazados por la proliferación de formas digitales, especulativas, volátiles y parasitarias de interactuar con los acontecimientos del terreno del juego original, que es el fútbol.

A efectos de lo cual resulta oportuno realizar una tipología basta y sumaria de ‘jugadores fantasy‘, empezando por el jugador ‘fantasma’. Estos son los que nunca revisan su alineación y por lo tanto, se someten al azar jornada tras jornada y suelen terminar molestando en sus ligas. Después están los jugadores ‘de última hora’. Este tipo de jugadores no se acuerdan de hacer la alineación hasta el mismo día que empieza la jornada, cuando apenas les queda tiempo para negociar o reforzar su equipo y por lo tanto, deben resignarse a alinear futbolistas menos deseables. Los mejores ‘jugadores fantasy‘ son los regulares: aquellos que juegan no durante los fines de semana, sino durante la semana, cuando no se celebran partidos de liga; al fin y al cabo, una vez que empieza la jornada ya no pueden cambiar su alineación y por lo tanto solo pueden encomendarse a la suerte de sus once futbolistas elegidos. Los días que tienen para rumiar sus decisiones, gestionar la plantilla, renovar contratos y cláusulas, comprar y vender jugadores en el mercado o a otros miembros de su misma liga, son los lunes, los martes, los miércoles, los jueves, los viernes…. El fantasy es un juego que si se juega bien, se juega entre semana. Durante el fin de semana se sufre o se disfruta, pero prácticamente no se puede jugar.

 

Cada uno de los elementos que rodean el juego, excepto el juego, fueron sutilmente introducidos y solo aquellos que tuvieron buena recepción nos tienen tan acostumbrados que parece que hayan existido desde siempre

 

El fútbol moderno nació como un fenómeno de masas, como un deporte sencillo, intuitivo y eminentemente multitudinario. Sobre la hierba o, en su defecto, la tierra, dos equipos claramente diferenciables por el color de sus atuendos compiten por meter un objeto esférico con cualquier parte del cuerpo, menos las manos y los brazos, más veces en la portería rival que en la propia; eso no lo cambia ni dios. Gracias al éxodo europeo de principios del siglo xx la práctica del balompié se propagó como un virus por demás continentes. En aquel entonces el deporte no estaba ni remotamente profesionalizado y la presencia de público era fundamental para el desarrollo de la actividad. En virtud de que hubiera gente atestiguando los partidos del domingo, animando a los jugadores del combinado de su pueblo, o del de su barrio, o del de su fábrica; en virtud de que hubiera gente recogiendo pelotas, comentando las jugadas y presionando desde la banda para acelerar y aprimorar la técnica y la táctica del juego, nació una subcultura rica y abundante alimentada por la narrativa épica del periodismo; hasta que, sea por estas razones u otras, o porque así lo quiso el destino en su capricho, el fútbol se volvió el deporte popular por antonomasia. Lo que al principio fue un entretenimiento comunitario que borboteaba, congregando cada fin de semana una miscelánea de razas, edades y clases sociales, con su sagacidad implacable la coyuntura cultural capitalista absorbió, mercantilizó y transformó en el burbujeante negocio que hace algún tiempo alzó el vuelo y ahora amenaza con desprenderse de algunas de sus raíces fundamentales.

