A Raúl González no lo expulsaron nunca: era un señor, un caballero, humilde en la victoria, honorable en la derrota. ¿Y qué podríamos decir de Gary Lineker? Exactamente lo mismo: ni una roja en su hoja de estadísticas. Y su sonrisa perfecta, qué elocuencia, qué elegancia, qué yerno. Andrés Iniesta también tiene un historial libre de expulsiones. Con su actitud ayudaba a los árbitros. Sigan, sigan. Así da gusto. Y cuando decidió marcharse a Japón, le ovacionaron en todos los campos que visitaba. Normal. Tanto como Philipp Lahm. Media vida en la defensa y ni una sola vez a la calle antes de tiempo. Capitán, comprometido, sacrificado, trabajador. Nunca dejó a su equipo en la estacada. Todos ellos, ilustres veteranos, son miembros de un club particular: el de los no expulsados. Un grupo del que también forman parte referentes históricos como Gaetano Scirea o Michel Platini, y en el que casi se cuelan Ryan Giggs -solo ‘pecó’ en un partido con País de Gales- y Leo Messi -le cayó su única roja en su debut con Argentina-. Sin duda, merecen el homenaje que recibieron o que recibirán, pues cuando eran ellos los protagonistas del juego, el mundo parecía un sitio un poco mejor. El suyo, en definitiva, fue el más valioso ejemplo para nuestros niños y niñas. ¿Y si alguna vez tuvieron un pequeño desliz, una subida de presión, un gesto chulesco hacia los rivales, una mala noche o un tuit peor? Se lo perdonamos. Porque la excepción es la que nos confirma que, efectivamente, son tan humanos y tan normales como nosotros.
Humanos. Como nosotros. Resulta curioso cómo solemos relacionar lo normal, lo llano, con lo bueno. ¿Era un buen tipo porque era como yo, o creía que era como yo porque era un buen tipo? Y no es que, querido lector, pongamos en duda tu bondad y tu virtud -de hecho, si estás leyendo esto, ya te debemos poco menos que veneración-. ¿Pero dónde queda el sucio, el tramposo, el pícaro, el agrio y el maleducado? ¿De qué planeta vinieron? Echa un ojo al mundo que te rodea y dinos: ¿acaso no son humanas, normales y llanas la bronca, la entrada, la protesta, el lío y el caos? El fútbol, metáfora a pequeña escala de un planeta de grises, pone sobre el tapete a personajes variopintos, de distinto contexto y perfil psicológico, a los que solo les une el hecho de haber sido bendecidos -ahí está el club de los no expulsados- o maldecidos -pobres niños ricos de cabeza loca- con esa mezcla de talento en sus pies, determinación en sus pasos y suerte en su camino. Pero a todos, sin excepción, más allá de la lógica responsabilidad que reclama su posición privilegiada, se les exige que sean tan perfectos como nosotros. Reconforta vivir en un universo de héroes y villanos. Y, como si la propia condición siempre se eligiera, obviamos que ser joven es equivocarse y desconfiamos del que se disculpa. De acuerdo, ya tenemos a quién culpar cuando nuestro hijo pegue una patada el sábado por la mañana. Solo pregúntate si les exiges lo mismo, pongamos, a tus políticos. El sucio, el tramposo, el agrio, el maleducado… ¿Le votarías? ¿No? Revisa tu último voto: quizá ya lo hayas hecho.