Hoy en día, la FIFA, la UEFA, la Conmebol y demás federaciones o patronales monopolizan los derechos de organización y explotación de los campeonatos oficiales y representan ese ímpetu industrial que ha llevado al fútbol moderno a un extremo de profesionalización insólito. Nunca cesan en su búsqueda de nuevas formas de ampliar públicos y mercados y por ello esporádicamente apuestan por desarrollar innovadoras aperturas de consumo y explotación de sus recursos. Los álbumes de cromos, el dorsal fijo con el respectivo nombre del futbolista al que pertenece para propulsar la venta de camisetas, en general todo el llamado merchandising, las giras de pretemporada que emprenden los grandes clubes por exóticos continentes…; cada uno de los elementos que rodean el juego, excepto el juego, fueron sutilmente introducidos y solo aquellos que tuvieron buena recepción nos tienen tan acostumbrados que parece que hayan existido desde siempre. Entonces no es de extrañar que, acorde a otras tendencias socioculturales de enaltecimiento de la autonomía personal y de la autosuficiencia que están en boga hoy en día, la impetuosa industria haya propuesto la novedad del fantasy, que igual que otros fenómenos de individualización, perfilación de la personalidad y sedentarismo que han traído las denominadas tecnologías de la información y de la comunicación, al introducirse sutilmente en nuestras vidas, en un abrir y cerrar de ojos pone en entredicho algunas de nuestras convicciones fundamentales (véase por ejemplo, el dilema supracitado: celebrar involuntariamente un gol contra tu propio equipo del corazón, por la competitividad que te produce un juego imaginario al que hasta cierto punto tienes tan presente como a tu equipo).

El liderazgo tecnológico del que se jacta LaLiga consiste en difundir el juego del fantasy como una herramienta para abrir nuevos mercados y seguir internacionalizando el producto local, que cada vez es menos local, menos orgánico y más artificial. Sin embargo, parece no haber alternativa que seguir inventando rocambolescas estrategias para mantener el ritmo de crecimiento y la competitividad, aunque para ello deban tomarse decisiones esperpénticas que otrora nos habrían parecido absurdas e inaceptables. Como por ejemplo, huelga mencionar la controversia que suponen los horarios a los que se juegan algunos encuentros, o el célebre partido oficial entre el Barça y el Girona que se especuló con celebrar en Miami. Pero LaLiga no es la única institución que, apremiada por la exigencia del mercado, ha tomado recientemente decisiones de esta naturaleza. Otro caso similar fue el de la Federación Española de Fútbol, cuando deslocalizó la 36ª edición de la Supercopa de España, que entre las fechas del 8 y el 12 de enero 2020 se disputó en el King Abdullah Sports City, en Yeda, segunda ciudad más grande de uno de los países que, casualidad o no, mejor ha tratado a nuestro rey emérito: Arabia Saudita. Un régimen donde por cierto asesinan a los periodistas disidentes. Por si alguien no se enteró en su momento. Algo similar sucedió en 2018, cuando la final de la Copa Libertadores de América por primera vez en su historia fue disputada fuera del continente americano, concretamente en el feudo del Real Madrid. Dispensa comentarios. Basta con citar a Juan Román Riquelme, que calificó el episodio como “el amistoso más caro del mundo”.

En tiempos de estadios vacíos y espacios virtuales masificados, el fantasy como modalidad de entretenimiento es un sustituto idóneo para un perfil de consumidor nacional o internacional que le interesa el fútbol español, pero no acostumbra a verlo por la televisión, sea porque no se decanta especialmente por ningún equipo o porque simplemente la retransmisión no le despierta la misma pasión que respirar el fútbol a ras de césped. Como tantas otras, esta plataforma virtual estrecha, corrompe e intensifica el vínculo de afectación del aficionado para con anodinos sucesos que antes le eran ajenos y ahora, una vez instalado en el simulacro de ser entrenador y director de un equipo que solo existe en el mundo digital, devienen hechos trascendentales que resultan fuente para jocosas, solitarias e intransferibles emociones. LaLiga, al promocionar y domiciliar una forma de disfrutar el fútbol tan individualista como el fantasy, no solo en España sino también en otros continentes, está corriendo el riesgo de que en el futuro ya no haya aficiones hermanadas por unos mismos colores, sino internautas habitantes de una ficción estéril, voraces consumidores de un contenido principal y de su fantasioso suplemento sin el cual serán incapaces de apreciar los acontecimientos del juego de la pelota en su llanura.

 


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Fotografía de Getty Images.